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Ven Dhammananda Bhikkhuni, coraje de mujer en medio de un budismo conservador

Promueve su silenciosa revolución desde un pequeño monasterio de madera, a las afueras del bullicio de la ciudad de Bangkok, alejada de los relucientes templos de oro. Allí prepara a un grupo de mujeres para ordenarse monjas.
Su agitación comenzó al ser ordenada monja ella misma, siendo la primera en su país en dar tan “sacrílego paso”. Todavía se enfrenta casi en solitario a una casta monacal fuertemente enraizada en valores conservadores y masculinizantes.

Su pequeño cuerpo alberga inmenso coraje para persuadir en esta causa en la que cree firmemente. Derrocha nervio y entusiasmo. Ven Dhammananda Bhikkhuni nació en el año 1945 en la ciudad thailandesa de Chatsumarn Kabilsingh y lleva con increíble dinamismo sus 61 años. Internacionalmente reconocida como autoridad en el budismo, no responde al estereotipo de monja encerrada. Se hace difícil imaginarla en posición de loto meditante.
Experta budista y activista en justicia social, género y asuntos medioambientales, es la viva encarnación de la lucha de las mujeres orientales por ocupar el puesto y dignidad que les corresponde.

Hablamos con ella en el marco del Congreso Interreligioso Mundial celebrado en Bilbao. Multitud de líderes de todos los continentes se han reunido para abordar el tema “Nuevos desafíos en un mundo que ansía la paz”. La pequeña monja thailandesa despierta especial admiración en el Palacio Euskalduna. No es sencillo lograr unos minutos de entrevista con esta mujer que tanta expectación ha creado en esa cita de diálogo y encuentro espiritual.

Dhammananda despliega una enorme actividad de contactos, recabando ayudas para sus variadas causas, concediendo multitud de entrevistas. Multitud de mujeres se le agolpan también estimuladas por su ejemplo. Logramos en una pausa entre sesiones “secuestrarla” hasta las orillas del Nervión para una breve charla. En España se siente a gusto, pues observa el apoyo unánime que su causa concita. En su país es otro cantar.

Hábitos por marido
En la docencia femenina de filosofía oriental también había sido pionera. Su Doctorado en budismo le proporcionó cátedra en importantes universidades. Durante 30 años enseño en Canadá y después en “Thammasat University” de Bangkok. Eran sólo los primeros pasos de esta mujer rompedora. Su inquietud la llevaba más lejos. Estaba determinada a alcanzar la iluminación en esta vida y el camino de la renuncia le pareció el más rápido y directo.

Ese iba a ser su más valiente decisión. Fue hace cinco años, sus hijos ya habían crecido y vio que no era imprescindible para ellos. Se divorció. Dejó cátedra, marido y cogió hábitos. 300.000 monjes tailandeses y 25.000 templos temblaron ante la osadía de esta mujer. Cuando la ordenaron monja, se propuso arrinconar injusticia y sufrimiento. A fe que no ha parado.
Privada de su cabello, cabeza rapada al cero y humildes hábitos naranjas encima, pasaba a ser la única monja en el seno de la tradición Theravada, mayoritaria en Tailandia. La validez de su ordenación como monja fue contestada seriamente por el “establishment” de monjes. La tradición Theravada es particularmente antigua y severa. Ello hacía particularmente valiente su decisión.

Aún con todas las dificultades no ceja en su incansable activismo. El enfado de la casta sacerdotal es grande, pero lejos de amedrentarse, Ven Dhammananda incrementa de día en día su labor. Ha cofundado Sakyadita (Asociación Internacional de Mujeres Budistas. Es además consultora en una importante organización pacifista americana y subdirectora del comité de selección del Premio Niwano de Japón. Todo este despliegue activista le ha granjeado no pocos apoyos internacionales.

En la charla que mantenemos subraya que su activismo no es precisamente de confrontación, sino de ayuda y concientización para que los hombres monjes superen ese miedo por la ordenación de las mujeres. Seguramente, más allá de la retórica, su mayor arma es su propio testimonio, el humilde templo de en Nakhon Pathom, junto a una autopista que conduce a la capital, donde vive junto con nueve novicias.

Con respecto a su pequeño templo, aclara igualmente que no está sumida en una carrera por ordenar nuevas monjas. Deja claro que para dar ese importante paso “has de sentir una fuerte llamada”.

