Muda canción de cuna

Muda canción de cuna
Un nuevo relato sobre el aborto


"Tener un hijo termina con tu ego. No te lo puedes permitir. El niño no sobrevivirá si no renuncias a ser egocéntrico. Tienes que estar ahí desinteresadamente para él. Por eso tener un hijo es un regalo increíble. Porque termina con la idea de que tú eres el centro del universo."
Richard Gere

“A menudo olvidamos que el alma retorna, más pronto que tarde, con otro vestido corporal, con otra canción de cuna en su oído, pero con un mismo anhelo de seguir creciendo, creando, amando.”
K. A.


Arteixo y Artaza, 2012-2013
Koldo Aldai
































Por aquel ser que impedimos su ingreso en la tierra, para que pueda encarnar y desarrollarse en este planeta maravilloso.



















Indice:


Prólogo
A modo de presentación…

I CAPÍTULO
Tras la mirada de Arriba

II CAPÍTULO
Glosa a la esperanza…


III CAPÍTULO
Motivos para la muda canción.

IV CAPÍTULO
Resuene mañana esa canción…

V CAPÍTULO
En primera persona

VI CAPÍTULO
Sexualidad hedonista

VII CAPÍTULO
Volver a nacer

VIII CAPÍTULO
Acercamiento al misterio de la vida…

IX CAPÍTULO
Consecuencias kármicas del aborto voluntario

Epílogo
Apéndice.
Bibliografía


Prólogo

Éste es sólo un esbozo, un libro inconcluso, por ello también un libro vivo. Disto de haberlo culminado. Aún germen, aún en “gestación, como las criaturas que desea defender, surge a la luz, se pone a vuestra disposición.

¿A qué se debe, preguntará con razón el lector, este parto prematuro? Seguramente la pretensión de editar un libro dinámico que irá en el futuro orgánicamente creciendo y desarrollándose. Ojalá a esta edición le den continuidad otras más completas. Había también urgencia de volcar estas palabras, deuda antigua con la vida que ya no admitía prórroga. Este es un alegato a favor de cuanto palpita. No es un libro contra el aborto, simplemente porque no podemos ir en contra de nada, ni de nadie, pero es un argumento que por supuesto pretende disuadir a cualquier mujer, a cualquier pareja que se encuentre en la disyuntiva del aborto, de no realizarlo por nada del mundo.

Éste es por lo tanto un libro militante en el sentido más respetuoso del término, libro con causa que se pretende grande y ancha. Persigo en las páginas que tienes a continuación, una causa que jamás pensé que abrazaría, menos aún con este empeño. La vida da muchas vueltas y hay que ir con ella, vivir las situaciones y las circunstancias que nos depara con asombro, con agradecimiento. Hoy corremos a los frentes a los que jamás pensamos en el pasado que acudiríamos, frentes de florida apuesta, nunca de combate. Ya agotamos todos los proyectiles en trincheras que no debíamos. La Vida da muchas vueltas, pero ello no nos debiera sorprender, a la vista sobre todo de las grandes transformaciones que ella demanda en nosotros/as.

Sí hay que ir con la vida y a donde nos empuja, por mucho que no entendamos el pretérito recorrido, por mucho que nos preguntemos si era preciso tanta vuelta, tanto error y desvarío para llegar donde estamos.

Me llego hasta el teclado con la pena de haber restado a la Vida. Quiero intentar aportar a la Vida algo, por lo menos, de lo que le he privado. Me reconozco en el lugar que debo de estar, defendiendo aquello en lo que creo profundamente. Sólo así puede manar la letra entusiasmada (En-Theos). Ella está a sí misma convencida, pero no hay cruzada alguna, no pretende convencer a nadie. Sólo avance por estas páginas quien lo desee. Cada quien es libre de revisar sus esquemas y paradigmas. Aquí sólo abrigo testimonio, humilde anhelo de compartir. Felizmente estamos de vuelta ya de algunas batallas. Ya hemos causado también conflicto a las puertas de santas Jerusalems que torpemente considerábamos nuestra y no de otros “infieles”.

Siembro postulados los Maestros e Iniciados en los que creo, pero el Viento es de Dios, la cosecha también Suya. En mi cometido escoger las más esmeradas palabras, los más finos y a la vez cuidados y vigorosos argumentos. Participamos de ese Plan Superior en la medida que nuestro ser se vuelca en su avance. Entonces es cuando los recuerdos llegan y las letras se ordenan y las ideas afluyen y la poesía florece. La inspiración sólo es si nos alineamos y consagramos con corazón puro a un alto ideal. De lo contrario sólo desvariamos, de lo contrario literatura más o menos barata que emana del ego. Ya hicimos también de eso. Una sola vida da para demasiados errores...

Apelo al alma para que se manifieste en la punta de estos dedos que teclean con ilusión. Sólo desde la sinceridad personal podremos alcanzar la futura comunicación a la que este trabajo también aspira. Deseo enriquecer el librito con vuestras aportaciones, a partir de su resonancia en vuestro interior. ¿Cómo es el sentir de las mujeres, de las parejas que se han visto en esa tesitura, que pasaron por el trance de interrupción voluntaria del embarazo? No hay literatura específica sobre el aborto desde una perspectiva de conciencia. De ahí quizás también la premura. Hay panfletos de uno y otro lado, hay seria argumentación de una Iglesia que clama contra el aborto. Por supuesto apreciamos esa defensa que viene desarrollando la comunidad católica, pero sentimos que hay que abordar el tema de bien distinta manera. Éste es un intento. Primero desproveernos de prejuicios, de espíritu de batalla, segundo añadir la lógica, el argumento que nos proporciona, no el dogma, sino la sabiduría divina a la cuál deseamos servir.

Pretendemos igualmente facilitarar un texto breve y sencillo sobre los misterios de la vida y la llamada muerte dirigido a aquellas personas que se sienten interpeladas por esas, las más apremiantes preguntas de la condición humana. Para abordar el tema del aborto era indispensable adentrarnos en los misterios mayúsculos que todo ser humano ha de afrontar en algún momento de su encarnación, a saber: “¿Quiénes somos?, ¿De dónde venimos?” y ¿A dónde vamos?” En el libro abordamos, siquiera de forma resumida y somera estos interrogantes vitales. No podemos encarar seriamente la cuestión del aborto, sin tomar previamente conciencia del alma, de los diferentes cuerpos con los que se viste nuestro espíritu, de los diferentes mundos y dimensiones en los que, consciente o inconscientemente, somos y vivimos.

Volveríamos una y otra vez a la carne en el intento de desarrollar nuestras posibilidades divinas. Viviríamos existencias repetidas en cuerpos cada vez más perfectos. Dice la tradición oculta que esas posibilidades latentes se irían transformando en poderes dinámicos. Nadie se perdería en ese proceso cuasi-infinito. La entera humanidad alcanzará finalmente la meta de la perfección y de la unión con Dios. Es en este marco conceptual que nos proporciona la sagrada sabiduría que nos permitimos explorar en todo lo relativo al aborto.

Pueda servir por lo tanto el texto a la ancha comunidad de seres inquietos, de las almas sedientas, de las mentes flexibles. Será precisa mucha flexibilidad para asumir postulados que aquí se vierten. A estos círculos nos debemos, al círculo más amplio de una humanidad que despierta a marchas forzadas. Lo que ayer era un percance, hoy nos consta que es un atropello, es un craso error por el quizás hemos debido pasar para tomar plena conciencia de la ley de la solidaridad universal, para ganar en amor, en compasión, en conciencia sagrada de la vida una. A esa conciencia sirven estas letras.

No debamos mañana tener que volver sobre esta lección. Podamos servir a la Vida ya sin perjudicarla, en la plena conciencia, en la plena entrega. ¡El Cielo nos arroje su pura Luz! ¡El Cielo así lo quiera!

Post data:

Pido disculpas por la utilización del masculino genérico. No deseo aburrir al lector contemplando en denominaciones generales los dos sexos. Podamos considerar que vida tras vida alternamos el género, que además, una vez alcanzada la realización, llegados a la perfección al superar una suprema iniciación, abandonaremos también nuestra condición circunstancial de seres sexuados.












I CAPÍTULO
Tras la mirada de Arriba…

Puede que estén en marcha, que se estén templando y afinando, pero aún no nos han llegado ojos como los de Arriba. Aún no nos ha alcanzado la mirada ecuánime, neutra, pura, desnuda de todo interés personal, de toda connotación de tiempo, circunstancia, cultura… Aún no podemos observar el mundo como lo hacen los Grandes Seres, con absoluto desapego.

Ojalá esté llegando... Yo pido para que nos alcance esa mirada elevada, esa vista de águila. Pido para que podamos ver las cosas y el mundo con claridad. Observar sin la miopía de la personalidad, sin las oscuras gafas del interés, observar sin juicio, ni prejuicio, para poder ver ancho y luminoso, para poder hacer el mañana mejor y diferente. Una y otra vez deberemos pensar ante las continúas encrucijadas y disyuntivas que nos acerca la vida: ¿Cómo verán esto desde Arriba?, ¿cómo actuarían los Grandes Seres?, ¿cuál sería la observación de Jesús?...

Debe estar llegando la otra la mirada pura y de largo alcance, la que no busca nada para sí, la que está por encima de los colores y las ideologías…, pero aún habremos de contentarnos con nuestra mirada en mayor o menor medida cortoplacista y miope, que busca, pero aún no alcanza penetrar la bruma del espejismo.

Valiéndome de esa mirada necesariamente corta y miope, he escrito este pequeño libro en este invierno. Este año no ha habido largos viajes, ni narices rojas, ni feliz bulla de los pequeños en el Tercer mundo. Reuní leña seca, encendí un fuego y me puse a investigar y a teclear. “Muda canción de cuna” ya está en vuestras manos.

Cada quien invierte sus inviernos en lo que mejor puede. Por mi parte he querido comenzar a saldar deudas. No podía haber escrito sobre un tema más controvertido: el aborto. ¿Puede haber cuestión más polémica? Lejos de buscar nada de ésta, busco enriquecimiento por parte de los lectores/as, busco aportaciones, testimonios, experiencias… Tal como apuntábamos, no hay ningún libro que, desde una perspectiva de nueva conciencia, trate de abordar el tema de la interrupción voluntaria del embarazo. Hay sí alegatos encendidos de uno y otro lado, pero nosotros/as vamos tras una mirada nueva, desapegada, a la vista de la ciencia divina y de la ética sin tiempo.

La confesión tiene también su parte de catarsis. Anhelo comenzar a abonar deuda por el atropello del que también soy responsable. En el tiempo que echamos tantas responsabilidades fuera, es preciso también observar las que obviamos y llevamos dentro. Trato igualmente de encontrar argumento para que ninguna madre, en ninguna circunstancia, tome dirección de esas clínicas donde apagarán la vida que llevan dentro. Busco también observar este tema como lo hacen desde Arriba, de ahí los textos, que sobre la cuestión, extraigo de los Grandes Maestros.

He compartido ya el borrador con amigos cercanos. “Es un poco rancio”, me ha confesado uno. He dejado resonar en mí su opinión. No descarto que albergue su parte de razón. Yo no lo sé. Desconozco dónde está el punto medio, dónde se halla toda la verdad. No sé si los argumentos que se vierten en el librito están debidamente actualizados… Por lo tanto sólo puedo con humildad poner sobre la mesa el tema, manifestarlo en la profundidad que encarna, sólo puedo encender ese foco antiguo de la ciencia espiritual y aportar una errada experiencia personal… A ello me dispongo.

“La palabra de los Maestros que viertes sobre el libro tiene cien años... La situación ahora es diferente…”, me dice el mismo amigo y yo medito sobre esa opinión. Me persiguen sus palabras, la razón que en ellas pueda morar: ¿En verdad, tanto habrán cambiado las cosas…?

Sobre las ruinas de una civilización absolutamente caducada, estamos erigiendo una nueva. Cuidemos bien los ladrillos que escojamos. No nos sirven ni los valores cristalizados de un conservadurismo a menudo más que interesado, pero tampoco nos valen los postulados de una “progresía” más que perdida, sin referentes elevados, desnortada. Un nueva ética se está formando, no basada en el tiempo puntual, las circunstancias concretas, los intereses particulares…, sino una ética universal, atemporal instalada exclusivamente en la Leyes Divinas, la de Solidaridad y el Amor Universal a la cabeza.

Merece la pena abordar estas cuestiones controvertidas, si en nuestro alma anida el genuino anhelo de ver con más y más claridad. Las nuevas tecnologías, las redes sociales nos permiten lanzarnos a esa búsqueda de la verdad y la luz de forma más compartida. Nadie tiene sobre la cuestión del aborto la última palabra. Cada circunstancia es una y cada aborto, desde el prisma de la Ley superior, merece su propio análisis. Puesto que el tema es delicado, puesto que nos puede tocar bien dentro…, es preciso abordarlo con sumo respeto, con la más grande compasión que entre en nuestros corazones, con el ensayo por supuesto de esos ojos nuevos, objetivos, pero también misericordiosos en todas las direcciones... Personalmente veo importante y revelador lo que nos han hecho saber los Grandes Maestros e Iniciados sobre la cuestión. Creo que se hallan en lo cierto, si bien toda infracción a la Ley del Amor puede tener sus atenuantes, algunos grandes incluso.

En esta y en otras cuestiones controvertidas, podamos ver desde una atalaya más y más elevada. Pueda ser nuestra mirada, cada vez más la Mirada de Ellos, la de los Grandes Seres que vivieron nuestros mismos desafíos, nuestras mismas circunstancias y vencieron y alcanzaron la perfección, y ahora son con nosotros y nos tutelan y nos acompañan, respetando siempre, siempre nuestro libre albedrío.



































II CAPÍTULO
Glosa a la esperanza…

“Muda canción de cuna” es una glosa a la esperanza, no es un ensayo en contra de la muerte. La muerte no existe y el ser que desde el seno materno ve cerrado su acceso a la tierra volverá, porque todos, todos lo intentamos una y millones de veces. Todos nos volvemos a introducir en el candor de esa cueva y pedimos opción de volver a pisar esta tierra bendita. El alma sólo cambia de vestidura. La muerte no existe, pero tenemos la obligación de procurar la vida en la materia. La muerte no existe pero el llamado aborto es una frustración enorme para el ser que tiene bien ganado ya su derecho a evolucionar sobre este planeta. La muerte no existe, pero nosotros la llegamos a crear, fuimos sus cómplices en aquella carrera osada de egoísmo supremo. La muerte no existe y por eso en este libro no encontrarás un ensayo en contra de nada, ni de nadie, sino el más firme alegato a favor de la vida que surge del arrepentimiento.

Estas letras pretenden ser abrigo protector de esos vientres que albergan o albergarán futuros seres, coraza a favor de los más vulnerables, aquellos que por no tener no tienen ni puños, ni dientes para defenderse, aquellos que no han nacido, que no han surgido a esta vida física, pero que viven y respiran al otro lado del velo.

Tarareo al teclear la canción de cuna que nunca canté. Trato de romper mis propios tabúes y silencios. Aligero pesar a golpe de teclado. Volcado en la pantalla, me libero y trato humildemente de contribuir también a que otros se liberen. Estas letras no son sólo catarsis, pretenden ordenarse para contribuir a que se haga la luz en el seno de otros corazones. Teclear puede contribuir a emanciparnos de nuestros dolores, sin embargo, más allá de nuestro pesar en alguna medida liberado, habremos sobre todo de reparar en lo que nuestras letras puedan alumbrar y por lo tanto ayudar.

El libro se ha ido madurando a lo largo de los años y llega en el momento que ha sido posible. Antes no lo era. No había ángulo, por no haber no había ni mirada compasiva hacia ese ser inocente, indefenso. La adquisición de cierta madurez vital va acompañada de una visión más cabal que nos proporciona la sabiduría divina. Los años felizmente nos van configurando, nos van tornando más serenos, más ecuánimes. La vida y sus revelaciones, no suceden en balde. Ayer incendiarios y hoy bomberos. Intentamos apagar con la mayor objetividad y serenidad de hoy, las múltiples hogueras que prendimos con la inconciencia de ayer. Una y otra vez nos preguntaremos por qué estos conocimientos no llegaron antes, por qué tuvimos que elevar tantas llamas, cometer tantos despropósitos… ¿Hubo que pasar por allí? ¿No había atajo? ¿ No se pudo evitar el mal ahora ya irreparable que causamos? Ni siquiera estas preguntas quedarán satisfechas al alcanzar la última página.

Corremos pues hacia los baldes de agua que ayer evitamos acarrear ante nuestros propias llamas y destrozos. En medio de un mundo volcado en la denuncia hacia afuera, quiero esbozar también denuncia hacia dentro. Me parece una forma honesta de empezar a construir una nueva sociedad. Una vez desnudos, cuando sumemos todas nuestras catarsis, podremos comenzar a alumbrar la Aurora. Si siempre la culpa está fuera, nunca lograremos sentar las bases de una nueva civilización. El mundo puede ser un lugar mejor, pero hay que saber cómo hacerlo y en qué fundamentarlo. Ese cimiento sólo puede formarse a la luz de una inmemorial sabiduría que es inteligente e incondicional amor. De ese superior principio deriva el resto que necesitaremos para construir un futuro más fraterno.

Sí, nos equivocamos de forma flagrante. La cultura de la progresía fue un terrible engaño, en gran medida una farsa. Mido el estallido de estas letras, para no dejarme llevar por el resentimiento para con la cultura que yo mismo encarné y promoví. La cultura progresista era trampa nacida de un visión egoísta y materialista del mundo. Seguramente hubimos de atravesar ese desierto. Quizás no había otra ruta hasta esta nueva conciencia de nuestros días, hasta estas letras de ahora. Los ciegos que fuimos no teníamos dónde despejar nuestra ceguera. No había posibilidad de salir de la tiniebla. Los tuertos que ahora somos, tenemos la obligación de compartir la luz que comenzamos a entrever. Aunque el reporte sea aún torpe y limitado, la luz que nos ha entrado no la podemos dejar dentro. Quedan muy lejos los esfuerzos evangelizadores, los intentos, a menudo forzados, de poner al otro donde nos encontramos, pero no podemos evitar que alumbre la llama que arde en el interior.

