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Entrevista con Zóez

Sobre el Jardín de las piedras marinas soñadoras  
Se trata de pisar el arte y hacerlo con dulzura, con cariño. Dice Zóez que los jardines son espejos de cada época. Cada cultura y civilización los levanta a su imagen y semejanza. El suyo representaría, ante todo, un tiempo de inquietud por la Madre Tierra. Su original jardín expresaría también la libertad, el ansia de juego y nuevos descubrimientos que bien podrían caracterizar nuestros días.

Se trata de pisar el arte y hacerlo con dulzura, con cariño. Su autor, Zóez, aporta las piedras y la selva. El visitante, una vez llegado al recóndito y mágico jardín en el Parque Nacional “El Ávila” (Venezuela), deberá de poner sus pies desnudos y todo su amor en la aventura.

Dice Zóez que los jardines son espejos de cada época. Cada cultura y civilización los levanta a su imagen y semejanza. El suyo representaría, ante todo, un tiempo de inquietud por la Madre Tierra. Su original jardín expresaría también la libertad, el ansia de juego y nuevos descubrimientos que bien podrían caracterizar nuestros días.

No se puede traspasar su umbral de vegetación desbordante, cámara en ristre y block en la mano, empujado por un simple deseo de recoger información. Se precisa más bien armarse de flexibilidad para interactuar constantemente, para abrirse a la sorpresa y el misterio. Se necesita sana audacia para explorar y pisar, con extremado tacto, esa selva de dentro y de fuera, que el creador venezolano despliega delante nuestro.

"El jardín de las piedras marinas soñadoras" es un espacio inclasificable al que nuestros pies, desprendidos de la asfixia del calzado, siempre querrán retornar, pues tan hermosos son los sueños que compartieron con las piedras de Zóez. Con la guía de su autor, disfrutamos de un recorrido vivencial que involucra a todos los sentidos y que contagia la armonía, belleza y sabiduría de la desbordante naturaleza tropical. Las paredes de este museo ecológico son pura selva, su motivo las piedras y su cometido iniciarnos en la magia de la vida.

La ruta mistérica venezolana pasa inevitablemente por el museo que Zóez ha creado con sus manos en la falda del Ávila. La magia de las piedras se hace realidad en la obra de este artista, ermitaño y soñador.¿Pero qué susurran a nuestros pies, tan encallecidos y a menudo insensibles, las piedras marinas del jardín, en esa conversación de horas que puede durar el recorrido? El artista está convencido de que ellas, al igual que los fósiles, “tienen archivada toda la información milenaria del planeta y convierten ese lugar en una gran bóveda del tiempo”. El museo, único en el mundo, como bien se apresta a recalcar su autor, fue inaugurado en 1990 y desde entonces ha recibido a miles y miles de pies desnudos y de almas a la búsqueda de su interior belleza.

“Prohibido no tocar”

El museo se ubica en el municipio de San José de Galipán y está envuelto en la magia de una selva montañosa que apenas concede panorámica sobre un océano inmenso que se sitúa en su frente. En realidad la aventura comienza con la búsqueda del propio lugar, escondido en un rincón de la falda norte del Ávila, inmensa y robusta balconada sobre el Caribe. Hasta este singular museo, que Zóez a propósito alejó de la civilización, sólo se podrá llegar a pata o en un buen vehículo todo-terreno. Aún en este segundo caso al viajero le espera un tan escarpado como emocionante trayecto por las faldas de la mítica montaña. Es preciso emplear más de una hora de viaje desde la cima donde se ubica el telesférico de Caracas, atravesando un abrupto paisaje salpicado de pequeñas casas donde se asientan campesinos, artistas y soñadores. La irregular orografía no admite otro tipo de familias humanas.

Todo esfuerzo es pequeño si se trata de gozar del placer visual y táctil, allí lo prohibido es no tocar, que se le abre al visitante una vez llegado al santuario de las “piedras soñadoras”. Allí se encontrará con todo tipo de juegos en un periplo iniciático al aire libre. Éste está dividido en tres partes: La primera representa el culto a la mujer. La segunda se llama “El mundo del silencio”, porque ahí los juegos son sin palabras. Por último, la tercera etapa se denomina la del “mundo del amor sublime”, que también representa un culto a la familia.

