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A la vuelta de Kolkata

Ni siquiera las noticias de televisión. Callo también los tiros bárbaros de París. Silencio en estado puro, sólo brisa, sólo tímidos pasos por senderos de a ninguna parte, sólo ecos, silencio cargado de cercanos latidos. Los taxistas de Kolkata tocan sus estruendosos claxones por los encinares de Artaza… Saboreo la distancia, saboreo el ruido lejano. Busco la enseñanza perdida a saber en qué instante de ese agreste asfalto. No sé si lograré caminar de nuevo las calles de esa ciudad de infierno, no sé si seremos capaces de llamar a la puerta de sus hogares de acogida y orfanatos con nariz de payaso…, pero hoy necesito beber silencio a mares, a lagos y pedir mucho, pedir a cada instante, a cada paso por quienes no pisarán bosques, ni palparán sus silencios…

No hay duda de que Dios está en todas partes, pero si ha de elegir, seguro que ronca entre los más de tres millones de seres que descansan cada noche en las calles de Kolkata colmadas de basura, de seguro que se aposenta donde más Le urgen, en medio de los slums, de los océanos de mugrientos chamizos; allí, entre los semáforos que nadie atiende, entre el barullo de los mil y un claxones; allí, por supuesto siguiendo las sandalias de las almas generosas en permanente socorro de los desvalidos que nadie quiere. Si tiene que elegir, de seguro que acompaña a cada una de esas benditas de shari blanco y cruz en el hombro que se dan por entero…

Pero hoy me urge abrazar al Dios que calla y sopla. Sopla el viento, mueve los mares y las ramas, acuna las almas… Hasta los universos mueve sin ruido de goznes, sin chirriar de rodamientos. Hoy me inclino ante el Dios que mana fuentes y hace fluir silentes caudales. Hoy me quedo con el Dios del silencio, en su compañía que suspiré en medio del eterno atasco de cada tarde, tras catarata de risas con los niños.

Hoy respiro sin pañuelo en la boca, escucho sin tapón en los oídos. Lanzo una mirada lejana que no tropieza con dolor humano, tampoco con ninguna pesada nube cargada de plomo, con ningún vehículo destartalado... Hoy no he de atravesar el temido puente de Howrath. Las guías lo consideran una maravilla de la ingeniería, pero olvidan que se quedó pequeño para los dos millones de personas que lo atraviesan cada día. Hoy me recuesto en la sabia roca de silente memoria. Hoy me caliento junto a un fuego que baila, calienta y apenas crepita…, y apuro hasta el mínimo detalle el recuerdo de la santidad plena, ejemplarizante que he contemplado. Anclo hondo testimonios de los que no me permitiré el olvido. Anclo sus voces, sus miradas, su luz que deseo conmigo.

Hay también sonidos en las antípodas del ruido, capaces de reconciliarte con la capital de Bengala. Son las seis de la mañana y suenan las campanas en Casa Madre de las Hermanas de la Caridad llamando a la misa a la que acudirán voluntarios de las más diferentes naciones. Cae la tarde a orillas del inmenso Ganga. En el interior del templo Belur Math resuenan los mantrams de los cientos de fieles hindúes. Hay una espiritualidad viva y genuina que no logró ahogar la ciudad más ruidosa del mundo.

No me quito de la cabeza a Kolkata. Vuelan demasiado rápido los aviones. Pocas horas separan dos mundos absolutamente diferentes. No hay tampoco parada en medio. Dicen que la síntesis de Occidente y Oriente corre por cuenta de cada uno. Por eso paseo los bosques e interrogo la montaña, por eso exploro las enseñanzas que aún no se han revelado al término de este intenso viaje.

Silencio para recordar que no podemos acorazarnos toda la vida en los silencios, que la vida es entrega, es dar, es salir desnudos al paso del mundo y su barullo. Silencio para recordarnos que llegarán más ruidos y estruendos, si queremos atender al compromiso contraído en esta vida. En el itinerario acordado estaban esos claxones que rasgan los tímpanos, esas madres que mendigan en cada esquina, esos tullidos sin piernas que avanzan veloces tras el turista, esas ciudades que uno ya no olvida jamás…, pero en la ruta establecida no debe estar el lamento. Mañana de nuevo batalla. Mañana haremos otra vez la maleta de rodar y rodar sin parar, mañana los trajes de colores de nuevo planchados, la sonrisa de nuevo afinada…, pero hoy silencio, sagrado, inviolable, intransferible, imprescindible silencio.

Era una parada indispensable en el itinerario personal. Era una enseñanza, si bien dura, ineludible. Era preciso conocer el dolor del mundo en su más extrema manifestación. Hemos visto lo que nunca pensé veríamos. Hoy me reencuentro feliz con el Dios sigiloso que dejé plantado hace más de tres semanas en la montaña. El sol suave que ilumina el recuerdo, que acaricia la piel y la mañana, que platea el Urederra y las hojas del encinar es el mismo que desinfectaba los rincones inmundos de aquella ciudad atribulada. Dar, sólo dar y en medio un segundo de abandono. No hay derrota en ese silencio, no hay fracaso si por una tarde, sólo una, nos dejamos mecer por el Viento…

Información gráfica:
http://picasaweb.google.com/aldaikoldo

Artaza 18 de Marzo de 2010

 
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