“Mi vida ya no podría tener sentido sin vivir amando y ser amada por Él”

Nació en el año 1937. Es monja desde los 19 años. En el año 1988 pasó a tomar parte de la pequeña comunidad de Puiggraciós, en la montaña del Vallés Oriental. La comunidad madre se ubica en el Monasterio de Sant Pere, en el corazón de la gran ciudad, en pleno Barcelona.
Entre 1997 y 2005 asumió la responsabilidad de la Comisión Ibérica del DIM (Diálogo Interreligioso Monástico). Afirma que acercándose a la fe de las otras tradiciones religiosas enriqueció en gran manera su propia fe.
En sus pequeños ojos concentra el gozo de una vida en Dios y para con Dios. En los ojos y en los dedos que expresan también a su manera, cítara por medio, esa misma suerte de comunión con lo Innombrable. Su opción monacal, no es huída del mundo. Ahí está su compromiso con el diálogo interreligioso, con la música espiritual a través de los conciertos que concede. Aquí también su testimonio henchido de esperanza…

¿Qué le ha dado la experiencia del encuentro interreligioso?
Siempre me ha maravillado el descubrir cómo Dios se comunica y se revela a toda persona que Él ama, puesto que la ha llamado a la vida. También ha sido gozoso el descubrimiento de que todas las religiones son caminos de salvación para aquellas personas que buscan a Dios con rectitud de corazón. Sé que Dios, por el mismo hecho de habernos creado, no desea sino entrar en diálogo con nosotros y por eso se ha revelado desde el inicio de la Creación. Nuestro cristianismo no excluye, ni agota el largo diálogo que Dios ha vivido con toda la humanidad. Lo leemos en la carta a los Hebreos: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas” (Hb 1,1)

Esto ha sido una agradable sorpresa para mí. Además de parecerme muy coherente, confieso que me ha invitado a una experiencia exigente. Me impele hacia una apertura, llena de respeto, hacia las otras religiones. Ello no supone que yo tenga que relativizar mi fe y mi esperanza cristianas, al contrario. Si las otras religiones son verdaderas manifestaciones de Dios, también son algo que nos pertenece a todos. Esto nos pide más y más una buena formación para el diálogo interreligioso.

Deseando aprender de la sabiduría de las otras religiones, he descubierto la riqueza con que Dios se ha ido revelando a lo largo de nuestra historia. Esto es para mí una llamada interior a maravillarme ante la sacralidad de toda tradición religiosa.

Me gusta sentarme a la mesa de los buscadores de Dios y crear lazos de verdadera amistad con ellos. El encuentro interreligioso es también el arte de saber compartir la teología del propio corazón con personas a quien Dios ha revelado también su rostro. Toda religión no es sino un afán por el encuentro de Dios con el hom­bre y del hombre con Dios.

¿Cómo habla hoy Dios al mundo?
Hoy Dios nos habla a través de nuestra realidad dura, quizás como hablaba al pueblo israelita que vivía bajo la esclavitud del Faraón y sin fuerzas para rezar. Sí, después de un Concilio Vaticano II, después de conseguir una democracia y después de tantos sueños, pensábamos que se inauguraría un mundo más humano, fraterno, justo, solidario y pacífico y, sin embargo, hemos de vivir incomprensibles guerras, corrupciones, confrontaciones políticas y un hedonismo que aún corrompe más.

Sumergidos en el bienestar y en el consumismo, nos sentimos incapaces de instaurar el Reino con nuestras solas fuerzas. No tenemos profetas que promuevan el camino de la justicia hacia los pobres. Nos sentimos abatidos y pecadores, pero nuestra realidad es nuestro clamor. Dios lo escucha y nos habla. Sí, quizás desde el silencio escucha atento nuestro clamor.

¿Qué le ha dado la experiencia monacal, de retiro del mundo?
Para mí ha sido ciertamente un separarme de él para estar más presente en él. Como monja contemplativa me siento muy arraigada en el mundo. Deseo derramar sobre él la fidelidad cotidiana de mi oración. La vida contemplativa me ha dado también la certeza de que siempre es infinitamente más importante la acogida del hermano o de la hermana que mis ejercicios religiosos.

La vida monástica me ha ayudado además a crecer y a madurar como mujer tanto espiritualmente como humanamente, o sea, en capacidad de amistad, de entrega y de comunicación con Dios y con las hermanas. Por un lado me induce y anima a vivir con toda seriedad el seguimiento de Jesús, contemplando su vida y escuchando su palabra. Por el otro, la vida monástica me ha arraigado en la misericordia de Dios y en la trascenden­cia a la que nos dirigimos.

El sentido de la misericordia de Dios es algo que puedo compartir ple­namente con todas las otras religiones. Si la religión nos hiciera sordos a los gritos de los hombres, no ten­dríamos derecho a decir ninguna palabra sobre Dios. Dios es ciertamente para mí el Trascendente y a la vez el Inmanente, mi identidad más profunda.