Regalo del mar

Al igual que su obra, la vida se Zóez ha sido una constante y afanosa búsqueda. Hijo del afamado “poeta del Galipán”, nació en 1948 en Caracas. Dejó sus estudios a los 17 años y tuvo en el año 1966 sus primeras experiencias con “energías inteligentes”. Sus obras artísticas son el resultado de la investigación que a partir de ese momento inició. No oculta que se siente inspirado y guiado por esos seres que aún hoy le acompañan y a los que profesa sumo agradecimiento.

Hace ya más de veinte años, cuando era sólo Gonzalo Barrios Alfonso, las piedras también comenzaron a “hablarle”. Era una exhortación a la armonía y la belleza que el recogió y fue concretando en la idea de un jardín exuberante. Zóez maduró durante tiempo el proyecto en la soledad de la montaña. Su etapa de consagración artística estuvo precedida de otra larga de ermitaño.

En el silencio del Ávila germinó el propósito de “pedir” a la mar algunas de sus piedras, para llevar a la montaña su resonancia de olas e infinitos. Tras la quietud, en el año 1983 arrancó la frenética actividad. Zóez encontró las piedras, abajo junto al mar y constató “su anhelo instalarse tierra adentro”, percibió que soñaban “con el aire y el fuego, con el aire y la tierra que se unen para la florescencia de la vida”.

Nos comparte, con esa suerte de fantasía y poesía que envuelve todo su discurso, que “el mar escupió” a la superficie las piedras con las que él necesitó trabajar. El Caribe siempre le proporcionó una abundante “cosecha” de piedras. Durante años bajó y subió la cuesta en busca de materia prima. Se acercaba respetuoso a ese mar que ya le había precedido en el modelado de las formas de las piedras, en el redondeado de sus aristas. Con las más variadas palancas y artilugios lograba subirlas al coche y despacio remontar la montaña del Ávila hasta la finca. Una vez allí, las ordenaba, las daba brillo y cometido e iba conformando un museo, no de los de mirar y no tocar, sino de los de mirar, toquetear, pisar, bailar… En pocos años las piedras estaban ya susurrando su melodía marina al trópico que las acogía, a las gentes que se les acercaban.

En compañía de la dama

A sí mismo el creador del museo-jardín no se considera ni pintor, ni escultor, tan sólo un obrero que “reintegra las piedras en la naturaleza”. Confiesa sin rencor que en su esfuerzo titánico poco le ha ayudado la administración venezolana, que hasta hace poco ha considerado a Zóez tan sólo como “un chiflado que llevaba piedras del mar a la montaña”. Sin embargo, en los últimos años, la gran afluencia de visitantes, entre los que se encuentran importantes personalidades culturales y políticas, le ha proporcionado un merecido reconocimiento. El propio Jacques Santer, ex-presidente de la Comisión Europea declaró tras la haber vivido la experiencia del museo: “Es reconfortante constatar que existen todavía hombres que pueden vivir su propia filosofía, alejados de las presiones materiales, fieles a sus exigencias existenciales”.

Zóez no considera su obra acabada. Cuando recibe alabanzas dice que le da por seguir subiendo piedras del mar. Además de ello, invita al visitante a una “reelaboración permanente de la obra”. Para ello facilita, como veremos, los medios e instrumentos.

El museo no tiene horarios, “no se limita por la acción del tiempo” Abre sus puertas con el sol y las cierra cuando éste se recuesta tras el enorme lecho del Ávila. Tampoco se puede entrar de cualquier forma. Zoéz invita a pisar las piedras con los pies desnudos y el corazón abierto. Los relojes están igualmente prohibidos por aquello de ensayar a sumergirse en una burbuja sin tiempo. A los hombres no les está permitido entrar solos. Así rezan las estrictas pautas que Zóez ha dispuesto: “Los caballeros deben venir acompañados de una dama por lo menos, ya que el jardín rinde culto a la mujer, ellas son el pasaporte a la vida”.

El verbo del artista, al igual que sus manos, es fecundado por una constante inspiración: “Entramos en un espacio vivo, envolvente, en el cual los sentidos juegan su papel definitivo, para el mejor conocimiento y disfrute del arte y sus significados siempre universales”. Su discurso, sin ninguna orientación religiosa concreta, sí tiene un gran calado espiritual: “El jardín es un lugar donde la magia desencadena su lenguaje emblemático y prodigioso, en el que el hombre se descubre e identifica con las potencias que rigen su destino”.