Quede por lo tanto el testimonio llano y vívido. Podamos contribuir en el presente a señalar cierta claridad que iluminó nuestras tinieblas. Podamos a partir del legado supremo de las revelaciones de los Grandes Seres que siempre han sido, encender tímido y respetuoso faro en medio de los convulsos, al tiempo que esperanzadores, días en que nos desenvolvemos.

“Muda canción de cuna” es una deuda con la vida que troncamos, con la oportunidad que cercenamos de crecer en la tierra. Es un renovado argumento sobre al aborto con tono, lenguaje y contenido diferentes al que estamos acostumbrados. Es sobre todo la pretensión de honrar a las cunas que vendrán y las vidas siempre sagradas que albergarán.

Nunca estamos solos si buscamos el bien. Yo ya me siento acompañado por tu presencia atenta, amigo/a lector/a. Nos debemos a un círculo cada vez más ancho. Descubrimos algo y lo compartimos con la comunidad y ello alienta nuestro progreso colectivo, ello aumenta nuestro acerbo común de conocimientos. Somos por y para la comunidad. Lo bueno, lo noble que descubrimos estamos llamados a colocarlo en el centro del círculo. Este es el ejercicio de escribir. Redactar, ya no por promocionar nombre propio, sino por posibilitar el avance colectivo hacia más luz, hacia más belleza y amor; redactar para contribuir a nuestra superación colectiva a partir de un sistema de pensamiento en total desarreglo para con la vida. ¿Cuánto por desandar y volver a andar tras nuestro errar colectivo? ¿Por qué quiso el Cielo que nos perdiéramos, que nos despistáramos tanto? ¿Quizás la única forma de asumir ahora libre e independientemente la Ruta a hollar? ¿Era preciso tanto errar para tener ahora noción del Norte?

Desde Arriba sonríen, desde Arriba se dicen con infinita ternura: “¡Ya les cuesta…!” Y soplan en nuestro oído interno… Gozamos por lo tanto también del apoyo de los Grandes Seres que siempre han sido y que nunca nos han dejado. Nos acompañan en todo anhelo de progreso. Si nos enfocamos en el bien colectivo, seremos alcanzados por la clara luz. Así es la Ley con mayúsculas, la Ley del Amor y la solidaridad universal, a la que por encima de todo tratamos de servir. Tanto por escribir a partir de ese nuevo susurro que está alcanzando nuestros corazones, a partir de la nueva mirada que van ganando nuestros ojos. Todo es tan diferente a lo que erradamente ayer concebimos. En ese intento de esbozar el nuevo paradigma, arrancamos con lo más urgente: la defensa de la vida.

Este ensayo es breve e inconcluso. Llegarán más letras al respecto, más elaboradas, más fundadas. Había que comenzar a encender tímida lumbre en medio de la niebla y la confusión que rodean al tema. ¡Ojalá sea de utilidad!

En las cercanías de Tokio se encuentra el puente de Aokigahara tristemente celebre por todos los suicidios que allí acontecen. Una iniciativa popular está logrando pintar ese puente para que sus motivos alegres y positivos disuadan a quienes se acercan con la intención de segar sus vidas físicas. Con el libro que tienes entre manos, querido/a amigo/a, yo también quisiera pintar el mundo de los más vivos y estimulantes colores de forma que nadie cierre a nadie el paso, para que ningunos padres priven a la criatura, que viene a través de ellos, del privilegio de gozarlo.






























III CAPÍTULO
Motivos para la muda canción…

Arrojar luz
Pretendo alcanzar con los argumentos que vienen a continuación, no sólo a los lectores ya versados en cuestiones ocultas, sino también a un público más amplio, concretamente a quienes están en edad de procrear y tratan de explorar el misterio de la vida. De ahí el lenguaje que se pretende sencillo y lo más aligerado de terminología esotérica.

Mientras el ser humano ciña su vida a la permanencia en el mundo de la materia, esta vida carecerá de genuino sentido. Mientras no asumamos nuestra condición de almas hollando un recorrido cuasi infinito, no podremos situarnos debidamente ante las grandes cuestiones vitales que nos atañen. Es imposible abordar con un mínimo de lógica y de coherencia la cuestión del aborto, sin previamente explorar la condición inmortal del humano.

Recién nos agarramos a sólidos valores como a clavo ardiendo. Recién salimos a una nueva conciencia, al vislumbre de una superior civilización. El despiste aún es grande, pero había que empezar a escribir y a sembrar desde las certezas que ya son con nosotros. Todo está por descubrir en el marco de la nueva vida que se nos abre poco a poco por delante. No esperaremos a que un día se nos revelen los misterios de un solo golpe. Reunimos mientras tanto nuestras visiones, apiñamos nuestras exploraciones y vamos afirmándonos sobre el nuevo terreno. Nadie tiene todas consigo.

No deje un sabor a rancia moralina la lectura de este libro. No es por lo menos la intención. Ensayamos tan sólo arrojar algo de luz, para que, una vez el panorama algo más clarificado, cada quien pueda considerar o reconsiderar sus criterios, pueda tomar sus decisiones responsables.

Seguramente partimos de una misma reflexión base. Probablemente consideremos todos/as que nuestros tiempos nos invitan a ejercer una creciente responsabilidad planetaria. Ese mismo compromiso que vivimos para con la Madre Tierra, para con la humanidad que la habita, sentimos que ha de ser también para con las generaciones que están viniendo, para con los seres que quieren encarnar en la tierra, para con los niños que ya se acercan a gatas solicitando una oportunidad sobre este planeta maravilloso.

La defensa del aborto por la que en su día tan erróneamente abogamos, tristemente influenciados por el clamor de las supuesta ideologías de progreso, pensamos representa una actitud de insolidaridad con la vida que está viniendo, con las generaciones que están suspirando ver la luz en la tierra. No deseamos cundan nuestros errores. Nunca es tarde para reconocer que nos equivocamos profundamente. Nuestra filosofía de la “liberación” era mayúsculo equívoco, era en realidad la visión que más iba a restringirnos. A la postre nada encarcela más que un profundo sentimiento de culpa.

Es imposible concebir una liberación que implique un dolor ajeno. Bien es verdad que en el pasado no sabíamos nada de ese dolor, no conocíamos que en ese feto había un ser anhelando poder encarnar y evolucionar. No llegamos a considerar que ese ser se había preparado largo tiempo, al oto lado del velo en compañía de sus guías, para su próxima encarnación. El drama del aborto nos conduce a la urgencia de que la humanidad se acerque a la sabiduría divina, a que llame con más y más fuerza a la puerta de los sagrados misterios de la Vida. De no ser así, seguiremos haciendo daño, a veces a sabiendas, a veces sumidos en la ignorancia, pero de una u otra forma perpetuando el sufrimiento en este planeta bendito.

Poco sabíamos ayer de que la vida es una, infinita e indivisible, poco de que nada está muerto, de que todo palpita a mayor o menor ritmo. Todo ello ignorábamos en el pasado, tan encandilados como estábamos por aquellos cantos de sirena que nos prometían falsas emancipaciones.

Puedan bastar los errores de nuestras generaciones confundidas. Podamos preparar un terreno más libre de tan espesas nieblas. El argumento que aquí se expone no es el de una moral que evidentemente varía según quien la esgrima, del tiempo en que se evoque. Tratamos de presentar argumentos basados en principios que nunca caducan. Deseamos exponer hechos y lógica, ciencia apoyada en la fuerza de la razón, no necesariamente en su totalidad, al día de hoy probada. Hay una infinita cantidad de fenómenos que aún nuestra ciencia limitada no alcanza a explicar. El conocimiento de las Leyes superiores de analogía, las de causa y efecto, las de ritmo…, nos ponen sin embargo en la senda de la verdad y de lo empíricamente demostrable.

Escribir otro mañana…
Las páginas de un libro no pueden revelar al lector, lo que sólo le puede dar a entender las páginas de la vida. Demasiado a menudo la letra tropieza con sus fronteras. Es la sonrisa inocente de un niño, es la conmoción de un atardecer en una montaña, es la intensa vivencia del sentido de la fraternidad, es el asombro ante la inteligencia y bellezas infinitas de la creación…, lo que, siquiera por un instante, nos puede devolver la noción de eternidad, lo que nos puede llevar a traspasar los límites de lo visible y tangible, lo que nos puede hacer abrazar y aferrarnos a cuanto late…

En el libro el lector encontrará algo de una síntesis sencilla, didáctica asequible de los postulados de la ciencia espiritual a propósito del misterio de la vida y de la llamada muerte. Quede de cualquiera de las formas como mero intento. La difusión de estos arcanos no puede ser cuestión de manuales tan rápidos como imposibles. Trato de ilustrar el contenido con la experiencia vivida al respecto. El ensayo se centra por lo tanto en la invitación de hollar más consciente y responsablemente la vida y sus momentos más comprometidos. En ese sentido pueda ayudar la exposición de nuestros errores en el pasado. A la luz de todo lo que está por exponer a continuación, podamos ganar en argumentos ante el gran atentado a la Ley primera del amor que representa el aborto; podamos cuestionar la ciega y demasiado popularizada pretensión de cercenar la vida.

Escribo desde la pena por el error cometido, desde el dolor por el hijo que nunca llegamos a tener en nuestros brazos, pero consciente de que cada día escribimos también un futuro nuevo cargado de esperanza. Escribir es remover esa pena, pero es a la vez sentar las bases para en el mañana liberarla. Traer hijos al mundo es un compromiso para con la vida, es generosa devolución de lo que nosotros hemos recibido. Proporcionar cuidado, atención y educación responsables y adecuados, es una de las más elevadas formas de servicio, también uno de los mayores gozos. Se podrá argüir, no sin razón, que los hijos comportan también problemas y enormes sacrificios. Situando ello fuera de toda duda, creo, y el lector coincidirá conmigo, que las posteriores gratificaciones compensan sobradamente los sinsabores.

Nadie nos dijo nada…
Hoy apenas sabemos nada, pero ayer aún mucho menos. Vamos poco a poco descubriendo que toda la creación está regida por la ley del amor, que todos somos espíritus inmortales que evolucionamos despertando en una y otra vida, que ese espíritu individual que ocupa un cuerpo no puede ser destruido. Poco a poco vamos descubriendo la falsedad de una muerte que no es. Ella consistiría en un tránsito, en un abandono del cuerpo físico. Éste a su vez, sólo sería un vehículo temporal del espíritu que realmente somos. Nada de todo esto sabíamos en el pasado. Ninguna conciencia albergábamos de la gravedad de atentar contra la vida sagrada. Estábamos absolutamente ciegos y teníamos la osadía de pretender guiar a otros ciegos. La noche era aún bien cerrada. Debía ser aún muy temprano. En las postrimerías del franquismo lo último que se nos hubiera ocurrido es luchar a favor de la defensa de la vida y en contra del aborto. Nuestra despiste absoluto, nuestro ímpetu desbocado no daban para nada de eso.

Nadie se acercó con trozos de verdad. No debíamos ser aún dignos de ella. Ello no nos excusa, si acaso si atenúa la falta. La Iglesia sí traía algo de esa verdad, pero era tal su desprestigio. La Iglesia sí nos previno contra el aborto y la defensa de la vida, pero era tal el ambiente de confrontación, eran tales las ganas que teníamos de ir contra todo lo instituido. No estábamos en condiciones de abrazar la pequeña parte de verdad, de la cuál ella sí era portadora.

Nadie se acercó con la entera verdad y sin embargo en nuestro tremendo orgullo creímos detentarla. Tuvimos que comenzar a reunir mucho más tarde sus infinitas partes. Nadie nos dijo que los seres, al otro lado del velo, suspiran por vestirse de carne, que hay overbooking en las esferas cercanas a la materia para poder tomar cuerpo físico. Nadie susurró a nuestros oídos un aliento de eternidad. Nadie nos dijo que la vida nunca se interrumpe, que es un desafío infinito de más y más entrega, de más y más amor. Nadie nos dijo que los seres ansían medirse aquí en ese genuino amor, que al otro lado del velo estudian, exploran, descansan…, pero que es en la materia, en este mundo de privaciones y dificultades donde se concitan las verdaderas oportunidades de crecer y florecer. Nadie nos dijo que el nacer en la materia es el final de un largo y muy estudiado proyecto de vida, que el aborto es una terrible frustración, que da al traste con esa larga planificación y con toda la ilusión albergada.

Nadie nos dijo nada de todo ello y sin embargo entre batalla y batalla podíamos habernos parado, reflexionar y hacer silencio, pero el orgullo que llevábamos encima no nos daba ni para encontrarnos con nosotros mismos, ni para atender a nuestro alma entonces tan olvidada, tan silente. ¿Dónde nuestro alma en medio del fragor de aquellas intensas batallas sociales y políticas? ¿Dónde nuestra compasión en aquella carrera por demostrar que éramos gente dura?

No nos dimos ocasión para nutrirnos de la savia y de la sabiduría de una Vida maravillosa y sagrada. Nadie nos dijo nada, pero sin embargo la naturaleza y sus lecciones eternas no se manifestaban y palpitaban tan lejos, sin embargo podíamos haber divisado las rayas rojas que nunca, nunca se deben sobrepasar.

Devolver a la Vida
La ignorancia merma responsabilidad, pero no la exime. Ni siquiera nos parábamos para reflexionar. Lo principal era quebrar el orden imperante, aunque éste en algunas cuestiones también pudiera sustentarse en cierta cordura. Primaba ir contra las leyes de la tierra, aunque éstas en algunos aspectos pudieran afinarse con las Leyes superiores y sagradas. Hubiera bastado unos minutos de calma para ver en ese feto un milagro de la vida que exigía, cuanto menos, profundo y reverente respeto. Hubiera bastado un poco de paz interior para reparar en la necesidad de devolver a la Vida lo que la Vida nos había dado.

Ahora arañamos por todas partes argumento, ahora buscamos bajo las piedras alegato para que ninguna mujer tome camino de esas clínicas. Ahora será preciso reunir las mil y un letras para intentar devolver algo a la vida, por lo menos para testimoniar firme fundamento en su defensa. Nadie nos dijo nada y por eso ahora levantamos la voz, la palabra viva que renace de la conciencia escocida. Que nadie pueda decir mañana que “Nadie me dijo nada…” Que toda la información pueda estar sobre la mesa de los jóvenes que se encuentren ante tan cruciales dilemas.

Intentamos acercar corazón, pero también lógica, razón que emana de la sabiduría divina expuesta en las más importantes revelaciones otorgadas a la humanidad. Concretamente nos inspiramos en las enseñanzas aportadas por el Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov, el Maestro Tibetano, Vicente Beltrán Anglada, Max Heindell, Sebastián Arauco, Francisco Nacher López… No estamos afiliados a ninguna corriente particular. Trabajamos por la unidad humana que reclama el acercamiento entre las diferentes fraternidades espirituales. No nos adherimos al legado de ninguna escuela en particular, hacemos síntesis a partir de las enseñanzas que tuvieron a bien entregar a diferentes porciones de humanidad estos excelsos seres.

A menudo se proclama en los círculos de nueva espiritualidad que todo está en nuestro interior, que no es necesario ir en pos de la sabiduría que proporcionan los maestros. Cierto que las enseñanzas reposan en la profundidad del alma, pero ¿cuánto tiempo no necesitaríamos para hacernos con ella? ¿No habremos de agradecer a los Maestros de Luz y Sabiduría que han querido acortar nuestro largo trayecto en la ignorancia? ¿Cuánto tiempo para anclar en nuestro ser una moral superior?

La moral se disuelve. Tantas veces es hija de los tiempos o de intereses particulares. La moral sólo se perpetúa, sólo se torna eterna, cósmica cuando se hace espejo de las Leyes divinas. Tantas veces el ser humano ha esgrimido el valor de una moral particular para defender espurios intereses. Preferimos hablar en términos de conculcación o adhesión a la Ley suprema del amor y la solidaridad universal. No nos importa mucho por lo tanto la moral coyuntural, aspiramos a ser fieles a la Voluntad superior. En razón de las Leyes y del Amor divino que las auspicia, la interrupción del embarazo no es solidaria con la Vida, sino remedo egoísta en aras del propio beneficio, en medio de una situación que se torna incómoda.

Nadie nos dijo nada, por eso nos ponemos hoy a la pantalla. Ojalá mañana nadie pueda esgrimir esa excusa, parapetarse en la ignorancia. Ojalá mañana nadie pueda argüir absoluto desconocimiento como nosotros intentamos en vano hacerlo ahora. Comenzamos a salir de un período tremendamente materialista, en el que incluso la vida maravillosa, que late en las entrañas de la madre, es concebida a menudo simplemente como un trozo más de carne. Podamos evidenciar con la fuerza de nuestra aflicción, unida a la razón, tan torpe ceguera, tan craso error. ¡El Cielo nos de la fuerza, nos muestre el camino!
















IV CAPÍTULO
Resuene mañana esa canción…


Dolor en conciencia

Vivo este trabajo como una sugerencia interna, como si hubiera recibido la invitación a trasformar el dolor que me habita en conciencia difundida. Desde la conciencia de la lección que voy aprendiendo y asimilando, aspiro a poder humildemente ayudar. A ello me dispongo desde este ensayo. Somos la suma de aciertos y de errores. Cada quien sólo sabe en qué medidas se presenta su aleación. Lo que sí sabemos es que los errores y sus consecuentes pagos no son para siempre. A cada instante podemos inaugurar un porvenir nuevo. En ello me empeño también con esta redacción. Escribo desde la conciencia que quiere despertar, tecleo ya con el eco del niño, de la niña que un día llegará a mis brazos y que acogeré con todo el amor de mi alma. Ese eco que surge de quien aún no es aquí, de quien aún no tiene forma, me anima a seguir escribiendo. Traer un hijo al mundo es una satisfacción que perdura más allá del tiempo. Como dice Richard Gere, nos vuelca más allá de nosotros mismos, nos vacuna contra el egoísmo.