Activismo y vida espiritual
A su tarea reivindicativa hay que sumarle la gran labor social que despliega. Las mujeres prostitutas de su país saben bien de la bondad y entrega de esta monja. Regenta un refugio para quienes se deciden a abandonar el viejo oficio. Para esta y otras iniciativas sociales ha logrado, gracias a su popularidad más allá de sus fronteras, ayudas de organismos internacionales.

En medio de su gran actividad como conferencista internacional y activista social, como otrora ama de casa y docente, encontró hueco para escribir medio centenar de libros. El eje vertebral de su obra es el papel de la mujer en la “shanga” o comunidad budista.

Dhammananda piensa que la jerarquía budista en su país está perdiendo una buena oportunidad para actualizarse con los nuevos tiempos, en la misma medida que el resto de las instituciones y estructuras. Envidia al budismo americano más focalizado en la espiritualidad que en cuestiones de género.

Con el propio Dalai Lama ha abordado la complicada cuestión de la restauración del linaje bhikkhuni (de monjas) en el budismo tibetano. A pesar de la intensa controversia suscitada, tiene intención de seguir ayudando a que otras mujeres sean ordenadas como monjas: “Seamos o no aceptadas, nosotras estamos aquí”.

Procura que sus tareas sociales e intelectuales no mermen su vida espiritual, su compromiso interno. Dhammananda asegura que la mente iluminada está más allá de la idea de género y religión. “No has de ser budista para iluminarte. El Reino de Dios cristiano o la iluminación budista es lo mismo. El conflicto surge cuando no somos coherentes con nuestro credo. Las enseñanzas no se pueden quedar en el aire, han de pasar a formar parte de nuestra propia vida” afirma esta mujer de voz suave, pero de voluntad de acero.

Insiste que el budismo es mucho más sencillo de lo que a veces se presenta, pero le preocupa particularmente la negligencia en la práctica espiritual. Antes de despedirse, esta jovial monja, especialmente preocupada por la coherencia con sus enseñanzas, deja en el aire una pregunta nada baladí: “¿Cuántos seguimos realmente la enseñanza de Buda?”

Budismo y mujer
Durante tiempo el Nirvana estuvo vedado a las mujeres. Incluso a grandes seres espirituales les costó levantar ese ignominioso veto. Ni los excelsos maestros como el propio Buda Shakyamuni, se sustraen al peso de sus culturas. Son también hijos de su tiempo, con todas las injusticias y contracciones que ello a menudo comporta.

Hay un sutra dice: "Aún si los ojos de los budas de las tres existencias cayeran al suelo, ninguna mujer de ninguno de los reinos de la existencia podría alguna vez alcanzar la budeidad".

El budismo fue fundado en la frontera de India y Nepal 500 años antes de Cristo y rápidamente se extendió por todo Asia. Corre la leyenda que el mismo Buda manifestó en sus primeros discursos una actitud algo despreciativa para con la mujer, un ser «pícaro, lleno de malicia, en el que es difícil encontrar la verdad». A esta increíble afirmación no es ajena la doctrina suya de aniquilamiento de los deseos. La mujer estaba ligada entonces a la idea de tentación. Se creía que fácilmente podía desviar al hombre de sus propósitos. Ella no podía alcanzar la iluminación, si no era haciendo méritos para en la próxima encarnación poder venir con cuerpo de hombre y así procurarala.

Lo que ahora semeja inconcebible era normal en la vida de aquella época en la que las mujeres eran consideradas mera propiedad de sus esposos. Sin embargo con el curso de los años la actitud de Buda Shakyamuni debió cambiar radicalmente, influenciado por su tía y otras mujeres, así como de su discípulo predilecto Ananda. A partir de entonces la iluminación no dependería ya de una cuestión de género. El Nirvana quedaba también abierto para las mujeres.

Tras crear una orden de monjes (bhikkhu), Shakyamuni estableció también una orden de monjas (bhikkhuni) y les otorgó ocho reglas que ellas debían seguir. Esto supuso una gran revolución en aquel tiempo, habida cuenta de que entonces no existían órdenes religiosas femeninas. El mismo ordenó a Mahapajati y a otras mujeres como monjas, integrándolas en la “shanga” o comunidad budista.