Construir la llave

En la propia entrada y antes de caminar las piedras, será preciso dar con la llave que abre ese laberinto de arte, misterio y vegetación exuberante. La llave consiste en construir una figura de piedras montadas unas sobre las otras y que guardan entre ellas un muy precario equilibrio. ¿Metáfora de la vida?, sólo encontrando ese difícil equilibrio será posible dar los primeros pasos en el periplo auténticamente revelador que constituye el museo. Este recorrido, integrado por un total de 32 obras de arte, puede requerir, sin exageración alguna, días enteros de pausado disfrute. El humor y arrojo a invertir queda a gusto del consumidor. El grado de implicación también varía. Puede ser un simple paseo entre bellas formas de piedra y cautivadora vegetación, o convertirse en un itinerario que deja huella por los aprendizajes conquistados a lo largo del mismo.

Baile, destreza, arte, discernimiento, intuición, habilidad manual…, toda una serie de pruebas se sucederán en un reclamo, no sólo de aptitudes, sino de entrega y de amor al juego, que una vez más representa la misma vida. El objetivo: conocernos un poco más a nosotros a través de las piedras en un ambiente de mutua ayuda y participación. La competencia, tal como señala un oportuno cartel colgado de un árbol, está prohibida en ese lugar sagrado. “Ocurre al revés de allá afuera” comparte un Zóez satisfecho de las revolucionarias reglas que imperan en su territorio. Puesto a legislar, ha colocado también una lápida de piedra que alberga las “leyes dimensionales” básicas para el armónico discurrir de la vida y que el anfitrión anima igualmente a observar.

Mil y un sorpresas

El museo está dedicado a la mujer y se ha de recorrer en parejas. Así las cosas, Zóez ha dispuesto variados juegos de cortejeo, posibilidades de declararse en espacios de ensueño, ocasiones de brindarse mutua y cómica ayuda entre el hombre y la mujer.
No es fácil describir en estas líneas las mil y un sorpresas que nos depara ese mágico itinerario de piedra, mangos y palmeras. Vaya, a modo de ejemplo, la breve descripción de algunas de las pruebas.

En la recta inicial y tras “la construcción” de la llave, el visitante queda atrapado por el magnetismo de un lugar, en el que nada responde a la casualidad y en el que cada piedra, dibujo, escultura…, pueden ser objeto de variadas interpretaciones. Pruebas de destreza física en las que es necesario el apoyo entre el hombre y la mujer jalonan la primera etapa del itinerario. Poesía, danza e incluso ceremonia, van sumiendo a los participantes en una atmósfera de luz, belleza y abierto amor.

El jardín está atravesado por un pequeño riachuelo bellamente encauzado que Zóez ha convertido en un “pentagrama acuático”. A nada que el visitante cambie de posición una de las piedras por las que resbala el agua, cambia también la música. Así pues, cada quien, en razón de cómo disponga las piedras, compondrá también su propia y relajante melodía. Según el inventor, se trata de “un sonido tan mágico que nos lleva a través de la genética al vientre de la madre”.

Tal como arriba apuntábamos, el jardín se reconstruye día a día. Junto a la casa, con una lejana pero inspiradora vista al mar, está el pequeño “jardín de la creación”, todo un surtido de piedras de las más diversas formas y tamaños con las que el visitante podrá dar vida a su propias esculturas y creaciones. Se trata de un espacio de arena colmado de caos y de piedras desordenadas, “donde la gente va a confeccionar su propio orden”.

Los más soñadores disfrutan en el “Nido de las ilusiones” donde se reúnen 16 piedras con forma de huevo de los más diversos tamaños. Se trata de “abrazar” el mayor anhelo que cada quien abrigue en su vida, a la vez que se imprime calor a la piedra. En este nido nos convertirnos en aves que “empollan” sus propios huevos-ilusiones.

Junto a este espacio se halla también un trono diseñado para disfrutar del horizonte marino. El mar no sólo entrará por unos ojos admirados, sino también por los propios oídos. A la altura de cada uno de ellos están colocadas sendas enormes caracolas (ver fotografía) capaces de trasladar al visitante hasta el océano que allí abajo, desde tiempo inmemorial, acaricia con suavidad las rocas.

Habrá también pruebas de inteligencia donde será preciso construir, al igual que en la llave del comienzo, apurados equilibrios entre las piedras, so pena de no poder proseguir el itinerario. Una de estas difíciles formas constituye el logo del museo. La elección se debe a que esta escultura, de muy precario equilibrio, le hizo descubrir a Zóez “la ley básica y estructural de la armonía”.