¿Si no es con el hijo, cómo acabaremos con ese ego? ¿Si no es con la paternidad, cómo aprenderemos a olvidarnos de nosotros y de nuestras cuitas personales? La experiencia de la total entrega pareciera llamada a adquirir categoría de obligatoriedad. Si todo en nuestra vida pivota en nosotros y sólo en nosotros, no nos quepa la menor duda, de que habremos malgastado nuestra encarnación. Si no pensamos en el prójimo, si no abrigamos altruismo, nuestro proyecto de vida, al que con tanta ilusión nos entregamos tanto nosotros mismos, como quienes nos asistieron a uno y otro lado del velo, habrá fracasado.

Es mi anhelo que un día, desconozco cuándo, en qué lugar, en qué geografía resuene la canción que ahora nace muda. Acuno en la imaginación al hijo que no alcancé a darle vida. Somos herencia de un tiempo y de una geografía nublados por una enorme confusión. Quisimos “cargarnos” el mundo y en realidad lo que logramos fue acabar con buena parte de nuestra esperanza y de nuestro porvenir. Por combatir, combatíamos todo y ni siquiera fue digno de nuestra piedad la criatura, que en mi caso, llevaba en su seno mi compañera. Hemos aprendido sí, pero demasiado tarde. Deberá esperar la vida que rechazamos en su momento traer.

Escribo por las canciones que más allá retumban mudas. Seguramente hay cuestiones que el adolescente ha de conocer, antes de hacerse con los logaritmos o los verbos irregulares en inglés. Creo que es preciso divulgar, más allá del estricto ámbito religioso o espiritual, que la vida es una preciosa y apasionante aventura de la que a nadie hemos de privar. Más allá de una confusa moralina del pasado, será preciso abogar por la sacralidad e importancia de las relaciones sexuales y la enorme responsabilidad que ellas comportan. Se acrecienta la necesidad de promover un definitivo esponsorio entre el sexo y el genuino amor. La banalización de las relaciones íntimas ha llegado a un punto más que alarmante, vivo termómetro de una decadencia que es preciso detener, no con alarma, pero sí con conciencia y razón. Hay una ciencia además que ha corrido a unirse con la filosofía imperante del hedonismo. Ahora basta la ingestión de una pastilla postcoital para consumar el atropello. Cada vez la tentación egoísta nos la ponen más al alcance de la mano.

El Cielo nos libre de la orgullosa pretensión de jugar a los más listos. Tan sólo tuvimos en suerte caernos del caballo rumbo a nuestros errores acostumbrados. Nuestras vidas volcaron y tratamos de dar testimonio. El Cielo nos libre de emular jugar también la carta de los puros. Abogar por la pureza de los deseos, no presupone estar inundados por ésta. El reclamo interior de pureza, no significa para nada haberla conquistado. No invocamos una moral acomodada a los intereses del momento. Invocamos los valores de pureza y fidelidad, porque son a su vez viva consecuencia de un superior amor. Invocamos unos valores olvidados, porque hoy se tornan más necesarios que nunca. En toda la herencia que nos legaron nuestros mayores había también principios inmortales. Entre todo el acerbo cultural y tradicional que nos traspasaron los antepasados, no todo era de deshecho.

La caída de una civilización se hace visible al enfocar la forma que tiene de vivir la sexualidad. Los frenos ya han saltado en esta cuesta abajo sin aparente freno. Poner en valor el sentido sagrado de la vida en todas sus formas, no implica adhesión alguna a ningún credo particular, sino a la Vida con mayúsculas en su conjunto. Sí, apostamos por la Vida, no con puños, ni con cruzadas cargadas de moralina, apostamos por la Vida, porque la amamos incondicionalmente en cualquiera de sus formas. Creemos en ella, porque en realidad es una sola, porque no podemos rendirnos en la emoción de un atardecer y luego ensañarnos con el ser que llama a la puerta de nuestros corazones. Nos enrolamos en la defensa de la Vida, porque olvidamos sonreír a la nueva que pusimos en marcha, porque atentamos contra ella y aún nos encontramos en débito.

No caiga la esperanza
Procuro que el dolor no marque estas letras. Escribir sólo desde el sufrimiento puede malograr el objetivo. Pretendo letras imbuidas también de esperanza, comprensión y compasión. Quizás la compasión deba comenzar con nosotros mismos y con nuestros errores de ayer.

A menudo he viajado en la imaginación con esa criatura que no fue. Pienso en ese ser al que vedamos su paseo por la tierra. A menudo he soñado con una paternidad que no llegó a consumarse. Escribo para intentar prevenir a otros del desatino. Sobran razones para teclear. Me pongo a la pantalla, no tanto por ánimo literario, sino por compromiso. Ojalá pudiera ayudar a futuros padres que eventualmente se puedan encontrar en el dilema del aborto. Ojalá sembrar en ellos interrogantes fundados que les hagan desistir de consumar el abuso. Ojalá al final de su proceso, puedan sentirse llamados al compromiso con el ser que los necesita.

Estamos comprometidos con el futuro y con el eco de todos los lloros y los gritos infantiles que ya están viniendo. Estamos comprometidos con las próximas generaciones que ya están llegando y que esperan también nuevas oleadas de padres más conscientes, más amantes de la vida. Desconozco las razones. No sé por qué nacimos en la noche más cerrada, en la noche sin norte, ni valores, pero ya que optamos por emerger en esa densa oscuridad, podamos encender alguna luz en medio del despiste que aún prepondera. Sentimos sobre nuestros hombros la responsabilidad de quienes ya están llegando y piden un lugar bajo este sol. Trabajamos para que nadie les prive de esa oportunidad, como nosotros se la privamos a otros.

Hacemos nuestros los hijos de los vientres de las madres del futuro. Defendemos esa vida que se acerca a gatas hasta esos úteros desde los mundos del espíritu. Hacemos nuestras las generaciones del mañana. Levantamos, siempre con escrupuloso respeto al libre albedrío ajeno, el escudo protector que se pretenden éstas y de seguro otras más acertadas letras y argumentos.

Cada pulsar del teclado es alivio. Aunque ahora no me deba al disfrute literario, el trabajo puede ser emancipador. Saco brillo a las palabras en el anhelo de que lleguen al mayor número de personas. La paternidad es experiencia plenamente reconfortante y quiero invitar a abrazarla. Pienso en quienes no la abrazamos, en quienes barajan la idea de abrazarla.

No frenemos pues ese abrazo por difícil que parezca, por muy vacíos que estén los bolsillos, por muy desolado que se manifieste el futuro. La criatura entró en la corriente del renacer, desde que le dieron “permiso” y la ilusión se vio encendida en él o ella, desde que la perspectiva de la tierra se iluminó en su horizonte. No frustremos el anhelo.

¿Quién teclea?
Siento la presencia de la vida segada, como si quisiera expresarse a través de quien se la negó. Los caminos de Dios son inescrutables y por aquí pasa un eco de quien yo creí para siempre callado y sin embargo vive y palpita en algún lugar del universo.

Estas letras han sido motivo de acercamiento. Más allá del diario perdón que hacia él/ella que cada mañana esbozo, el libro ha sido oportunidad de encuentro en la órbita de los deseos y las ideas. Las palabras discurren, como si hubieran estado tiempo atrapadas esperando el momento de ser liberadas. En este presente trascendental, cobra, si cabe más razón, la necesidad de divulgar unos conocimientos que se han tornado vitales para la debida orientación de nuestras vidas. .

Durante tiempo busqué una síntesis sencilla de los postulados fundamentales de la sabiduría arcana o ciencia divina. Fui detrás de ella, interrogué por esa presentación didáctica y actualizada a estudiantes avanzados con los que traté. Tras infructuosa búsqueda, me fui persuadiendo de que en realidad cada quien hemos de emprender esa síntesis, no necesariamente con la palabra, a veces es más útil con el testimonio. Un día me hube de poner a desgranar algo de esa sabiduría en lo que al tema en cuestión concierne. He aquí el resultado.

Cada quien se las ha de apañar como puede para saldar sus deudas con la Vida. Como decía, otros inviernos hemos cogido la nariz roja y la mochila y hemos salido, mi amigo Javier León y yo, a contribuir a alegrar la vida de los chavales más desheredados en Etiopía, Nepal, India, República Dominicana... Este invierno del 2013 hemos dejado la mochila. He querido dar vida al libro. Aprovecho los tiempos libres para ponerme a la pantalla y proseguir con el ensayo. Pueda encontrar la fuerza y la luz para atinar con las palabras adecuadas, para no herir a nadie, para culminar acertadamente el objetivo.


Disculpas
Pido disculpas por el exceso de primera persona en el relato. Ese pivotar en uno mismo, está sólo justificado si una experiencia particular puede ayudar a los demás. Presento un relato personal en la medida que puede ayudar a esclarecer un tema sobre el que reina gran desconocimiento.

Escribo espoleado por la deuda contraída para con un ser que quizás ahora no respira, no teclea, no goza de la vida que yo ahora disfruto. Que la ignorancia deje de ser la excusa de la violencia y agresividad para con los “nasciturus”. Escribo para contribuir a conjurar esa ignorancia, por la obligación de compartir las enseñanzas que de tantos orígenes nos están llegando a lo largo de todos estos años, en torno al misterio humano, en torno más concretamente a la controvertida cuestión de la interrupción del embarazo.

Seguramente nada es como ayer pensábamos. Nada tiene que ver nuestra visión esperanzada del mundo con la perspectiva mayormente egoísta y materialista que nos dominaba en el pasado, cuando cometíamos esta suerte de fatales dislates. Escribo para que mañana respiren los que tienen también su vida amenazada por la ignorancia o confusión de sus progenitores; para contribuir a barrer esa inconsciencia, para que las jóvenes en duda puedan encontrar una argumentación creíble y sólida a favor de la vida a la que asirse. Escribo sin moralina desde la luz que eventualmente aporta la ciencia espiritual, desde lo poco que de ella se nos ha dado en conocer.

Puedan ayudar estas letras a una mayor protección de la vida de las generaciones que están en camino. Que el desconocimiento que gravita sobre las jóvenes parejas se vaya poco a poco despejando. Escribo para contribuir a librar de la amenaza del aborto la vida del mañana. Redacto por y para quienes interrumpimos la canción de cuna, para que podamos reparar en el error, para que no volvamos a privar a otro ser de tomar aliento en la Tierra.

¿Qué es lo que enmudeció en nosotros esa canción de cuna? Puede ocurrir que nuestra pareja no se revelara como la persona adecuada con la que crear hogar, que no tuviéramos recursos o condiciones adecuadas para asumir el compromiso del bebé, en cuyos casos puede mermar el remordimiento, pero ocurre a menudo que no abrazamos paternidad por razón mayormente de egoísmo.

Una nueva encarnación nos conceda la oportunidad de ese canto olvidado. No hay errores por la eternidad. Nuestra próxima existencia puede ser página en blanco, en la que poder enmendar nuestros errores, en la que, si así lo meritamos, podamos vivir la necesaria experiencia de la maternidad o paternidad que nos quedó pendiente. Dice la tradición oculta que hay que pasar por esa experiencia de gran donación y entrega a otro ser que comporta la condición de madre o de padre. El no vivir esa experiencia sin razón de causa mayor, es decir sin reemplazo de ese género de servicio por otro, nos crearía un débito kármico que en el futuro habremos de expiar. Hemos de devolver de alguna forma lo que nos ha sido entregado y así no interrumpir la cadena de la vida. La Ley del equilibrio es soberana y se ha de balancear lo que recibimos de nuestros padres y el servicio que nosotros prestamos al mundo.

Aborto y religión
Creo que es positivo igualmente que se deje de asociar la actitud de defensa de la vida y la posición frente al aborto con la moral eclesiástica y las fuerzas conservadoras. Existe una acostumbrada vinculación del posicionamiento contraria al aborto con Iglesia católica. Crece el número de personas que, desde fuera de su doctrinario, defendemos fervientemente la vida y creemos que hay que evitar por encima de todo y en cualquier circunstancia, la interrupción voluntaria del embarazo. Crece una ciudadanía independiente de credos religiosos y a la vez consciente del daño que se le causa con el aborto al ser que está camino de encarnar. Este libro pretende abundar en este argumento. Posicionarse en contra del aborto, puede no tener nada que ver con adhesión a la Iglesia católica. La vida abordada con rectitud puede ser más ancha que la que delimite la esfera de esta tradición.

Uno no debiera vivir para sí mismo en la Tierra. Cuando piensas preferencialmente en ti y en tus particulares necesidades, será señal de que algo importante falla. El humano ha de ir aumentando con el curso de los años el ámbito de lo que toma a su cuidado. Ese círculo ha de ir creciendo. En realidad ésa es la principal aventura sobre la tierra: ensanchar la circunferencia que deseamos proteger. Nos quisieron hacer creer que vivíamos por y para nosotros, a lo sumo por y para nuestros más cercanos. He ahí la fatal equivocación de nuestra civilización. Nuestro cuidado alcanza a la humanidad entera: la que tiene cuerpo, la que está a punto de vestirlo, la que descansa en la gloria conquistada... Nuestro cuidado es el pájaro que vuela y el árbol que se enraiza, la roca que nos sostiene, la Vida entera que nos rodea. Nuestra responsabilidad es más ancha de lo que imaginábamos. No nos lo dijeron, pero ahora estamos por fin en condiciones de cuidarla y venerarla.

Nos ha costado tiempo apercibirnos de todo ello. La vida por y para uno carece de sentido. La vida florece cuando es consagrada a un alto ideal. Pasan los días y después de tanto entrar y salir de los supermercados con una pequeña cesta, al final terminas de apercibirte de que hay algo que no funciona; de que la vida no puede ser un pivotar sobre uno mismo y sus necesidades. Mirarás, no sin cierta envidia, a quienes empujan grandes carros y después cocinarán para una tropa. Repararás en que algo no funciona bien. Concluirás un día ante una caja registradora que mejor las compras en considerables cantidades. Repararás que la vida, por encima de todo, es una escuela para aprender a colaborar y compartir. Seguramente pedirás volver un día a la tierra y poder empujar carros desbordados de comida para una familia cada vez más numerosa…

















V CAPÍTULO
En primera persona

Aquellos confundidos ochenta
Como antes ya señalaba los ochenta fueron tiempos de supina ignorancia, de supremo despiste. No sólo no sabíamos nada, lo terrible es que no sabíamos que no sabíamos nada. Nos considerábamos seguros, en posesión de la más absoluta de las verdades. Estábamos ciegos y sin embargo hacíamos alarde de buena vista.

Dicen que la divina sabiduría en su alarde de misericordia borra la noción de nuestras vidas pasadas al tomar nuevamente carne. Nos sería muy duro poder soportar el peso de nuestras pasadas faltas a la hora de volver otra vez al mundo. Sin embargo poco a poco iríamos recuperando alguna noción de superior verdad que otrora albergáramos. Cordura y responsabilidad se irían también enraizando con el curso de los años. Aún sedientos de más y más luz, nos vamos situando también más adecuadamente en medio de la vida. Sabemos algo de nuestra razón en la tierra, algo de dónde venimos y a dónde vamos. Entonces no sabíamos absolutamente nada de esto. En mi caso no sólo contribuí al aborto, sino que me permití un discreto alarde del deplorable acto. Era el orgullo indisimulado de haber culminado un acto que estaba en contra de la moral y el orden establecidos.

Corría el año 1984 y el aborto aún estaba prohibido en España. Mi compañera se quedó embarazada y tuvimos que ir “al otro lado”, así llamábamos al País Vasco perteneciente al Estado francés, para poder realizar la operación. Sin embargo ésta trajo sus complicaciones. Una vez ya de vuelta, a los pocos días, ella hubo de ingresar en la Residencia Sanitaria de San Sebastián.

Mi familia se enteró del asunto y recuerdo de que forma patéticamente ignorante manifesté un cierto orgullo ante mi madre. Eran tiempos de ir de forma sistemática en contra de todo lo establecido. Lo peor del franquismo no fue la falta de libertades, sino su legado, esa actitud que nos imprimió de firme confrontación ante todo el orden imperante. Nada se salvaba de aquella quema. En la hoguera entraba todo, por supuesto también esas inocentes criaturas que absolutamente nada tenían que ver con la coyuntura social y política en la que vivíamos.

Me pregunto a menudo sobre nuestra responsabilidad en mitad de aquella ceguera colectiva. No lo sé. Acabar con todo el anhelo de un nuevo proyecto de vida, urdido durante tanto tiempo en las esferas de la luz, indudablemente supone contraer una importante deuda. Sí, es verdad que nuestra ignorancia era supina, pero también que carecíamos de los mínimos conocimientos para poder reparar en la naturaleza del dislate.

Escribo, como decía, para intentar frenar futuros desatinos, para que no falte información a los jóvenes padres, para que, ante esta crucial disyuntiva, puedan sopesar unos y otros argumentos. En las escuelas del mañana se enseñará el misterio de la vida y de nuestra condición inmortal, se iniciará a los jóvenes en la respuesta a las cuestiones mayúsculas. Los adolescentes del futuro aprenderán quiénes somos realmente, cuáles son nuestros cuerpos, cómo es nuestra estancia en los mundos espirituales, cuándo y porqué decidimos encarnar. Nadie que es consciente de estos procesos podrá reunir fuerzas para abortar. La razón tanto del aborto, como de otros tantos errores humanos es la ignorancia. En estas páginas pretendemos contribuir a mermar algo de ella, ilustrando lo que constituye la vida antes y después de la encarnación. Una vez que conocemos de dónde y por qué se acerca la vida a nosotros, no cometeremos el error del aborto. Bajo cualquier circunstancia dejaremos que la nueva vida nos llegue a nuestros brazos de carne para cuidar de ella con cariño y ternura.