En el mundo hay y ha habido monjas budistas de gran renombre como la norteamericana Pema Chodron y o como la alemana Ayya Khema (1923-1997)…, sin embargo en países en países como Thailandia y Birmania las mujeres sufren aún una gran marginación. Desde la Edad Media la shanga monástica en la tradición Theravada de esos países ha estado reservada a los hombres.

Concretamente Thailandia cuenta con 87 millones de habitantes, de los cuales el 95% son budistas. La sanga bhikkhuni, u orden de monjas budistas declinó y casi desapareció alrededor del siglo XII después de Cristo. Al día de hoy las mujeres en esta tradición pueden consagrarse como novicias, habrán de afeitar el pelo al igual que los hombres, pero sin embargo no tienen los mismos derechos que ellos.

Más allá de estos concretos anacronismos, el Budismo considera las distinciones de género, raza y edad como una diversidad que existe para enriquecer nuestra experiencia individual y a la sociedad humana como un todo. El Sutra del Loto es llamado a veces la enseñanza de la no-discriminación, porque revela que el estado de budeidad es inherente a todos los fenómenos. No existe diferencia entre hombres y mujeres en términos de su capacidad para lograr la budeidad, ya que unos y otras son por igual manifestaciones de la realidad última.

Silvia Wetzel (1949) ha estudiado intensamente la filosofía budista desde 1977. Según esta escritora alemana para que una religión permanezca viva tiene que volver a ser descubierta de nuevo por cada generación. No es suficiente únicamente seguir la tradición.

En su libro “Mujer y budismo en Occidente” (Icaria Editorial 2002) recalca que cuando las mujeres practican una religión, sea el budismo, el cristianismo, el judaísmo o el islam, se enfrentan a una doble tarea: por una parte encontrar la forma actual de este pensamiento, que proviene de una enseñanza antigua, adecuada a los momentos presentes, a nuestra sociedad. Por otra, examinar críticamente una religión patriarcal desde el punto de vista de las mujeres.
El mencionado ensayo muestra las enseñanzas del budismo y enumera algunas de las trampas existentes y a las que la mujer queda expuesta, si no tiene en cuenta su perspectiva de género, amén de antecedentes culturales.

Mahayana y Theravada las dos grandes ramas
En la actualidad, el budismo está dividido en dos grandes escuelas: el budismo Mahayana (Gran Vehículo) y el budismo Theravada (Enseñanza de los Ancianos). El budismo Mahayana se expandió hacia el norte, mientras que el budismo Theravada permaneció en el sur. Es por esta razón que también se denomina al Budismo Mahayana, budismo del Norte y al budismo Theravada, budismo del Sur. Ambas escuelas están presentes en Occidente.

La rama Mahayana ha tenido una especial influencia en China, Japón, la isla de Taiwan, Tíbet, Nepal, Mongolia, Corea y Vietnam, así como en la India. En estos países no hay problema con la ordenación de mujeres, Se da el caso de que por ejemplo en Taiwan hay más monjas que monjes.

La Theravada es mayoritaria en países como Sri Lanka, Camboya, Laos y los ya mencionados de Birmania y Thailandia… En Sri Lanka ya hace unos años que aceptaron la ordenación de monjas, siempre y cuando estas fueran asistidas por monjas ya ordenadas en países como Corea o Taiwán.

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Bhikkhu en idioma pali o bhikshu en sánscrito se interpreta por monje, el equivalente femenino es bhikshuni o bhikkhuni. La traducción literal es de mendigo ya que es tradicional que el monje pida su alimento. En muchos lugares este hecho constituye desde hace siglos toda una tradición: la gente dona alimentos a los monjes en su escudilla y ello les ayuda a proporcionarles una reencarnación afortunada. Tradicionalmente el monje no se dedicaba a trabajos manuales. Ello variaba en países como China en donde sí se dedicaban a tareas agrícolas.

“Soy la única entre 300.000 sacerdotes budistas en Tailandia. Estoy en una situación no ilegal pero sí irregular. En Birmania, este año, encarcelaron durante 76 días a una sacerdotisa budista, porque se negó a firmar una declaración en la que reconocía la falta de validez de su ordenación” Dhammananda Bhikkhuni

“A veces, se trata tan sólo de cambiar la manera de ver las cosas. Las personas son las mismas, pero ha cambiado su mirada. Necesitamos una forma diferente de ver las cosas, un giro del corazón” Dhammananda Bhikkhuni

 
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