¿Cómo concibe Griselda el servicio desde el retiro monacal?
Mi servicio es vivir en el mundo como monja. Soy conciente que no todos debemos hacer, ni todo, ni lo mismo. Me gusta la imagen del que señala la luna con el dedo. El claustro, el hábito sencillo, el velo… son signo de mi dedicación a Dios. Lo importante no es el dedo, sino la luna.

El servicio tiene también dentro del monasterio una expresión muy concreta de amor a las hermanas de comunidad, pero también debemos abrir nuestras puertas al mundo, por ejemplo mandar las cartas urgentes que recibimos de la ACAT (Acción de los Cristianos por la Abolición de la Tortura). Yo soy la encargada de enviar esas cartas cada vez que recibimos una llamada urgente. Esta acción es para mí un acto de amor real hacia un hermano que sufre tortura, pena de muerte, que está incomunicado…, sea de la tradición religiosa que sea.

El monasterio tiene otro servicio muy concreto que es la acogida de huéspedes. Nuestro retiro abre las puertas a quien quiera compartir nuestra fraternidad y oración. Esto pide mucha disponibilidad.

¿Se puede servir a la humanidad desde un santuario apartado?
No puedo pensar cómo sirvo a la humanidad, sino solamente a mi pequeño entorno y radio propio. El Santuario, sin embargo, es a menudo una referencia importante para los pueblos que le rodean y a los que pertenece.

Nuestras “Vetlles de pregària” (“Vigilias de oración”), a las que acuden muchas personas, son a menudo un grito profético a favor de la paz. Sensibi­lizamos nuestro vivir de acuerdo con la “justicia” que quiere Dios. Desde el Santuario podemos también hacer oír nuestra voz y decir “No a la guerra” por ejemplo en algún periódico, o a favor de la acogida humana de los inmigrantes.

Me gusta una frase del teólogo Martín Velasco que, a la frase ya conocida de Kart Rahner de que “el cristiano será un místico o no será”, añadió que “el cristiano será solidario y cultivará la lucha por la justicia”. Somos monjas y por lo tanto personas solidarias con nuestro pueblo, tal como lo profesamos en uno de nuestros votos monásticos. Con el voto de “estabilidad”, no solamente nos comprometemos con nuestra comunidad, sino también con nuestro pueblo y mundo.

¿Cómo concibe en el futuro Griselda la vida monacal?
No me la imagino, pero confío en Él. No puedo dejar de soñar un futuro mejor. Este sueño autentifica mi experiencia espiritual y me llama a abrir nuevas e impensables dimensiones. El monaquismo debe tener una palabra-grito frente al hedonismo y a la indiferencia, frente a la pobreza. Debe sentir la responsabilidad de humanizar la humanidad en nombre de Dios. Los monjes debemos aparecer junto a nuestra sociedad. Debemos testimoniar que el Tesoro auténtico encontrado ha sido lo que nos ha hecho des­prendernos de las cosas superficiales de la vida. La radicalidad evangélica conlleva el vender todo lo que tenemos por este Tesoro.

Háblenos por favor de ese Tesoro… ¿Está muy enterrado?
Este Tesoro es Cristo Jesús. Él es el Jesús de Nazaret, un pueblo muy pobre. Allí vivieron María y Jesús, hasta que Éste se separó de ella para ir a ver a Juan el Bautista. Fue fiel a la misión que iba descubriendo dentro de Él como la voluntad del Padre, y a la vez es también el Verbo de Dios. (Prólogo del Evangelio de Juan 1, 1-5)

Encontrar este Tesoro a veces supone ponernos en búsqueda. Otras veces lo encontramos de forma sorprendente, pero es un encuentro feliz que hace sentir que nuestra vida tiene ya otro sentido. Entonces nada de lo vivido anteriormente es suficiente. Deberemos seguir buscando la plenitud de aquel Rostro que nos ha fascinado. Ya no podremos vivir más sin Él. Es un encuentro feliz que permanece dentro de nuestro corazón.

¿Dónde y cómo encontró Vd. ese Tesoro?
Yo tenía 14 años. Fue una experiencia muy íntima y fuerte. Antes de acostarme cada día dedicaba unos momentos a la oración. Aquel día fue una oración diferente. Sentí muy vivo el amor de Dios. Mi vida ya no podría tener sentido sin vivir amando y ser amada por Él con la misma fuerza con que yo había experimentado su amor. Esta experiencia fue mi llamada a vivir como monja en el claustro.

¿Desde su retiro, echa en falta algo del mundo?
¡No, nada, porque llevo el mundo dentro de mí! En la oración me gusta repetir: “Yo y el Padre somos uno. Yo y el mundo somos uno”.