Noche del alma
Fue hace mucho tiempo. Calculo que tendría 24 años. Mi compañera uno menos. Recuerdo que a los primeros síntomas, compramos la prueba de embarazo que ya entonces vendían en las farmacias. Los resultados positivos nos predispusieron de inmediato a realizar el aborto. No recuerdo ni consideración de la decisión, ni debate. Ambos estuvimos desde el comienzo de acuerdo. Enseguida nos pusimos a la búsqueda de la clínica adecuada. Una amiga que se encontraba exiliada al “otro lado” nos facilitó el contacto.

Ojalá aquel día no hubiera llegado nunca. Sólo era un cálculo en base a comodidad, en base a nuestros propios interés. Sólo recuerdo la noche. Pasamos la entonces temida frontera con Francia. Teníamos ya la cita que nos había facilitado esa buena amiga, refugiada política. Nosotros no teníamos coche. En la cita, cerca de la frontera, nos cogió otra mujer, también refugiada política y muy probablemente del entorno de ETA. Esas cosas no se preguntaban. Ella nos llevó hasta una casa donde practicaban ese tipo de operaciones. Pagamos religiosamente y nos marchamos. Mi compañera no manifestó en un primer momento mayor malestar. Las complicaciones vendrían después.

Remordimiento postergado
Durante muchos años nada escocía en el interior. Nada de ello perturbaba la absoluta tranquilidad al respecto. Fue al avanzar por el camino espiritual, cuando vinieron las dudas y después el dolor, un sentimiento de culpa grande en la medida que iba descubriendo más verdad al respecto. Llegó el momento que ese sentimiento de responsabilidad se tornó tan grande, que me empujó a investigar sobre el asunto. Fruto de esas exploraciones es este trabajo.

Desde cuando cometimos el atropello y nuestros días ha mediado un largo lapso de tiempo. A lo largo de todos estos años, aún consciente del muy erróneo actuar, me disculpaba a mí mismo, dado el supino desconocimiento al respecto que teníamos. La ignorancia puede atenuar, pero no exime.

Mientras que ignoremos nuestra condición de espíritus, no podremos abrazar con fuerza la vida. Mientras sigamos pensando que somos un saco de huesos y de carne, la vida futura, áquella que ya se acerca a gatas, seguirá corriendo un enorme peligro. Sólo en la medida que comencemos a asumir nuestra verdadera identidad como espíritus, sólo en la medida que abracemos nuestra condición trascendente, podremos proteger la vida que avanza y que aspira a nacer a través nuestro.

























VI CAPÍTULO
Sexualidad hedonista

¿Habrá algún aspecto en el que el ser humano esté más perdido que en el de la sexualidad? La sexualidad sin amor y compromiso es probablemente el mayor problema que afronta la humanidad. Como veremos más adelante, a partir de relaciones sexuales carentes de cariño y dominadas por el deseo, se hace bajar a la tierra seres de escasa evolución. La cultura hedonista que prevalece en nuestra civilización trae unas muy perjudiciales consecuencias en el ámbito de la sociedad, pero sobre todo de la pareja y de la familia.

No bajamos a la tierra en busca de mundanas experiencias. Vivir por y para nosotros, por y para nuestros placeres marca una gran distancia del sentido último de la vida que es servicio. Sin embargo en nuestro alrededor todo empuja a suscitar ese deseo tan individualista. Nunca el ser humano ha sufrido tan desmedido acoso de una provocadora y omnipresente sensualidad, de la tan popularizada astralidad o emocionalidad inferior. Los reclamos publicitarios explícitos o implícitos nos invitan a la satisfacción de lo primario, a pensar, por encima de todo, en nosotros. La sexualidad por y para el exclusivo placer es uno de los hábitos errados de nuestra civilización actual. Sus reclamos se prodigan por todas las pantallas.

La ciega búsqueda del placer nos aboca a la muerte tanto personal, como colectiva. La cultura hedonista ha pasado además por oficina y lleva el sello de las administraciones oficiales, de los gobiernos de todo signo. No se cuestiona. Se subvenciona con ingentes cantidades la promoción de una sexualidad exclusivamente enfocada al placer y despojada de su sacralidad. La educación sexual que se trasmite a nuestros jóvenes, poco tiene que ver con el sentido profundamente mágico y trascendente del acto del amor. Poco se subraya también la responsabilidad y compromiso que éste conlleva.

Todo está por descubrir en un mundo desconocedor del origen de la vida, de la sacralidad del acto que la engendra. Nuestra sociedad que ha padecido en el pasado la moralina asfixiante de la cultura social y religiosa dominante, como consecuencia de la ley del péndulo, se ha ido al otro extremo. De la represión nos hemos ido, en breve lapso de tiempo, al abuso y banalización. Hemos caído en la degradación absoluta del más elevado acto humano, el acto del amor que nos confiere la oportunidad de generar nueva vida.

¿Cuándo en los centro de educación sexual de las grandes ciudades occidentales se enseñará a los jóvenes varones que su semen es sagrado, que no se puede malgastar, que es sustancia preciosa y preciada, que es pura esencia solar? ¿Cuándo que su derroche trae consigo una derrota, una caída de la voluntad, a la larga una merma de salud, una pérdida paulatina de facultades?

Suena fatal en nuestros días hablar de que la eyaculación es la derrota del hombre y sin embargo es preciso hacerlo. La eyaculación por placer señala al hombre vencido por el instinto. Tardará la sociedad aún en reconocer esta soberana verdad, que aún apenas susurramos. Tan alejados estamos de las leyes superiores que desconocemos que la ley de la economía es fundamental para la garantía del orden de la vida. Hemos de economizar los varones nuestra sustancia más preciada que Dios nos ha dado, pues tenemos compromiso para con el latido de la vida. He ahí el primero y gran sacrificio, el que nos lleva a sublimar el placer en aras del fortalecimiento de nuestra salud, de la conservación de nuestro mejor semilla para la mejor vida.

Cuestiones cotidianas como las relaciones sexuales nos invitan también a una exploración de los grandes misterios de la vida. Dios no nos ha otorgado ese preciado fluido para empapar las sábanas, para que lo desperdiciemos en un retozar egoísta. Hemos de tomar conciencia de la enorme responsabilidad que albergamos en tanto en cuanto portadores de vida. Podemos acercar a la tierra elevados seres que querrán nacer en hogares bendecidos por la genuino cariño y la pureza. Tomo conciencia de lo ridículas que pueden semejar este tipo de afirmaciones para algunos lectores. No tememos la hilaridad, pues es llegada la hora de expresarse también en estos términos. No tememos la vergüenza cuando se trata de alentar verdades a las que la humanidad no está aún acostumbrada. Tenemos si es caso no atinar, no hallarnos en el nivel para encarar públicamente estos arcanos, no encontrar las palabras adecuadas a tan elevados misterios.

De cualquier forma nos hallamos ante cuestiones que podemos llegar a comprobar en nuestro entorno social. Podemos observar como por ley de afinidad los padres atraerán de los mundos espirituales almas que vibran en su igual o superior resonancia de amor. El momento de la concepción es en ese sentido definitivo. En ese momento se produce un sonido de llamado. Si la pareja vibra en amor, en ternura y entrega el reclamo ascenderá hasta las alturas de los reinos espirituales. Si por el contrario el comportamiento de la pareja en el acto sexual de la concepción es más de orden animal, en el que prima el deseo sobre el amor, el llamado tendrá un eco en las regiones inferiores de los mundos espirituales. Los hijos que acercamos responderían por lo tanto a nuestro nivel de amor y espiritualización.

Llegará el día en que en vez de regalar cajas de condones a los jóvenes, se les haga saber que la vida es responsabilidad, que el acto sexual ha de ser practicado con el más profundo amor y que éste nos debe predisponer al más elevado compromiso, Entonces estaremos comenzando a entrar en una nueva era sobre la tierra. Mientras tanto se perpetuará esta lamentable historia de ciegos guiando a otros ciegos.

La vida es un self service. Por encima de todo deberá primar la ley superior del libre albedrío, la opción incuestionable de cada quien. Sólo progresaremos por convicción y en libertad. En ese marco de absoluta libertad, nos permitimos difundir las enseñanzas que , en este aspecto si cabe más urgente, han otorgado a la humanidad los Hermanos Mayores, los Grandes Seres e Iniciados que siempre han sido.

Educación en valores y conocimientos hasta nuestros días ocultos
De todo lo aquí expuesto, fácilmente se concluirá que la forma más eficaz de luchar por la vida y combatir el aborto, es la educación en la responsabilidad y sacralidad que comportan las relaciones sexuales. Urge la educación por supuesto en valores. Ello ya está cada vez más integrado en muchas mentalidades, pero urge también la educación en los misterios de la vida. Necesitamos realmente saber quiénes somos, para comenzar a abandonar tan primarios comportamientos. Si alcanzamos el convencimiento de nuestra condición espiritual, si se nos da a conocer que somos espíritus que cíclicamente nos revestimos de cuerpos para poder evolucionar, que debemos aguardar mucho tiempo al otro lado de la realidad para que se nos otorgue en gracia la posibilidad de encarnar…, adquiriremos un concepto más preciado de la vida en la materia. Sólo el conocimiento nos podrá librar del error y del atropello. Conscientes de todo el proceso de la vida y de la llamada muerte, nos libraremos mucho de cometer aborto.

No estamos hablando de Misterios Mayores, nos estamos refiriendo a conocimientos absolutamente vitales para el ser humano, para su futuro y progreso evolutivo. Ha llegado el tiempo en que estos conocimientos desborden los ámbitos restringidos en los que se venían impartiendo. Estas revelaciones superiores están revestidas de una importancia y trascendencia mayor que muchos de los contenidos que se imparten en nuestros institutos y universidades de hoy.

El progreso humano sólo se podrá desarrollar en la medida de que éste repare en su condición trascendente, en que empiece a responder a las preguntas vitales sobre nuestro origen y destino Algo nos llama a encarar estas cuestiones, es decir a conocer realmente para qué estamos aquí en la tierra. Una vez comience a hacerse la luz sobre estos temas tan fundamentales, caerá sobre la futura vida un halo de protección inviolable.

Si nos adentramos en la razón última de nuestra existencia se reforzará nuestro compromiso y responsabilidad a todos los niveles, por supuesto también con la vida que se encamina a la tierra. Es preciso tomar conciencia del enorme perjuicio que se causa al ser que quiere encarnar, cuando se acaba con su anhelo de manifestación en el mundo físico. Explorar y conocer por lo tanto para que la vida pueda fluir sin interrupción. Nos disponemos, siquiera de una forma sencilla y elemental, a describir el proceso de la llamada muerte y la reencarnación. Sólo así podremos ubicarnos debidamente ante la compleja cuestión del aborto, objeto de este libro.

Vivimos una confusión absoluta en torno a la sexualidad y a todo lo que ella comporta. Ha ido cayendo una forma tradicional de enfocar todo esta cuestión trascendental, pero aún no ha nacido sólida alternativa. Nadie se atreve a decir que el libertinaje representa un atraso igual o mayor que la represión. A esta ceremonia de la confusión se contribuye en buena medida desde las instancias políticas y administrativas con sus más que censurables planteamientos y campañas. Es por ello que deseamos honrar y reverenciar la unión sagrada de los cuerpos y las almas de la mujer y el hombre. Poco o nadie habla de la sublimación de la energía sexual. Poca opción alternativa encontramos entre el latigarse o el descargarse. En medio de la sociedad del todo vale, plantear el desafío de la transformación de la energía sexual, de su ascenso hacia el cerebro a través de los canales energéticos etéricos, resulta aún poco convincente.

Los responsables de los media, los agentes de cultura y de ocio tienen su gran parte de responsabilidad en el creciente proceso de banalización de las relaciones sexuales entre los jóvenes. No hay rastro, ni perspectiva de imprimirles valor y sentido. Esfumada la trascendencia del acto sexual, desaparecen al instante las responsabilidades que pueda comportar el mismo. Vivimos una sociedad que elude las responsabilidades colectivas más allá de los impuestos y el voto. Nos sugieren por todas partes que el amor puede estar o no en las relaciones, que ello carece de importancia. Los jóvenes lo acaban creyendo.

¿Quién habla de la unión prioritaria de las almas, antes de que se enlacen los cuerpos? La energía sexual es la más sagrada que alberga el humano, pues es la que le confiere la posibilidad de perpetuarse. En el líquido seminal masculino está concentrado el poder para engendrar la nueva vida, es un extracto solar, es el líquido más preciado y sagrado. El nivel de una civilización bien se puede medir por el uso que hace de esta preciada sustancia. En nuestra sociedad el derroche es generalizado con todas las consecuencias a muchos niveles que ello implica: empobrecimiento de las relaciones sexuales, “perdida de la chispa”, paulatina merma de la vitalidad... Todo ello sin entrar en la problemática que añade la precocidad de la eyaculación.

La cuestión no sería por lo tanto adhesión al aborto sí o no. El tema sería más bien qué educación sexual y de vida proporcionamos a nuestros jóvenes, de forma que no se precipiten en el omnipresente relativismo, que no sean absorbidos por la imperante cultura hedonista-materialista. Con una educación independiente de todo credo particular, que aprecie y cante a la vida en todas sus formas, será más difícil caer después en fatales errores como el del aborto. Si finalmente se opta por éste, que sea a sabiendas de todas las consecuencias que para el futuro ello comporta. La ley del libre albedrío ha de prevalecer por siempre.

Fidelidad
Ser fiel al compañero/a, a la vida que con él, con ella se nos acerca. Defendemos los valores que no están precisamente en alza. La sociedad ha ido perdiendo el valor supremo de la fidelidad con todo el desorden que ello comporta. Es preciso reordenar la vida propia, la vida comunitaria en base a la lealtad. De lo contrario todo se desmorona, de lo contrario es un constante volver a empezar, sin base alguna. Es la fortaleza del alma, del amor genuino que ella desprende, lo que garantiza la continuidad de la relación.

Presos del apetito insaciable, la fidelidad se resquebraja y el alma no tiene posibilidad de afirmarse. No podemos establecer la relación de pareja, atender o no a la vida que llama a nuestra puerta, en razón del apetito. La fidelidad es la reafirmación del alma que ve mucho más allá de los intereses meramente egoístas de la personalidad. Es el alma la que es capaz de preservar la vida que quiere venir a través nuestro. Donde el alma ve una bendición, la personalidad sólo observa privaciones y sinsabores.

A la postre sólo es el alma y la fidelidad que ella comporta la que puede acercarnos a la noción de felicidad. Trataba de expresarlo en una suerte de poema de esta forma:

“Sólo la cueva de su altar.
El que para ti dejó en una luna consagrado.
Sólo beberás de sus labios.
Recuerda que sólo serán sus pechos.
¿Quién te acogió en sus brazos a la vuelta de tus batallas?
¿Quién soportó cada una de tus relatos?
Los pactos no se mojan, los besos no se olvidan.
Apaga de una vez por todas el GPS.
Por nada del mundo conectes de nuevo los radares.
No busques a nada, ni a nadie.
Entronízala en medio de tus sentires.
Fidelidad se llama a partir de ahora tu sendero.

Capaz de olvidar los jugos de tantas frutas,
los caldos de tantas verduras cuando tu frente enrojecida.
Ella no merece el cáliz amargo de tu "aventura".
Ahórrate otro perfume, otro licor, otro estampado en las sábanas...
No se te ocurra cantar otros ojos.
Ahorra hasta el verso si detrás no está ella.
Ahórrate el instante fugaz de pretendido gozo. Siembra ya para la eternidad.
Ella merece sobradamente el sol que aún te brilla,
el parpadeo de tus estrellas, la sonrisa de tus alboradas.”

Saltar de flor en flor es el arte de las abejas, no del humano que busca perfeccionarse. La infidelidad tiene también su relación con el aborto y el sufrimiento que ello comporta. Una vez más se nos demuestra que pensar en nosotros mismos, sólo acarrea, a más o menos largo plazo, su debida cosecha de dolor.

A través de tantos argumentos, películas y ficciones se nos ha vendido el falso patrón del libertinaje y la infidelidad, de forma que no resulta fácil restablecer los valores superiores en la conciencia humana. Obvia decir que fidelidad no tiene que ver con la persistencia de una relación claramente deteriorada. Con fidelidad nos estamos refiriendo a saber hacer perdurar, crecer y multiplicar el amor por otra persona que mora, en una mayor o menor medida, en nuestro interior.

Cuando somos fieles a la pareja, nos comprometemos también con la vida que a través de ella nos alcanza. Entonces es cuando permitimos explotar su sonrisa, la maravilla indescriptible e inefable de la criatura en su más tierna e inocente edad. Las bendiciones acaban lloviendo sobre quienes asumen la paternidad-maternidad con total y absoluta entrega.

Somos, contamos en la medida que nos entregamos, nunca en la medida que vivimos por y para nosotros mismos. Los valores han estado demasiado tiempo, demasiado invertidos. Es preciso empezar de nuevo, de cero a construir una nueva civilización en la que prime la lealtad, la ley suprema del amor y la solidaridad universal. Nunca es tarde si la dicha es buena. Quizás, a la vuelta de tantos errores y sus pesares y sus lecciones correspondientes, el momento era ahora… Sumar, siempre sumar. Nunca más restar a la corriente de la vida, nunca más privar de aire a la vida que anhela acompañarnos.


















VII CAPÍTULO
Acercamiento al misterio de la vida…

Somos espíritus que nunca mueren. Vida tras vidas vamos evolucionando, purificándonos, elevándonos. Ocupamos vestiduras, cuerpos cada vez más perfectos, que nosotros mismos con la ayuda de otros seres vamos diseñando. Estos seres según la Escuela espiritual en cuestión se denominan ángeles, protectores, tutores, guías… A nada que hayamos superado las estancias del bajo astral, que meritemos estancias o dimensiones más luminosas nunca estaríamos solos. Nos acompañarían los seres queridos, amén de esa amorosa compañía. Vida tras vida iríamos descubriendo también la verdad oculta que está en el origen de todo cuanto existe y palpita.