Se encontrarán en el recorrido también pausas de agradecimiento, como esa escultura que simboliza el culto a la familia, un pequeño monumento a las manos del padre y de la madre que criaron a Zóez y en el que, una vez más, se proporciona ocasión al juego.

Como itinerario romántico que también es el jardín, no falta el “monumento al amor sublime”. El artista se sienta en la escultura que representa a la vez un corazón y las azules alas de la mariposa. Encima de esta obra que invita a imaginar todo lo bello del amor, nos comparte: “El hombre solo es la mitad del ser, la dama sola es la mitad del ser, cuando los dos se encuentran existe la posibilidad de construir uno solo que se simboliza en dos corazones. La unión del hombre y la mujer”. Para Zoéz el amor sublime poco tiene que ver con la idea de posesión, el concepto de la propiedad privada, que constituye el “drama universal”. Así nos lo hace saber con caribeña alegría: “Cuando el amor viene para acá, ¡tremenda rumba!, ¿no? El amor es totalmente libre, si está condicionado, ya es otra cosa”.

Sin embargo las iniciaciones que procura el recorrido no dejarán de ser individuales y cada quien habrá de afrontar en soledad pruebas como la del laberinto que culmina el aprendizaje. Será preciso recorrerlo con los ojos cerrados. Zóez vuelve a modelar, ahora sobre el círculo laberíntico, con rocas de mar, arena y mucha imaginación, una metáfora de nuestros días. Una vez más, el diseñador de este itinerario de auténtica autosuperación, nos ofrece paralelismo con la vida: es necesario volver al Punto de partida. Sorteando obstáculos, superando tinieblas, probando tenacidades, despertando intuiciones…, será preciso retornar al Centro. Si sobre la arena se hallan otros buscadores, si en medio del periplo se encuentran otras almas, habrá que abrazarlas, desearlas lo mejor en su propio y siempre desafiante camino.

Fuera del museo y su ensueño, el taxista, ante la demora de los clientes, pone a rugir su potente motor. Es hora de retornar a la otra selva que lleva por nombre Caracas. Los mil y un baches del trayecto ayudan a disparar las primeras y jóvenes reflexiones. Las bellas piedras que Zoéz sembró en nuestros jardines, a la vera de nuestros particulares Caribes, nos recordarán que la vida avanza por un sendero exuberante. Las piedras, que generosamente nos metió en nuestros bolsillos al despedirnos, nos susurrarán siempre que la vida es puro juego cooperativo, puro amable y bello desafío.

LEYES DIMENSIONALES

En medio de su jardín de ensueño, Zóez ha dejado grabadas estas leyes, con la finalidad de que el visitante reflexione sobre su relación con el mundo que le rodea. Estas máximas son por lo tanto una invitación a establecer un vínculo de armonía con ese entorno.

O. El extremo del equilibrio es el balance con lo intangible.
¿Creo en mí?
I El primer regalo que me dio mi padre, Dios, es el libre albedrío.
¿Yo lo conservo?
II Mi horizonte como ser pensante en el universo es formar conciencia cósmica.
¿Me dirijo ahí?
III Mi disciplina es cumplir a plenitud con la creación.
¿Soy en algo útil?
IV La creación de la conciencia es a través de la comunicabilidad.
¿Hay comunicación?
V Actuar de acuerdo con mi conciencia y no según los bajos instintos.
¿Soy sincero?
VI Respetar a mis semejantes como a mí mismo
¿Me respeto?
VII Tener dignidad, no pedir, crear.
¿Yo pido?
VIII La auto observación permanente conduce al cumplimiento de la ley.
¿Estoy despierto?
IX La ley es la evolución
¿La cumplo siempre?
X Dios es integración, inteligencia, evolución.
¿Estoy realizándolo?
XI La armonía interior como base de la armonía exterior universaliza el equilibrio en la vida de los seres.
¿Soy dramático?
XII La paciencia como base del equilibrio crea la perfección.
¿Sé esperar?
XIII La alegría y la salud es el estado natural de todo ser vivo.
¿Soy artificial?
XIV El humano que antepone el placer a la salud no es inteligente
¿Uso la inteligencia?
XV En la naturaleza todo ser vivo posee una energía inteligente, proporcional a su existencia.
¿Yo existo?
Yo soy la llama perdón que consume el error.

 
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