¿Desde joven careció para Vd. de sentido el reclamo del mundo material?
Vivir como monja es para mí una llamada al desprendimiento constante de las cosas. Me duele pertenecer a la parte rica de la humanidad.

¿Qué le ha aportado ser miembro del DIM (Diálogo Interreligioso Monástico)?
Ser miembro vivo de esta asociación enri­quece el futuro de mi fe. Me gusta sentirme cercana, fraterna, humilde, acogedora y llena de respeto al lado de quien pertenece a otra religión, sabiendo que su experiencia espiritual es también un don de Dios para mí. También hago mía la frase de Claude Geffré “El pluralismo religioso ha devenido destino inevitable de nuestra fe y de nuestra teología”.

¿Qué le ha dado a Griselda la música? ¿Qué lugar ocupa en su vida?
Para mí la música fue una prueba para poder entrar al monasterio. Tenía solamente 14 años, cuando ya tenía claro que mi vocación era “ser monja”. Pero la madre abadesa me dijo que podría entrar “¡tan pronto terminara la carrera de piano!” de la que solamente tenía cuatro cursos. Así que para mí la música no era un objetivo en sí, sino solamente una prueba a superar.

Sin embargo la música ha sido siempre una gran compañera de mi vida y de mi oración. Después del piano, en el monasterio vino el armonio, después la guitarra, la flauta dulce y finalmente la cítara. Todo instrumento musical ha sido para mí una oración, un entre­namiento para cuando en el Cielo pueda “cantar delante del Cordero con los vi­vientes y los ancianos, el cántico nuevo y Le adore” (Ap 5).

Como monjas benedictinas, la música siempre forma parte de nuestra liturgia. Para mí poder tener siempre en las manos un instrumento de música, especialmente la cítara, es además un gozo espiritual. Este instrumento reza y hace rezar. Me gusta compartir esta experiencia en momentos que logro hacer del silencio una escucha más profunda de Dios.

¿Una hora de música o una hora de oración?
Si se tratara de escoger diría: una hora de oración, aunque ésta a menudo pueda ser una hora de “noche oscura” o de pura fe. Te revelo mi secreto, mi credo más corto es: “Dios me ama y yo lo sé”.

¿Cómo lo ha descubierto?
Es un secreto personal, o quizás profesional. En nuestra vida monástica hay espacios “sagrados”, aunque cada hora y minuto son sagrados, pero yo me refiero a los días de “desierto” que consisten en vivir la jornada en total soledad. Un día al mes nos dedicamos solamente a la oración, a la lectura espiritual y al encuentro con Dios. Este día supone una fidelidad a nuestra vocación.

Yo pienso que mientras la gente vive sus tareas más o menos duras, su responsabilidad en la lucha de cada día, sus compromisos profesionales en tanto que médicos, maestros, padres de familia…, yo soy llamada a vivir la búsqueda de Dios en comunión y en nombre de mis hermanos y hermanas del mundo. Vivo esa experiencia desde el amor y el diálogo con Dios.

Antes me gustaba más rezar los salmos de alabanza con acentos más místicos, ahora me gustan los que me unen más a las personas que sufren o los que son gritos de sufrimiento. Estos salmos constituyen la oración que más me une a esas personas. A través de los salmos me convierto en su misma oración.

¿Hay esperanza para este mundo?
¡Sí, faltaría más! ¡Dios ama el mundo! Lo ama hasta entregar por él su mismo Hijo. Debemos ser conscientes de que la historia ha vivido épocas peores a la nuestra. Debemos también saber valorar tantos ejemplos de humanidad y de grandeza como existen hoy. En la Iglesia hay muchas personas entregadas a los más pobres con una fidelidad heroica. Hoy somos muy conscientes de que la riqueza está repartida injustamente, pero tanto en la política como en la Iglesia hay personas con mucha autoridad moral que nos dan ejemplo.

A mí me gustaría que hubiera una autoridad mundialmente reconocida como hubiera tenido que ser la ONU, y como apunta el Papa en su última Encíclica. Esa autoridad no permitiría ni guerras, ni corrupciones. Pero parece que es mejor la existencia de distintas voces y legitimidades.

¿Por dónde pasa esa esperanza?
Por Jesús, que nos ha prometido estar con nosotros hasta el fin del mundo. Es Él quien nos llama a vivir en su Reino: “Padre, que todos sean uno. Como Tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos sean también uno en nosotros… Que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tu en mí, para que sean perfectamente uno… Que el amor con que Tú me has amado a mí, esté en ellos, y yo en ellos”( Jn, 17)

Esta es la voluntad de nuestro Señor Jesús. Por ella nos ha dado su Espíritu. Esta debe ser nuestra esperanza. La vida futura de la humanidad será una vida llena y feliz en el Reino de Dios.

 
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