Intentamos traer a estas páginas retazos de esas verdades ocultas. Sólo con la cercanía de esa luz podremos abordar de forma más lógica y certera ésta y otras tantas cuestiones relativas a la condición humana. Abordar la cuestión del aborto nos lleva inevitablemente a afrontar el misterio de Dios, de la vida y de la llamada muerte. Nos ponemos a ello, conscientes no obstante de la dificultad de la afronta en unas breves páginas, pero igualmente motivados por la posibilidad de arrojar alguna pequeña chispa de luz al respecto.

El misterio nos interroga, no nos ponemos en pos de él por mera curiosidad, o afán de mero conocimiento, sino principalmente porque aspiramos a ser mejores personas, porque deseamos contribuir a la vida y a su expansión. El misterio nos interroga y nos acercamos a él con humildad. Sumarnos a la vida es predisponernos a conocer sus Leyes superiores, las que se nos muestran de forma velada en la observancia de la Madre Naturaleza, y sin embargo se nos ocultan en los libros de texto de los institutos y universidades. Hay pautas que rigen la sociedad, pero hay otras pautas, por encima de éstas, que ordenan la vida en todos sus planos, material, emocional, mental y espiritual. Éstas no nos son mostradas. Su ignorancia contribuye a que no las atendamos e incurramos en errores que comportarán inevitablemente sufrimiento.

El misterio llama a la puerta, no porque deseemos engordar un orgullo espiritual, sino porque la vida nos sorprende, nos deslumbra y nos interroga a cada instante. Deseamos poder responder correctamente a las preguntas vitales, a los dilemas que por doquier nos presenta la vida, so pena de volver a errar y permanecer atrapados dentro de la espiral del dolor. El sufrimiento representa la trasgresión de la Ley. Buscamos las Leyes superiores, la Moral cósmica, entre otras razones ya expuestas, porque deseamos emerger del sufrimiento.

Queremos tomar igualmente autonomía en nuestro caminar. No deseamos depender de otros a la hora de afrontar las grandes cuestiones de la vida. Deseamos adquirir un conocimiento que nos empodere a guiarnos por nosotros mismos. Queremos conocer el mapa de la existencia, saber de las Leyes que rigen la circulación a través de ella.

El misterio se va abriendo tímidamente para muchos. Podríamos intentar desvelar algunos de sus interrogantes en el libro de la naturaleza, en el libro que constituimos nosotros mismos, pero necesitaríamos una eternidad. Sin embargo seres más evolucionados hollaron el camino de la luz, se “licenciaron” en la tierra, alcanzaron la perfección y se volcaron después a ayudarnos. Comenzaron a revelarnos muchos de esos conocimientos que hasta nuestros días han permanecido ocultos.

La Naturaleza nos susurra sus misterios, sin embargo nuestros internos oídos no se encuentran aún los suficientemente preparados y afinados. Por eso recurrimos tan a menudo a las revelaciones, a los mensajes de los Grandes Maestros que son y han sido, los Mahatmas, los Maestros de Luz y Sabiduría… Aspiramos volver a ser uno con la vida y su Origen, el Amor incondicional al que encarnación tras encarnación, nos iremos acercando. Esos conocimientos unidos a nuestro propio discernimiento nos ayudan a tomar orientación en medio de nuestros convulsos días. Así podremos frenar el despiste, contener los desatinos a los que la ignorancia nos aboca.

Las palabras “ocultismo” y “esoterismo, nos pueden resultar extrañas, pueden suscitar recelo en nosotros. Son denominaciones para referirnos a ese compendio de sabiduría que reposa en la Creación y al que nosotros aquí, ahora preferimos referirnos como ciencia espiritual o divina sabiduría. Poco a poco vamos cobrando conciencia de la trascendencia de las verdades hasta nuestro presente ocultadas. El sistema de pensamiento dominante vertió mala prensa sobre cuanto encierra la ciencia divina hasta nuestros días tan vedada . Ahora, en tiempos de mayores libertades, vamos al reencuentro de los atisbos de verdad que esa ciencia espiritual comprende. Nos importa poco de qué forma se quiera envolver a esa sabiduría sin tiempo, ni patria. El nombre es lo de menos, lo importante es que se manifieste pura y desnuda de todo interés personalista.

No somos por lo tanto esoteristas, sino apasionados de la Vida en todos sus pálpitos, en todas sus manifestaciones que se nos escapan. No perseguimos el conocimiento oculto por orgullo o capricho, vamos tras la Vida que nos enamora y queremos saber más de ella, de su origen, de su naturaleza, extensión, desarrollo... Deseamos contribuir al progreso de su Plan divino, participar más conscientemente de su proceso evolutivo. No somos esoteristas, estamos cautivados por el misterio de la existencia y sus reinos, por el universo deslumbrante de las flores, de los animales, de la Madre Tierra, por supuesto de la familia humana... En medio de ese enamoramiento, surge el interrogante e intentamos satisfacerlo.

De cualquier forma será preciso vacunarse contra toda la carga de recelo y suspicacia que rodea todo lo esotérico. Se nos ha prevenido en falso contra todo ello. El esoterismo parte del estudio de las Leyes superiores y la primera de ellas es la Ley del Amor. Junto a ella la de la evolución, la del libre albedrío, la del karma también denominada de justicia divina o de causa y efecto… El estudio esotérico nos invita por lo tanto a servir y volcarnos en amor, a liberarnos de las ataduras propias y ajenas. El conocimiento de las Leyes nos proporciona autonomía con respecto a los poderes instituidos, de ahí el recelo que suscitan. Frente a esa adhesión libre e independiente a las Leyes divinas, se conjuraron poder civil y eclesiástico. De ahí la connotación peyorativa que con el tiempo ha ido adquiriendo todo lo relativo a esoterismo.

Para terminar la ceremonia de la confusión, un gran cortejo de mercaderes del espíritu, de nigromantes, de oportunistas y negociantes, de fonambulistas y columpiadores de otras realidades, dispuestos a enriquecerse con sagrados conocimientos…, se puso en marcha. Ellos contribuyeron también a prostituir la palabra, de forma que ya en nuestros días nos resulta difícilmente recuperable. Nos estamos por lo tanto refiriendo a lo largo del libro, a ciencia espiritual, a sabiduría arcana, sinónimos al fin y al cabo de legado esotérico.

En realidad estos conocimientos sagrados dieron norte a nuestras días y por lo tanto, en la medida de nuestras humildes posibilidades, hemos de estar abiertos a la posibilidad de compartirlos. Si antes hubieran llegado a nosotros estas pautas supremas, algo diferentes habrían sido nuestras vidas. Más allá del lamento y los balones fuera, asumimos responsabilidades y atendemos al reto de rehacernos a nosotros mismos, al desafío de contribuir a reconstruir también otra sociedad sobre otras bases.

En constante evolución
La entera vida y sus Reinos se hallan en ininterrumpida evolución. En tanto en cuanto formamos parte de la naturaleza, participamos de su impulso por alcanzar superiores cotas de perfección. Nacer, crecer y morir es un ciclo que se renueva una y otra vez (rueda de Sansara). Sin embargo los vehículos de los que nos servimos son cada vez más perfectos y los deseos y pensamientos que abrigamos pueden rayar más alto.

Francisco Nacher López nos expone todo este misterio de una forma sencilla y asequible en su excelente libro que lleva por título “¿Qué ocurre cuando nos morimos?”: “Tras la muerte del cuerpo físico, seguimos viviendo en el Purgatorio, donde revivimos la vida que terminó, y sentimos todo el daño que a los demás hicimos infringiendo esa ley natural, de modo que aprendemos, para futuras vidas, lo que no debemos hacer. Luego, pasamos, del mismo modo, por los tres cielos, donde experimentamos toda la felicidad que hemos proporcionado a los demás cuando hemos cumplido la ley natural, con lo que aprendemos qué cosas deben hacerse. Asimilado todo eso, creamos nuevos cuerpos, más perfectos que los anteriores, más capaces de expresar lo superior, en los cuales renacemos y vivimos de nuevo en esta tierra. Ese ciclo se repite, mejorando cada vez, hasta que alcanzamos el estatus creador.”

Nacher pertenece a la escuela Rosacruz. Cuando se refiere al Purgatorio está hablando en realidad del bajo astral, el mundo de los deseos inferiores. Ahí nos demoraremos o no en razón del peso que aún cobren en nosotros los deseos de naturaleza inferior. En tanto sigan vivos esos deseos, no podremos ascender en la escala del mundo astral.

La finalidad de todo este proceso al otro lado del velo, es por lo tanto que nuestro Yo Superior, nuestro Espíritu, nuestro verdadero Yo, alcance a transmitir a la personalidad inferior lo que debe y no debe hacer. El Espíritu, en tanto en cuanto parte de Dios, no evolucionaría. Nos aclara Francisco Nacher al respecto: “Lo que hace es devenir capaz de manifestar, a través de los cuerpos que construye, cada vez más perfectos, sus potencialidades divinas. Dios no es un ser vengador, ni celoso de su poder, ni que se irrite por nada, sino un padre amoroso, del cual formamos parte, en cuyo seno vivimos y tenemos nuestro ser, y que nos ayuda y nos alienta y nos inspira y nos ama, pero que, por eso mismo, porque nos ama, respeta nuestra libertad y permite que nos equivoquemos y suframos las consecuencias de nuestros errores para que así podamos convertirnos en dioses creadores como Él, que es nuestra meta.

A lo largo de las distintas vidas, vamos pasando por diversas razas y culturas y religiones, cada vez más elevadas y adaptadas a la evolución que vamos adquiriendo. Del mismo modo, alternamos el sexo frecuentemente, para que el espíritu pueda expresar sus dos polaridades, ya que el espíritu es bipolar”.

Reencarnación
La ley de la reencarnación nos indica por lo tanto que somos inmortales y evolucionamos construyendo y utilizando cada vez cuerpos más perfectos, en base a nuestras vidas anteriores. A su vez la ley de karma, de causa y efecto, de acción y reacción…, el nombre es lo de menos, nos muestra que todo cuanto hacemos a los demás, revierte de algún modo en nosotros en el futuro, con el fin de que aprendamos así lo que es correcto y lo que no lo es.

Podemos detenernos por un momento, mirar a nuestro alrededor, observar el presente que vivimos. Todo lo que somos y cuanto nos rodea es producto de nuestras acciones en el pasado. Lo que ahora no somos y no encontramos, podemos ser y encontrar en el futuro, si ahora nos predisponemos a ello. Sólo recogemos aquello que sembramos, de ahí la necesidad de cuidarnos de hacer mal a otros, pues ese mal es el que atraeremos y cosecharemos. Si queremos felicidad para nuestras próximas encarnaciones, comencemos haciendo el bien y brindando felicidad a nuestro alrededor ahora.

En cada encarnación encontramos lo que necesitamos para crecer. Si se nos priva de la posibilidad de encarnar, no podremos vivir esas vitales experiencias y progresar en la evolución. Deberemos por lo tanto librarnos muy mucho de destruir la forma de la cuál desea vestirse el Espíritu para experimentar en la materia. Aclara sobre esta vital cuestión Francisco Nacher. “Deberemos pagar con servicio amoroso y desinteresado a nuestras víctimas de otras vidas, aquellas agresiones y abusos, y ésa es la causa de que nazcamos en una u otra familia y en un entorno u otro y en un nivel social u otro.

No existen, por tanto, castigos ni premios, sino tan sólo resultados de nuestros propios actos. Consecuentemente, nadie puede quejarse de ser pobre o rico, inteligente o torpe, agraciado o feo, alto o bajo, sano o enfermo, etc., porque todo ello no es sino consecuencia directa de sus actuaciones anteriores y, por tanto, si bien no podemos evitar las consecuencias de lo ya hecho, en esta o en vidas anteriores, sí que podemos proporcionarnos vidas futuras más felices si ponemos ahora en funcionamiento causas que produzcan efectos positivos. Eso sólo se logra cumpliendo la ley del amor”.

De todo ello concluiremos la necesidad, no sólo de estar atentos a nuestras acciones, sino también a nuestros deseos y pensamientos. Dice la ciencia divina que “la energía sigue al pensamiento”. Somos por lo tanto seres creadores, creamos también con la mente y hemos de ser también cuidadosos con ella.

La reencarnación es más que una teoría, es conciencia del significado profundo de nuestra presencia en la tierra. En razón de esta visión, somos espíritus circunstancialmente encarnados en la materia; somos el resultado de lo que hemos sido. Hemos venido a la carne muchas veces y habremos de volver otras muchas más, con el objeto de sutilizarnos, de perfeccionarnos, de soltar lastre. Encarnación tras encarnación iríamos ganando en aprendizaje y experiencia. El azar no sería sino la ignorancia de las Leyes superiores. Todo respondería a un porqué.

A nada que hayamos alcanzado un cierto nivel evolutivo, planificaríamos en los mundos espirituales con nuestros tutores, guías, el nombre es lo de menos, nuestra siguiente encarnación. Esa planificación estaría, no en función de nuestros caprichos vanos, sino de nuestras prioridades evolutivas. Es decir diseñaríamos nuestra próxima vida para poder encontrar las posibilidades de encarar nuestros defectos y salir victoriosos. Elegiremos, tras concienzudo análisis exploratorio entre las posibilidades que nos son mostradas, los grandes hitos de nuestra siguiente encarnación, a saber: morfología de ese cuerpo, los padres que nos dotarán de ese cuerpo, eventuales enfermedades, hora y lugar de nacimiento, hermanos, amistades, pareja o parejas…, así como también el mismo momento de dejar la vestidura de carne. Los grandes acontecimientos de nuestra vida estarían por lo tanto previamente planificados. La letra gorda estaría preestablecida, no así la pequeña. Es decir nos marcaríamos los grandes objetivos de nuestra siguiente vida, pero con un margen grande de libre albedrío.

La tradición hasta nuestros días oculta, señala que se nos presentarían hasta tres planes diferentes a elegir, en función de la fuerza con la que nos sintamos para abordar más o menos ambiciosos desafíos y acometer reparaciones pendientes. En caso de pertenecer aún a un nivel evolutivo inferior, al ser incapaces de elegir lo que más conviene para nuestra evolución, serían los guías los que tomarían la decisión por nosotros mismos.

Tan disparatado como pensar ayer que la tierra era plana, podrá ser mañana considerar que nuestro espíritu o parte inmortal, únicamente toma una sola vez carne en la materia. Abundar en la ley de la reencarnación, en la que en nuestros días creen miles de millones de humanos, sería largo y prolijo. Nos desviaría del objeto de este libro. Es numerosa la literatura al respecto de un sentir que avala buena parte de la humanidad y varias de las más arraigadas tradiciones espirituales y religiosas. Al final del libro encontrará el lector una breve bibliografía si desea profundizar al respecto.

Ofrecemos sin embargo algunos sencillos y escuetos enunciados para sustentar no tanto una teoría, sino una vivencia profunda anclada en nuestro ser. Este breve esbozo de la reencarnación es indispensable para comprender el significado y las consecuencias de la práctica del aborto. Por supuesto no abrigamos deseo alguno de convencer a nadie, sólo compartir la vivencia de la trascendencia de nuestro espíritu. Pueda esta somera exploración de la vida que no se acaba, a quien se adentra por primera vez en estas cuestiones mistéricas, proporcionar algo de la interna liberación que para tantos otros nos ha supuesto.

Desigualdades
La ley de la reencarnación nos permite entender las desigualdades sociales y de salud que encontramos en las criaturas que encarnan. ¿Si no es a la luz de la visión reencarnatoria, cómo podríamos entender la enorme diferencia de las situaciones que habrán de afrontar unos y otros seres que nacen? ¿Cómo la Fuente de toda Vida y de todo Amor, podría consentir semejante diferencia, sino es a la vista de las causas que los seres han cosechado en encarnaciones anteriores? ¿Cómo permite el Divino Amor que unos seres estén saliendo a la vida a orillas del lago Leman, en una casa de madera, rodeados de todo cariño y confort, mientras que otros lo están haciendo en un suburbio de Calcuta, rodeados de miseria?

Como decíamos arriba, somos lo que hemos cosechado, seremos lo que hoy sembramos. Nada escaparía a la Ley universal de causa y efecto, vulgarmente conocida como de Karma. El conocimiento de esta Ley nos brinda la oportunidad de labrarnos un futuro diferente.

La teoría de la sola vida para llegarnos más o menos cerca de la Casa de Dios Padre Madre, perdería también, a la luz de todo lo ya apuntado, su sustento. El catolicismo oficial sólo nos concedería la oportunidad de una única vida para alcanzar la perfección. En esa exclusiva existencia, independientemente de las condiciones en las que nazcamos, nos jugaríamos toda la eternidad. Esta lógica tan predominante aún en nuestros días, haría aguas por doquier. ¿Cómo un Dios, Amor en esencia, nos va a conceder una sola oportunidad para poderLe alcanzar? Según la doctrina de la Iglesia, pasarían los eones y permaneceríamos en el justo lugar que alcanzamos tras aquella exclusiva permanencia en el mundo de la carne. Hay postulados que difícilmente se pueden sustentar en el presente.

Nunca se acaba
La vida nunca se acaba. Es un proceso sin fin. Es una aventura eterna. Una y otra vez volvemos, una y otra vez a limar nuestras asperezas, a emplearnos con más y más amor, a tratar de paliar el mal ocasionado en nuestras anteriores vidas. La sola vida no tiene quien la defienda con consistencia. La sola existencia en medio de la eternidad no hay quien la comprenda. La vida en la materia es un “parpadeo” en medio de tantas vidas. Al “morir”, nuestro alma nacería de nuevo a los mundos del espíritu. En realidad a esos mundos nacemos todos los días cuando nos acostamos y soñamos, sólo que en este caso volvemos, el alma no se separa definitivamente del cuerpo. Cuerpo físico y cuerpos espirituales permanecen unidos a través del denominado “cordón de plata”.

Nacemos a los mundos de la materia, porque aquí se dan las verdaderas oportunidades de aprendizaje, porque aquí se concitan las especiales condiciones para emplearnos y desarrollarnos en amor. En los mundos del más allá (astral, mental y espiritual), no hay carencia alguna, tenemos todo resuelto, pues todo lo conseguimos con mera voluntad. Es en estos mundos materiales donde se reúnen condiciones duras, a veces extremas, debido, la inmensa mayoría de las ocasiones, al egoísmo humano.

Es aquí donde se no procura el escenario idóneo para hacer realmente bien al prójimo, donde, en un ejercicio de olvido propio, podemos servir a los demás y de esa forma evolucionar. Este escenario de privaciones concluye en el examen. Esa propia autoevaluación contemplará por encima de todo, el desarrollo de nuestra capacidad de amar. “La moradas de mi Padre son infinitas” nos dice Jesús en los Evangelios. Más “puntos” en la tierra, más altura nos corresponderá en esos mundos espirituales al dejar la carne. Más hemos vivido por y para el bien de los demás, más luminosas estancias se nos proporcionará en heredad. “Nuestra verdadera recompensa está en el Devachán” (El Cielo en la terminología católica) dice para alentarnos Vicente Beltrán Anglada.

Volvemos a la vida física por lo tanto para poder experimentar y perfeccionarnos, pero volvemos también con motivo de nuestras causas pendientes, por las reparaciones que debemos efectuar. Aquí se nos brinda la posibilidad de expiar las faltas, los daños que hemos infligido a otros en el pasado. La Ley de causa y efecto nos dice que todo aquello que sembramos para bien o para mal es preciso cosechar. Es decir hemos de recoger los efectos de nuestras causas en uno y otro sentido. Nada quedaría sin su consecuencia. No habría ni un instante de gloria, ni un segundo de dolor que no mereciéramos, incluso aquello que nos semeja más incomprensible. Pujamos conscientemente desde los mundos espirituales por volver y poder encontrarnos con quienes hemos perjudicado y así poder reparar ese daño que les hemos causado. El encarnar comporta olvido, pero el desarrollo aquí de la conciencia y la intuición, el ejercicio de la autoobservación…, nos puede llevar a tomar alguna noción de esas cuentas pendientes.

Retornamos por lo tanto porque así lo desea profundamente nuestro espíritu a través del alma. El espíritu mora en las más elevadas esferas espirituales y se manifiesta como alma en estos mundos espirituales de inferior vibración. Nadie nos impondría el retorno. Nosotros decidimos el cómo, cuándo y a través de quienes. Lo decidimos con la ayuda de nuestros guías y tutores. En los mundo espirituales gozamos de una perspectiva e información de la que aquí carecemos. La voz de la conciencia y su llamado a la reparación de daños, son allí muy vivos. Podríamos gozar más prolongadamente del descanso, del estudio, solaz y aprendizaje en esos mundos de gloria, sin embargo hay una fuerza interna que nos conmina de nuevo a tomar carne. Es el empuje de la evolución que nos anima a alcanzar mayores cotas de desarrollo, meta de perfección que pasa inevitablemente por saldar las deudas contraídas.

Todo esta importante cuestión de la reencarnación es vista de forma semejante, no sólo por la tradición oculta en Occidente, sino también por las grandes religiones en Oriente. Cuanto aquí esbozamos de forma sintética y didáctica, representa una mera introducción en los misterios de la vida y la llamada muerte. El tema es sumamente extenso y no podemos en este libro abordarlo en su magnitud. El cristianismo en sus primeros años asumía plenamente la teoría reencarnatoria. Es en el Concilio de Nicea cuando es abolida. El propio Nuevo Testamento nos revelaría diferentes pasajes en los que el mismo Jesús da a entender la existencia de múltiples vidas en la carne. Hay muchos libros que explican en detalle los mensajes de Jesús que evidencian que Él participaba, sin lugar a dudas, de esa visión.

¿Una sola vida?
¿Cómo es posible que el Dios todo Amor dote de posibilidades tan diferentes a unos y a otros a la hora de colocarnos en la pista del perfeccionamiento? ¿Cómo podríamos emprender la carrera hacia las metas y mundos espirituales desde tan diferentes condiciones y puntos de partida? Planteado de otra forma: ¿Cómo entender la tan diferente variedad evolutiva humana?

El Amor del Padre Madre celestial es tal que nos permite gozar de ilimitadas vidas para, una tras otra, podernos purificar. Gozaríamos de infinidad de encarnaciones para podernos manifestar en más y más amor, para pulir nuestros defectos, para tornarnos más y mas útiles al Plan de la vida. Ante nosotros un sinfín de oportunidades para alentar nuestro potencial divino, para que crezca nuestra aspiración a la luz, a la paz, a la armonía, y por lo tanto nuestro anhelo de devenir nosotros también esa luz, esa paz, esa armonía…

El hecho de no recordar nuestras vidas anteriores no constituye argumento para refutar la existencia de éstas. Seguramente más nos valdría pensar en una inteligencia divina, en una compasión infinita que prefiere ofrecernos en cada existencia una hoja absolutamente en blanco, obviando los errores de nuestras vidas anteriores y su consiguiente karma que minarían nuestra voluntad. Cada vida sería una oportunidad de regenerarnos, enmendarnos y aligerar lastre. Si sintiéramos a nuestras espaldas el peso que hemos contraído en existencias anteriores, seguramente no podríamos reunir la fuerza necesaria para saldar esas deudas.

Por lo demás, será preciso esa memoria en blanco que nos impida conocer quiénes nos han infligido daño en las encarnaciones anteriores, so pena de posibilidad de encender nuestro ansia de revancha y adquirir, si ésta se consuma, más “karma”, más débito negativo ante la divina Ley de Universal Amor. Como ya apuntábamos, se nos nublará por lo tanto la noción de a quiénes hemos dañado, de forma que la acumulación de remordimiento no nos haga desfallecer. Igualmente perderíamos la noción de quienes nos han perjudicado.

Los mundos espirituales
Quien viste los cuerpos no es esos cuerpos. Nuestro Real Ser, nuestro auténtico Yo los utiliza pero su esencia no es esos cuerpos. No hay que confundir los trajes con el Ser que los calza. Nuestro Ser Superior o también llamado Espíritu o Mónada, por habitar en los mundo monádicos, va descendiendo de plano en plano, hasta manifestarse en el mundo más denso, el físico. Poseemos por lo tanto varios cuerpos, habitamos varios mundos a la vez. Antes de encarnar en la materia ya estamos en los otros planos, ya habitamos los cuerpos astral y mental. Al conjunto de estos cuerpos inferiores lo denominamos “personalidad”.

En esta breve obra y sin entrar en mayores detalles, nos limitaremos a definir los cuerpos etérico, astral y mental. El éterico o vital nos dota de vitalidad y tiene la misma forma que nuestro cuerpo físico. Después contamos con el cuerpo astral o de los deseos, merced al cual podemos expresar deseos. Este tiene una forma ovoide y por último el más amplio y abstracto el cuerpo mental, gracias al cual podemos pensar. Es precio señalar, llegados a este punto, que no pensamos con el cerebro, pues éste sería una mera antena receptora de los pensamientos que son emitidos por el cuerpo mental. Todos estos cuerpos no están encima de nuestro cuerpo físico, sino que lo compenetran. De la misma forma el mundo éterico, astral y mental compenetran nuestros planeta físico.

Gracias al cuerpo astral nos podemos desenvolver en los innumerables niveles o “moradas” del astral, gracias al mental nos podemos desenvolver en los mundos mentales, el inferior y el superior, también denominado causal, pues es allí donde mora nuestra alma y donde emanan nuestros más elevados pensamientos, también el arquetipo mental al que deberá de ajustarse nuestros cuerpos en un siguiente proceso encarnatorio.

Nuestros espíritu se viste de los cuerpos sutiles para desenvolverse en esos mundos sutiles a través del alma. Esos mundos sutiles superiores, tal como nos los presenta la ciencia espiritual, nada tienen que ver por lo tanto con las imágenes que desde pequeños ha ido grabando dentro de nosotros la cultura católica. Nada más lejos de la realidad que el eterno descanso sobre una nube a la vera de un ángel alado tocando el arpa. En lo que respecta a los mundos inferiores del astral, tampoco nada más alejado de lo que constituyen en verdad, que esa imagen de llamas perpetuas en las que los más “pecadores” se cocerían en eterno fuego.

En los mundos espirituales sí puede haber descanso, pero a un mismo tiempo, intensa actividad y en lo que respecta a la ocupación de las almas, mucho estudio de lo que ha constituido nuestra existencia pasada. Allí también preparamos las condiciones ideales para la futura.

Todo ello dependerá de nuestro nivel de conciencia despierta. Es decir, allí como aquí. En la medida que nos hacemos conscientes de la realidad que allí nos rodea, en la medida que nos dejamos penetrar por la vida trascendente y sus revelaciones, que nos hacemos conscientes de las Leyes superiores y del reto de vivir conforme a ellas…, nos convertiremos en los dueños de nuestros destinos. De lo contrario, si somos ajenos a las realidades inmateriales y salimos a esos mundos con el supremo despiste, otros habrán de tomar la iniciativa por nosotros, en la medida que desconozcamos lo que es más beneficioso y necesario para nuestra propia evolución.

El sentido último de la vida en la materia es saldar las cuentas kármicas pendientes y evolucionar en experiencia y servicio. En los mundos espirituales preparamos una vida que satisfaga ambos objetivos. La preparación es por lo tanto sumamente meticulosa. Por parte de nuestros guías o ángeles nos son presentadas varias opciones en función de lo que deseamos aspirar en cuanto a intensidad de la nueva encarnación. Tal como señalábamos podemos aspirar a una evolución más acelerada que comportará que se conciten más pruebas y por lo tanto esa próxima encarnación sea más dura. Podemos también optar por un ritmo más suave, es decir por repartir en diferentes futuras vidas los retos evolutivos pendientes.

Las variables a tener en cuenta a la hora de diseñar una encarnación son innumerables y se nos escapan. Los lazos de verdadero amor perduran por la eternidad y por lo tanto procuraremos el encuentro con seres queridos, pero también desearemos volver a coincidir con quienes hemos contraído deudas. Desearemos poderlas saldar. Si a alguien hemos perjudicado, querremos desde los mundos del espíritu preparar una próxima cita de forma que, una vez expiado el pago, podamos reestablecer la mutua armonía. La armonía impera en el universo y nuestras relaciones han de ir también paulatinamente afinándose con ella. Nuestro momento de encarnación puede ser por lo tanto adelantado o retrasado a fin de reencontrarnos con ese ser con quien nos encontramos en deuda.









































VIII CAPÍTULO
Volver a nacer

Larga preparación
La ciencia espiritual nos habla del largo proceso de preparación del Ser o Mónada que aspira a volver a tomar cuerpo en la materia. Buena parte de nuestra estadía en los mundos espirituales es para explorar las condiciones idóneas para el desarrollo de nuestra próxima encarnación. Como ya apuntábamos en el capítulo anterior, si aún no hemos desarrollado un mínimo de conciencia, ese plan nos es presentado ya confeccionado.

El lapso de entre las reencarnaciones varía en función de la tradición oculta en cuestión. Concretamente Max Heindell, de la Orden Rosacruz, nos revela en sus libros un lapso de 1000 años. Es decir tendríamos dos vidas por cada una de las eras zodiacales y lo más habitual, aunque no siempre se cumpliría, sería alternar el género. Es decir en una vida bajaríamos con un sexo y en la siguiente con el contrario. Para otros autores este lapso de tiempo sería excesivo. Más evolución, más se espaciarían nuestras manifestaciones en la materia. Más errores y faltas hemos cometido, más pronto desearíamos volver. En razón de todo ello, otros autores como Michael Newton, Brian Weis… sitúan ese lapso entre los 50 y los 300 años.

Gran parte del tiempo entre vida y vida lo pasaríamos visualizando “la película” de nuestra anterior encarnación, observando los aciertos y los errores, tanto en el ámbito de los actos, los deseos, como los pensamientos. Repararemos en qué hemos errado y en qué acertado. Otro mucho tiempo lo pasamos estudiando las condiciones más apropiadas para poder atender a los retos evolutivos pendientes, es decir se trataría de concitar las circunstancias que nos posibilitarían el desarrollo de virtudes y la superación de sus defectos correspondientes, es decir las sombras, manchas o “pecados” que hemos ido arrastrando vida tras vida.

En cuanto a la geografía, normalmente reincidiríamos durante continuadas encarnaciones en un misma geografía, habida cuenta de que encarnamos en grupo. No por supuesto a la vez, pero sí procurando mantener los vínculos. De ahí la aseveración de que “bajamos en racimos”, es decir nuestras encarnaciones se suceden en compañía de seres que ya hemos frecuentado. Serían grupos semejantes, que no siempre iguales y que propiciarían relaciones. Somos abrigados por nuestros familiares y amigos, en caso de no haber sufrido percances que hayan motivado adelantos o atrasos. También somos retados por nuestros adversarios a superar los enfrentamientos que nos separan. Cuando el alma es más consciente y madura, una encarnación junto con otros allegados en el mismo tiempo y geografía propicia también una tarea conjunta. Se trataría de misiones colectivas que esas almas habrían de desarrollar en el curso de diferentes encarnaciones.

Max Heindell nos habla de tres y hasta cuatro posibles alternativas, en función de nuestra aspiración de evolucionar más rápido y por lo tanto de encarar más desafíos. Al otro lado del velo prima la más absoluta libertad a la hora de asumir los desafíos que querremos atender en una próxima vida. Asesoría toda, pero por encima de todo, los guías se caracterizan por el más exquisito respeto a la voluntad personal.

Los padres no escogen a los hijos sino viceversa, sin embargo si un genuino y puro amor une a los conyuges, ese mismo amor por ley de afinidad será capaz de atraer almas que vibran en un semejante amor. El dicho popular de “tal palo tal astilla” contiene buenas dosis de profunda sabiduría. Si la pareja vibra en amor se le acercarán criaturas más evolucionadas que si la pareja vibra preferencialmente en deseos lujuriosos.

Las circunstancias que elegimos en compañía de nuestros guías siempre resultan las más idóneas para nuestra necesidades evolutivas, para nada las más cómodas. Obvia decir que no nacemos en una geografía, en medio de una familia, en unas condiciones sociales, y con un cuerpo determinado por casualidad. Todo ha sido estudiado, ponderado y evaluado con supremo cuidado. Vamos al cuerpo, al hogar, al país… que necesitamos. No hay en ello margen alguno para la casualidad. Ésta sólo significa el desconocimiento de la Ley.

El espíritu a través del alma anhela tomar carne para poder crecer y evolucionar. No podemos llegar a imaginar el durísimo golpe que para el alma supone la frustración de ese anhelo, en la recta final previa a la encarnación. La ley del karma hace expiar esa seria conculcación del principio suprema del amor. Una vez hayamos saldado nuestra deuda, nos cuidaremos de volver de nuevo a cometer el atropello.

Condicionan también el diseño de nuestra próxima encarnación las lecciones de vida que tenemos pendientes por aprender. Es decir arrastramos cada quien diferentes sombras, egos o defectos. Preparamos y diseñamos al otro lado del velo nuestras vidas, de forma que encontremos “un gimnasio” en el cual esos defectos puedan ser superados. Si no creamos las condiciones para ejercitarnos en su superación, nunca lo lograremos.

Deseando vestirse de carne…
El escenario donde podemos ejercitarnos en amor estaría aquí. En los mundos espirituales, en los escenarios astral y mental, no encontraríamos las oportunidades de donación al prójimo que aquí hallamos. En esos mundos no hay limitaciones, no hay sufrimiento, ni penalidades (por lo menos en el alto astral y mental) y por lo tanto no hay posibilidades de acelerado crecimiento.

La Vida nos empujaría una y otra vez al escenario, donde sí podemos volcarnos al prójimo necesitado y por lo tanto crecer, evolucionar y conquistar más elevada morada en el más allá. Aquí encontraríamos el escenario único en el que desarrollar ese crucial músculo por nombre amor. Donde de todo hay y de todo sobra, tampoco habría mérito en el privarse, en el servir y darse…

Los mundos astral y mental serían esferas, moradas, dimensiones en las que todo cuanto nos rodea se acomodaría a nuestros deseos y pensamientos, teniendo facultad de crear de forma inmediata la atmosfera de cuanto nos rodea. En los mundos físicos también ocurriría a largo plazo algo semejante, pero su plasmación no sería, ni mucho menos, inmediata. Los mundos denominados sutiles o superiores, en realidad compenetran al mundo material. La densidad de los átomos es mucho menor y por lo tanto pueden superponerse al físico. El mundo astral estaría en el interior y a su vez alrededor de la tierra.

En el astral superior y en el mental se nos concede la oportunidad de descansar, valorar y estudiar lo que ha constituido nuestra encarnación anterior, así como planificar la siguiente. En esos mundos también tendríamos la posibilidad de ver satisfechos nuestros más elevados anhelos de orden altruista y artístico. Sobre todo en el mental superior, también conocido en la tradición esotérica por mundo causal o Devachán, gozaríamos de una gloria inefable, indescriptible e inimaginable. La permanencia en el Devachán estaría ajustada a los méritos acumulados en la vida física. Ésta por lo tanto se alargaría en los casos de seres generosos que han vivido por y para el prójimo y se acortaría en los casos contrarios.

De cualquier forma, al cabo de un tiempo determinado, sonaría la hora de retornar a la materia para poder seguir evolucionando. Allí estaríamos gozando de una gloria y descanso bien merecidos, pero no estaríamos conquistando mérito, “ganando puntos”. Sólo cuando hallamos alcanzado la perfección, cuando hallamos “ascendido”, cuando hallamos culminado nuestro recorrido de aprendizaje en la materia, podremos permanecer en el Devachán, Cielo del la tradición católica, el tiempo que deseemos.

Hay un impulso evolutivo innato que es el que nos devuelve a la carne. Todo aspira a crecer hacia superiores arquetipos de belleza, amor y perfección. Hay un impulso adicional que nace de las deudas contraídas por nuestras faltas pretéritas. Nuestra alma buscará siempre restañar el mal causado, saldar las deudas contraídas. Nuestra alma buscará siempre poner el contador de los débitos a “0”, invitándonos una y otra vez a asomarnos a la materia.

Nuestras vidas estarían por lo tanto planificadas al máximo detalle. De lo apuntado anteriormente será fácil concluir el anhelo del “nasciturus” (el que va a nacer) de tomar carne. Dice Sebastián Arauco en su libro “3 enfoques de le reencarnación” que hay un total de 20.000 almas que permanecerían en las esferas del astral cercanas a la tierra deseosas de tomar cuerpo físico. En algunos casos tal sería la fuerza de su anhelo, que estarían incluso en condiciones de asumir un cuerpo tarado o malforme con tal de poder encarnar. Un cuerpo de esas características, si bien comporta su inevitable sufrimiento, otorga también la posibilidad de expiar las faltas más rápidamente, de “curtirse” y elevarse mediante el sufrimiento.

Como ya hemos apuntado, sólo una pequeña parte de las almas que perteneceríamos a la tierra, estaríamos actualmente encarnadas. El resto permanecerían en la múltiples moradas del más allá, en los diferentes niveles de los mundos astral y mental. Todas estas almas estaríamos hasta el final del ciclo cósmico comprendidas en el “círculo no se pasa” (Vicente Beltrán Anglada) que conformaría la Tierra y sus dimensiones. Es decir nuestro karma, nuestro “haber” ya positivo, ya negativo se dirime en este planeta.

Al final del ciclo cósmico, y muchas enseñanzas y profecías apuntarían a que se acerca esa hora, habría un reajuste en razón de la afinidad vibratoria, de forma que se conformarían dos grandes grupos en función de ese nivel de resonancia. Por un lado estarían quienes vibrarían en más o menos amor, es decir en anhelo de cooperar y compartir y por otro quienes están más volcados en ellos mismos y vibran en más egoísmo. Los primeros heredarían una tierra que habría también ascendido en su nivel evolutivo y los otros encontrarían su hogar en otro planeta más acorde con su escaso nivel de amor.

Más allá de este relato avalado por tantas tradiciones y maestros espirituales, queremos subrayar la importancia del momento que vivimos, la importancia de no cometer errores en esta hora de graduación y de prueba. Estaríamos cercanos a una revalida o “final de los tiempos” en que se nos demanda un particular esfuerzo evolutivo. Por nada del mundo habremos de obstaculizar el proceso de las almas que aspiran revestirse de materia. Las mismas fuentes nos hablan de que ese stop, de que esa vuelta para atrás cuando ya está todo en marcha, es un golpe cruel para el ser que desea tomar aire en nuestro planeta y una falta grave para quienes propician la interrupción.

Quizás lo de menos sea utilizar la palabra crimen. Esta palabra abunda en la literatura que hemos consultado. Forma parte también del habitual vocabulario católico en referencia al aborto. Creo que no se trata tanto de demonizar a quienes cometen el acto, sino el de argumentar al máximo para que no se cometa. Hace falta más ciencia, más razón y menos estigmatización. No sé si fuimos criminales, sí sé que faltamos gravemente a la ley del amor universal. A partir de ahí será necesario subrayar que hoy escribimos nuestro futuro, que los errores pueden ser purgados, que nos podemos levantar de nuestras caídas y labrar para nosotros y quienes nos rodean, un mañana de más amor y solidaridad.

Proceso del nacimiento
El momento del nacimiento sería igualmente elegido por el alma, de ahí la importancia de que los partos sigan su curso natural, es decir el momento que los nasciturus escogen para asomar su cabeza y respirar. Hay una influencia celeste que se ha buscado para ese momento. Si partimos del postulado de que todos los planetas y astros ejercen su particular influencia sobre la tierra, al igual que como nos resulta evidente lo ejercen la luna y el sol, nosotros elegiríamos el momento de las influencias que estamos buscando. El momento de asomar nuestra cabeza no sería por lo tanto para nada aleatorio. Es decir, nosotros optamos por el momento astrológico de nuestro nacimiento que, en razón de sus influencias, se adecua a nuestras necesidades y facilita nuestra evolución. Buscamos una determinada influencia, no sufrimos fatalmente esa influencia. No somos víctimas de un destino incierto, somos los programadores de nuestras propias vidas, los hacedores de nuestro destino.

Como podremos observar, la diferencia es sustancial. Nosotros no sufriríamos unas circunstancias fortuitas, sino que diseñaríamos los hitos de nuestra vida, las pruebas de mayor calado que deberemos afrontar. Las líneas grandes por las que discurrirá nuestra existencia ya están diseñadas. Restarían los pasos concretos.

Reencuentro.
La ciencia divina dice que, al dejar la carne, es muy probable que nos volvamos a encontrar con ese ser al que tanto hemos dañado, privándole de la oportunidad de nacer. Dicen que seguramente nos estará aguardando. Ello dependerá de su grado de evolución. Si es un ser medianamente evolucionado puede habernos perdonado, puede buscar poder reencarnarse a través de otros padres.

No ocurriría lo mismo sin embargo con seres de más baja evolución. No habrían encontrado posibilidad de volver a encarnar y nos estarían esperando cargados de odio y resueltos a satisfacer venganza. Ese mismo odio habría contribuido a dotarles de una apariencia monstruosa.

Llegados a este punto será por lo tanto necesario preguntarse a qué es debido el grado evolutivo del ser al que se proporciona cuerpo para venir a la tierra. La sabiduría arcana presenta dos aspectos que determinan ese nivel:

En primer lugar sería definitivo el grado de evolución de los padres. Por ley universal de analogía, los padres traerían hijos afinados con su nivel evolutivo. Más amor en los padres, más derecho a acercar hijos con superior grado de evolución.

En segundo lugar sería también muy influyente el propio acto sexual de la concepción. Más pureza de amor predomine en ese acto sagrado y crucial más pureza también en el ser que hemos de acercar a la tierra.














IX CAPÍTULO
Consecuencias kármicas del aborto voluntario

Otras consecuencias
Reza la sabiduría arcana que el mismo mal que hemos generado es el que habremos de padecer. Si nosotros hemos impedido el que, a través nuestro, tome carne un ser, algo de ese sufrimiento habremos de padecer igualmente. Es decir al desear en el futuro volver a la tierra, podremos encontrar dificultades para que así suceda. Nos podemos ver rechazados por padres que igualmente nos cierran el paso. Puede ocurrir que al final nos veamos en la necesidad de encarnar en circunstancias más difíciles y a través de padres de más baja evolución. Éste sería de alguna forma el pago de nuestra falta. Así nos hablan autores como Max Heindell, Francisco Nacher López o Sebastián Arauco en sus obras.

Ello comportaría el problema añadido de que al encontrar dificultades para encarnar nos alejaríamos igualmente de los seres con los que hemos estado más vinculados en sucesivas encarnaciones. Ellos seguirían un ritmo, que, por la deuda contraída y su consiguiente necesidad de saldarla, nosotros no podríamos seguir.

El servicio como compensación
Ahora sabemos que al otro lado del velo, buscan vientres donde poder reencarnar. Nos es revelado que no hay parejas suficientes para poder atender a una enorme demanda, que la paternidad es sin duda uno de los más elevados servicios que puede abrazar el humano. En nuestra condición de padres o de madres nos olvidamos de nosotros mismos en aras de un ser, nuestro hijo/a, al que queremos por encima de todo y cuidamos con esmero. Esta experiencia nos habitúa en el imprescindible olvido de nuestros intereses particulares.

¿Por qué no supimos de toda esta información con anterioridad? ¿Por qué no llegó a nosotros la mínima conciencia capaz de haber frenado nuestro atropello? No arrojo balones fuera. No busco atenuantes a ese acto violento. Comparto con pena estas reflexiones, sin mayor deseo de restarme culpa.

La denominada cultura progresista, alentada por un materialismo e individualismo a veces atroz, ha podido obrar mayor mal que la denominada conservadora. La idea de conservar y proteger la vida no sería para nada retrógrada, sino todo lo contrario, representaría un criterio de responsabilidad y por lo tanto en cierta medida de progreso. La ideología conservadora, que puede ser involutiva, sobre todo en aspectos sociales, es evolutiva sin embargo en aspectos como éste, más referidos al ámbito, que se entiende popularmente, como moral. En el marco a veces difuso y por supuesto muy cuestionable de esa ideología, no se contempla por lo menos acabar con una vida por interés egoísta.

El bien que podamos hacer al prójimo supone ya una expiación de nuestros actos errados. La otra forma de compensación sería el padecimiento de las consecuencias, el denominado “karma” negativo. Como señalábamos ese karma nos avocaría a importantes dificultades a la hora en que nosotros deseemos volver a la tierra.

El encuentro en el más allá con el ser, al que tanta frustración generamos con el aborto, parece también inevitable. El que ese reencuentro sea más o menos desagradable dependerá de su nivel evolutivo.

“Overbooking” celeste
Vamos a explorar esas consecuencias kármicas que conlleva el haber cometido aborto de forma consciente y premeditada, a la luz de otros autores. Habida cuenta del enorme esfuerzo preparatorio que requiere una encarnación, hemos de ser conscientes de la terrible frustración que supone para el nasciturus no poder acceder a la vida material en el último momento. Hemos de recordar aquí que el alma que se dispone a encarnar y que ya se encuentra en la recta final de todo ese proceso, ha invertido mucho tiempo en esa planificación. El alma desea profundamente saltar a la materia, poder afrontar las pruebas para las que concienzudamente se ha preparado.

No tenemos que olvidar que en los mundos espirituales hay verdadera “cola”, dicho burdamente para bajar a la materia. De ahí la necesidad de padres responsables y conscientes que se voluntaríen para ese cometido. La sabiduría arcana dice que en los mundos espirituales hay el número de almas actualmente encarnadas en tierra, 7.000 millones, multiplicado por diez. Se trataría de un verdadero overbooking. Al otro lado del velo estarían pendientes de que más y más parejas se predispongan para ser padres y acoger de esa forma, en el seno de las madres, a seres que desean encarnar.

Esa demanda se incrementaría en momentos como los actuales de fin de ciclo cósmico y por lo tanto de reválida. Estaríamos cercanos a los tiempos en los que seríamos graduados para poder formar parte del grueso de una humanidad más avanzada. Sólo en la Tierra viviríamos las verdadera pruebas y por lo tanto oportunidades para poder atravesar con éxito esa graduación. De ahí la demanda añadida en el presente para encarnar en cuerpo físico.

El irrefrenable anhelo de encarnar en la materia sólo se puede entender a la luz del argumento que ya hemos mencionado, a saber la posibilidad única que se da en la tierra de poder evolucionar. En los mundos espirituales purgamos, descansamos, aprendemos…, pero evolucionar, sólo lo hacemos en el mundo físico pues es aquí, en medio de la precariedad, las dificultades y las limitaciones…, donde podemos verdaderamente derrochar amor, olvidarnos de nosotros mismos, priorizar el bien ajeno y por lo tanto evolucionar.

Francisco-Manuel Nácher López en su libro “¿Qué pasa cuando nos morimos?”, nos expone unas muy severas consecuencias para los responsables de los abortos:

"El término abortador comprende tanto a los padres como al que provoca el aborto, como a quienes lo defienden y propician, de cualquier modo que sea, bien facilitándolo bien legalizándolo. El aborto, dado que desde mucho antes de la concepción se está preparando el próximo nacimiento, dado que los futuros padres, su Yo Superior, han dado su conformidad para desempeñar ese papel con el hijo que vendrá y dado que el espíritu que renace está ya en el cuerpo de la madre desde los primeros días de la concepción, y aún meses o años antes se le ve en su aura, el aborto, digo, no es más que un asesinato. Ni siquiera un homicidio. Porque hay siempre premeditación, hay abuso de fuerza, hay alevosía, hay imposibilidad de defensa por parte de la víctima y, en cuanto a los padres hay, además, abuso de confianza. Y hacer imposible un proyecto de vida ya iniciado es muy grave. Se trunca toda una existencia con todas sus posibilidades, se hacen imposibles todas las lecciones que se tenían que aprender y que impartir, porque todos recibimos algo y todos damos algo. Y se retrasa no se sabe cuánto la evolución de ese ser y de los que hubieran sido sus descendientes, tras toda la preparación que había hecho para renacer.

Para los culpables, la ley del karma guarda un efecto muy especial. Apenas ingresados en el mundo astral, tras la muerte, el no nacido aparece, generalmente lleno de odio, y les pide explicaciones de un modo aterrador, y de que el proceso es idéntico al del asesinato, lo que distingue a los abortadores es que cuando, a su vez, desean renacer, no encuentran quien quiera ser su padre ni su madre. Y ello les obliga a permanecer durante siglos sin poder renacer y, finalmente, a tener que aceptar como padres a seres muy poco evolucionados, lo que les hará vivir una vida muy por debajo de sus posibilidades y llena de sufrimiento, en medio de vibraciones negativas, vicios y degeneraciones.” Nacher habla también de pesadillas y escuchas de la voz de la criatura que ha sufrido el aborto por parte de la mujer que aborta.

Más allá van en su severidad algunos textos ofíciales de la Escuela Rosacruz. Transcribimos alguno de estos textos, sin que ello suponga corroborar las duras afirmaciones: “Otro punto de vital importancia, a tener en cuenta en relación con la práctica del aborto, es la santidad de la fuerza creadora en el ser humano. Es el aspecto Espíritu Santo, tanto en Dios como en el hombre, de que se habla en numerosos pasajes de la Biblia (Mateo 1:18; Marcos 1:8; Lucas 1:15; Juan 14:26; Hechos 2:4, etc.), el poder empleado, no sólo para crear cuerpos físicos sino, en un nivel más elevado, grandes obras literarias, poéticas, artísticas, musicales, científicas, etc. El mal uso de ese sagrado poder, para la gratificación de los sentidos, es la ‘gran transgresión’ de que se habla en el Salmo 19:3. Es el "pecado (acto contrario a la ley espiritual) imperdonable’, que debe expiarse mediante el sufrimiento que suponen las enfermedades y mediante futuras incapacidades físicas y mentales. Como Cristo dijo explícitamente: ‘A los hombres se les podrá perdonar cualquier pecado o blasfemia, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no tendrá perdón’ (Mateo 12:31).

Cuando se considera el intrincado e inspirador proceso que tiene lugar en los mundos invisibles, y que incluye las actuaciones de los ángeles y sus ayudantes, para traer de nuevo un Ego a un cuerpo físico, y todas las pasadas causas y efectos que intervienen en este acontecimiento, uno debería reflexionar antes de destruir el vehículo infantil, aunque lleve poco tiempo formándose. Permítasenos exponer brevemente cómo describe este proceso la ciencia oculta.” (En la literatura rosacruz el Ego representa a la Mónada espiritual o Real Ser)

He dudado en colocar o no estas duras palabras en el libro. Al final he optado por reproducirlas. Discierna el lector. Es cierto que ni en uno, ni en otro texto se mencionan atenuantes, que no se hacen cargo de la ignorancia en la que nos vemos sumidos, a menudo los “abortadores”. Es cierto que el Cielo no se cansa de perdonar a quien abriga un sincero arrepentimiento. Es cierto que lo expuesto no deja de ser el criterio de un escritor y de la escuela Rosacruz y que su lectura puede resultar desgarradora, pero finalmente creo que es mejor acercar este criterio, que ocultarlo…

No sé que vigencia tiene lo que así se expone. No sé que vigencia tienen estas consecuencias para la gente que tan bombardeada ha sido con idea del aborto como algo “natural”, en medio de un mundo en el que se menospreciaba hasta tal punto la vida. Sin duda es un argumento de impacto, que predispone a la polémica. Cada quien saque libremente sus propias conclusiones…

“El vuelo del alma”
No sabemos exactamente cómo, pero nos hemos visto en diferentes pueblos y ciudades dando cuenta de la vida tras la llamada muerte. Hemos llegado a más de diez plazas con este trabajo. Se trata de un taller que he concebido junto a mi compañera y que lleva por título “El vuelo del alma”. Seguramente en la ideación de ese taller ha contribuido también el deseo de compensar de alguna forma el daño que cometí en el pasado. El caso es que hemos salido a la carretera, Selene, y servidor y hemos hecho kilómetros y kilómetros en un intento de llevar la esperanza de la eterna vida a diferentes grupos y gentes interesadas.

Está resultando un experiencia especialmente rica. Han sido unos talleres en los que ella ha llevado la danza y yo la palabra, la danza como forma de fomentar espíritu de comunión, de celebrar la vida que nunca se acaba. Vivir instantes de comunión permite abrirnos a la noción de la eternidad. Por mi parte, trato de afianzar la esperanza de la vida más allá de la muerte. Abundamos en la realidad que nos encontramos una vez abandonamos el cuerpo físico. Trato por supuesto de hacer énfasis en la vocación de servicio de nuestra vida en la materia. Se trata de ver las diferentes etapas por las que atraviesa el alma una vez que deja vacía su vestidura de carne. En el taller vemos también el proceso inverso, las diferentes fases por las que atraviesa el alma al dotarse cada vez de vehículos más densos, hasta encarnar de nuevo en la tierra tomando cuerpo físico.

Son talleres por los que cobramos exclusivamente el coste de los viajes. La gente manifiesta su deseo de que volvamos. Hallo en estos talleres una forma de servicio que no he podido ejercer con una paternidad responsable. Observo las caras iluminadas de los participantes, sobre todo mujeres y el alma se llena de alegría. A la postre igual éste era en cierta medida algo de mi particular objetivo: saldar el error en entrega.

“Todo estaba pactado…”
Fue en uno de estos talleres que celebramos en A Coruña donde se abrió un rayo de luz. Si bien el taller lo titulamos “El vuelo del alma” y versa sobre el recorrido de ésta en el más allá, como ya viene siendo habitual, en este encuentro volvió a salir el tema del aborto. La conciencia bastante inquisitorial que se me manifiesta a mí mismo, procuro que no se traslade crudamente a través de mis palabras al abordar el tema. No me siento quien para comunicar a otros una sensación de culpa agobiante. Tengo claro que no es una forma de redimir mi atropello, trasladárselo a otros a otros. Eludo palabras como “crimen” o “asesinato”. Subrayo la ignorancia en la que hemos estado sumidos y que nos ha llevado a cometer estos “errores”.

En mi aspiración facilitar la información necesaria con respecto a lo que implica el aborto provocado y tratar de evitarlo con razonamientos ubicados en el caso de que esa tentación merodee a algunos padres. Sin embargo huelga crudeza gratuita. Una vez presentado el cuadro, cada quien se ha de hacer cargo de la responsabilidad que contrae con sus actos.

La buena nueva me llegó a través de una mujer en ese taller. Nos habló de su propia experiencia al respecto. Las circunstancias poco propicias que le rodeaban, le empujaron a adoptar esa triste decisión. Al cabo de mucho tiempo, el ser al cual le habían cerrado el paso, estableció interno contacto con ella. Ese ser le comunicó que no se preocupase, “que todo había sido pactado con anterioridad”, que todo respondía a unos arreglos kármicos y que todo estaba bien y en orden.

Al dejar a la noche el local tras el taller, llovía y hacia un viento frío, sin embargo mi corazón albergaba cierto contento. Abrigaba la posibilidad de cierta similitud de su caso con el nuestro. Algo del fardo comenzaba a mermar. Ese ser que venía a través de mi compañera de entonces y de mí, seguramente conocería con anterioridad que no tenía absolutamente ninguna posibilidad de nacer a la vida física. Seguramente estaba ya al corriente de lo que le aguardaba. Ante ese panorama imposible, ¿medio también previo acuerdo? No lo sé, pero una pena antigua comenzaba a aligerarse en alguna medida. Una pequeña luz se abría en el horizonte. ¿Nos aguardaría el “monstruo” al otro lado del velo? ¿Nos habría perdonado? ¿Medió esa suerte de pacto...? ¿No -:ñop0 ‘`mlo sé. Los interrogantes se amontonan y entre ellos puja por colarse una esperanza. Ojalá no haya un ser aún sufriendo por nuestra culpa al otro lado de la realidad.

Seguiremos de ciudad en ciudad con nuestro proyector y paneles a cuestas, seguiremos alentando aquí y allí círculos en los que profundicemos en el “Vuelo del Alma”, intentando quitar a la muerte su aguijón, al sepulcro su pretendida victoria. Puesto que provocamos muerte, nuestro deber es cantar a la vida que nunca, nunca se acaba. Puesto que privamos a un ser de la suerte de venir a la tierra, nuestro cometido es contribuir a que no se cierren oportunidades de descenso a otras nuevas corrientes de vida.

Seguramente las almas saben con antelación las probabilidades de nacer a la vida física, de que el feto devenga en bebé. Debe ser cierto que el alma conoce previamente si verá la puerta cerrada, sin embargo ello no exime plenamente a los padres que abortan de su falta. Según la Ley de causa y efecto, el mal nunca puede salir gratis, porque entonces todo el universo se desordenaría. El alma que se va encontrar con el momento nada agradable de su muerte física provocada, sabía quizás a lo que se exponía, pero ello no quita responsabilidad a los progenitores que la rechazaron. A menudo, por esa ley precisamente de la Justicia Universal, son los propios abortadores, los que en una futuro amago de nacimiento físico habrán de verse rechazados y padecer el aborto. Así funcionaría esa ley equilibradora y compensadora. Es decir, padeciendo en carne propia el mal que hemos causado a otro ser, nos libraremos mucho de volver a hacerlo padecer. A partir de la dura experiencia, quedarían, de forma indeleble, grabadas las lecciones de nuestros errores.

Con la Iglesia hemos topado
La defensa de la vida no es privativa de la Iglesia católica, la tarea de concientización para disuadir de la consumación del aborto es compromiso de cuantos amamos la vida y nos sentimos impelidos a defenderla, más allá de nuestra condición religiosa. No podemos dejar a la Iglesia sola en ese empeño, no conviene la patrimonialización de esa tarea. La Iglesia con su discurso tan conservador en tantos ámbitos de la vida no puede llegarse a muchos sectores jóvenes desencantados de ella.

La lucha contra el aborto ha derivado demasiado a menudo en cruel lucha contra los abortistas y sus clínicas, en una clara conculcación del supremo derecho de la mujer a la libertad. Esta libertad que Dios ha otorgado a ella no se lo puede quitar siquiera el Estado, por grave que sea el uso de esa libertad. La defensa de la vida con argumentos, sin ataques, respetando escrupulosamente la libertad de conciencia, es una tarea llamada a desbordar el ámbito puramente religioso.

Por lo demás, el gran deterioro de la imagen de la Iglesia institución a lo largo de los últimos años, no la coloca en el mejor lugar para esta necesario afán de defensa de la vida. El frente pacífico y florido en su favor ha de ser más amplio. La defensa de la vida en el útero no puede seguir exclusivamente vinculada a la sotana de los obispos. Tan estrecha vinculación puede mermar apoyos. El empeño para evitar la interrupción voluntaria del embarazo ha de devenir tarea de amable y razonada concientización asumida por crecientes sectores sociales. Hace falta menos “moralina” de púlpito y más luz y ciencia. La expansión generalizada de los principios de la sabiduría arcana a propósito de la vida y de la “muerte”, será imprescindible para esta magna tarea de defensa de los “nasciturus”.

Hay una jerarquía de Leyes superiores, de Principios divinos. La libertad y el amor rigen toda la vida. El amor deberá ser ejercido en libertad. El amor a la vida en vías de tomar carne también. La defensa de la vida habrá de estar asociada por lo tanto a la defensa del libre derecho a abortar. Estos no sólo no son dos principios contrapuestos, sino necesariamente complementarios. Es decir, nos duele el que se consume la interrupción de un embarazo, pero apostaremos para que haya entera libertad, de forma que las mujeres hagan con su cuerpo lo que ellas deseen. El problema grave sin embargo, no es la falta de libertades, sino la falta de conciencia. La prohibición alienta el desacato y por lo tanto, en este caso, el atropello de quien tiene todas las de perder.

Las verdaderas libertades no vienen con la promulgación de leyes que protejan a quien va a nacer. La verdadera libertad sólo la otorga el conocimiento. Podemos decidir libremente cuando realmente conocemos el tema, cuando sabemos lo que comportan ambos aspectos de la disyuntiva. La verdadera libertad sólo la traerá un mayor conocimiento del ser humano, de su origen y de su alto destino. En la medida en que la eterna sabiduría vaya calando en nosotros, estaremos en condiciones de afrontar las decisiones de una forma menos condicionada.

























Vida siempre sagrada. A modo de epílogo

“Causalidades” de la vida, mientras avanzo en la redacción de estas letras, se debate en el Congreso de los diputados de Madrid la reforma del Ministro de Justicia a la Ley del aborto. Me alcanza el eco de un debate de ciegos. Algún día habremos de emerger de la división humana, emerger de la ignorancia… Seguramente será el mismo día, pues la Verdad va unida indisolublemente a la comunión y a la hermandad humana. Vamos tras la Verdad que nos abre las puertas de la eternidad, vamos tras una eternidad que sólo podemos concebir en hermandad. Hermandad de los pertenecemos a este planeta, ya estemos o no encarnados en su dimensión física. Hermandad por supuesto con todos los otros reinos, animal, vegetal y mineral, que aún seguimos dañando y explotando.

Hablan y hablan quienes no tienen ni remota idea de los misterios de la vida. Ellos conducen nuestras naciones, ellos pretenden regir nuestros destinos. Así lo harán hasta que un día digamos basta, basta primero a la ignorancia, que nos mantuvo presos a nosotros mismos, a la ignorancia si cabe mas supina, que mantuvo sumida a nuestra clase dirigente. Vendrá el gobierno de los sabios cuando nosotros mismos hallamos emergido de la ceguera. Nunca antes. “Como es abajo es arriba”, la ley de analogía nos emplaza a una transformación de las conciencias, de ninguna de las formas a un desafío de lucha contra la clase dirigente.

No termino de comprender cuando se dice, no sin cierta vanagloria, que nuestra generación, tras el franquismo, abrió caminos y rompió muchos tabúes… Podríamos haber roto otras cosas, podríamos haber arremetido contra otros escudos, contra otras “lunas”... Podríamos haber abrazado el bebé que pretendería encaramarse, podríamos haber respetado la vida. Hay tabúes que no se deberían nunca quebrar, por ejemplo aquel que sella y protege la criatura que anhela manifestarse también en el escenario de la vida física. Aún está por ver hasta dónde llegaba la supuesta liberación en aquella rotunda exaltación de lo profano.

Hay temas que particularmente nos espolean a indagar en la sabiduría divina. El debate sobre el aborto debería abandonar la arena política. Los intereses partidarios desenfocan la justa mirada. La ternura debida no tiene color, no está afiliada a ninguna formación en particular. Mientras no descubramos qué, quiénes éramos, qué hacíamos antes de entrar en el vientre de la madre…; mientras no cobremos noción de la intensa planificación al otro lado del velo de nuestras futuras vidas físicas, de la inestimable ayuda que en ese sentido recibimos, no podremos enfocar debidamente el tema del aborto. En vez de hacer de la interrupción del embarazo otra arma política, en vez de tirarnos los tratos a la cabeza entre la derecha y la izquierda a propósito de tan delicada cuestión, podríamos disponernos a explorar el misterio de la vida humana.

El aborto y su debate nos presenta en realidad la acuciante invitación a arañar el arcano de un horizonte eterno. La ciencia divina, transmitida por los grandes Maestros e Iniciados, nos revela que la vida nunca se acabaría, que seríamos espíritus inmortales en constante desafío de crecimiento, que en esa cuasi eterna singladura vestiríamos diferentes vehículos, que si traemos cuerpos maltrechos es porque habríamos hecho libremente la opción de expiar una importante carga de errores pasados ("karma").

El tema del aborto está ahora en España a la orden del día en la calle, los medios y los foros políticos. En pleno debate social sobre la cuestión, nos debemos al canto de la vida, a aquella que sólo puede ser asumida en absoluta libertad. La vida es sagrada en cualquiera de sus formas, no porque lo proclamen los cardenales, ni las fuerzas más conservadoras, sino porque nos lo susurraría cuanto late a nuestro alrededor, cuanto respira en todos los Reinos. Quisiéramos humildemente defender la vida hoy, quienes ayer tan insensatamente la atacamos. Al mismo tiempo deseamos afirmar la necesidad de que prevalezca la libertad de la madre. Sólo desde la afirmación en la defensa de esa suprema libertad, podremos también defender las criaturas que ya llegan gateando desde las dimensiones de las almas.

Sin previo acercamiento a la ley de la encarnación, sin familiarizarnos con la ley de la causa y efecto, con la ley de la evolución…, no se podrá enfocar debidamente el debate social sobre el aborto y su legislación. Sólo desde el conocimiento y el convencimiento, la vida triunfará; sólo cuando la madre libremente asume la conciencia de la sacralidad de la criatura que alberga en su seno, la defiende por encima de cualquier circunstancia. Por ello, en vez de sugerir mermar esas libertades que la mujer, no sin enorme esfuerzo, ha recién conquistado, lo que será preciso es extender la percepción de lo sagrado. La conciencia de la sacralidad del feto es la mejor defensa de los nasciturus, no la sotana de los obispos, o la polémica legislación de Gallardón.


Traiga el dolor por lo tanto su debida lección de luz y de amor. Lloramos hoy las cunas que ayer no pudimos mover, sobre los pequeños lechos vacíos ante los que no cantamos. Una vez tomada la conciencia de lo relatado, hallaremos alivio del pesar por los atropellos pasados en el servicio desinteresado que podamos ejercer. Si ya es tarde para traer nueva vida, para darle posibilidad de evolucionar a seres con necesidad de cuerpo, hagamos, de una u otra forma, por sostener y apoyar la vida.

He procurado disfrutar el libro. De una pena antigua debía hacer nacer una esperanza nueva e intentar saborear esa esperanza desde la primera página en blanco. En este libro he depositado por lo tanto, amén de estudio y trabajo, ilusión y confianza.

El bien que podamos hacer al prójimo, depende a menudo del disfrute de ese empeño. Teclear pueda ser servir, pueda ser un aligerar de antiguos pesares. Vamos camino de nuestro propio perdón, quizás el más duro, el más severo y conviene que así sea. No existen los Tribunales kármicos al otro lado del velo, a nada que hayamos despertado un mínimo de conciencia. Ésta se erige en nuestro supremo tribunal a nada que sepamos lo que es más adecuado para nuestra evolución.

La sabiduría arcana reza que esta suerte de Tribunales ejercen con las porciones de humanidad que aún no reconocen sus errores, que desconocen lo que les conviene más a su desarrollo. Cada quien ha de poner un precio a su propio perdón. En nuestro caso esa liberación podría llegar cuando el perdón sea otorgado por el ser al que frustramos con nuestro atropello. Trabajamos para alcanzarlo.

No sé de acogida del breve libro que ahora ultimo, pero en primera persona ya me sirvió. He vivido esa suerte de disfrute al compartir toda esa esperanza que alberga mi alma. He errado, he caminado en la más absoluta oscuridad, pero las palmas de mis manos han buscado denodadamente una ofrenda... Ni decir tiene que mi máxima aspiración con este volumen es el que lo lean las madres jóvenes que se puedan encontrar en estos momentos en la disyuntiva de interrumpir o no su embarazo. Sólo aspiro en que en estas líneas encuentren fuerza, encuentren razón y corazón para cantar su canción de cuna, para por nada del mundo consumar el aborto.

Traigan vida en las condiciones que sean, pues esa vida deseó llegar a través de ellos, precisamente en esas condiciones por muy locas o límites que pudieran semejar. Mi mayor anhelo es poder contribuir a la perpetuación y enaltecimiento de la vida que nunca, nunca, pese a nuestras torpezas o intentos insensatos, se acaba.

Tecleo el final de estas letras algo precipitadas con un fondo de montaña blanca. Mañana nace la primavera y este libro llega con ella a la imprenta. Que estas letras puedan ser primavera en el fondo de los corazones es mi más elevado anhelo. Que estas letras torpes, aceleradas puedan ayudar para a que abracemos la vida que quiere llegar a nuestros brazos, con más y más fuerza, entrega y cariño, es mi sentido deseo.

Por las cunas que en el pasado no agitamos, por los bebés que no abrazamos, por los cuentos de cuna que en las noches de luna ayer no relatamos…, trabajaremos hoy para la expansión de la conciencia de lo sagrado, para procurar el exquisito respeto de todo lo que aspira a ser. Ya están llegando… Se acercan silenciosamente por los túneles cada vez más iluminados del misterio. Trabajaremos para que todas las criaturas culminen su viaje, para que ningún bisturí las detenga, para que la falta de conocimiento no las ahogue, para que nada maravilloso se interrumpa..., pero la última palabra la tienen siempre las madres. Por ellas, por su valentía a la hora de traer a este difícil, pero apasionante escenario, nueva y bendita vida.
































Apéndice.
Artículos publicados en diferentes periódicos a propósito de la legislación del aborto en el Estado español y la píldora del día de después.

Deciden ellas
La nueva legislación sobre la interrupción del embarazo que se tramita en el Congreso de los Diputados saca de nuevo este debate a la calle. Una vez más políticos y religiosos se apresuran a dictaminar sobre un tema que, en más de un aspecto, escapa a su dominio. El Estado cumple con su cometido al legislar sobre las facilidades médicas y sanitarias a conceder en el aborto, en función del sentir mayoritario de la ciudadanía, pero deberá abstenerse de penalizarlo en cualquiera de los casos. Son ellas, las madres, las que deciden…

A mayor deber, mayor derecho. La vida no tiene dueño, pero ellas la alumbran. El feto se aloja en su fascinante cueva, toma posesión de sus amorosas entrañas. Si el compañero falla, de ella será en última instancia el compromiso, de ella ha de ser también la última decisión. A nosotros nos toca cuidar y honrar a las madres, a las compañeras y a quienes traen en su seno. A nosotros nos tocará servir incondicionalmente, apostar fuerte para que la criatura asome la cabeza en ese mágico instante de gloria, preparar la fiesta de la vida una y otra vez renovada…

Nosotros aportamos semilla, pero son ellas quienes la acogen en su seno, quienes la hacen suya, quienes la cuidan, la gestan y fructifican… Se fundirán en uno y ella se dará por entero: sangre de su sangre, carne de su carne. Ella también anunciará el mundo a la criatura. La cantará, la arrullará hasta que, un día con forma ya humana, la dará a la luz. Pero la fiesta habrá de ser siempre en libertad.

Ellas deciden. Son ellas las que acogen el latido y las que lo sostendrán hasta que cobre autonomía. A nosotros nos toca apoyar más que nunca a la compañera, ocupar la cabecera en el brotar del ser a los nueve meses, pero deberemos respetar la sagrada voluntad de la madre.

Será precisa una educación que ponga más énfasis en la enorme responsabilidad que comporta el acto sexual, que en el “todo vale” de un libertinaje tan extendido. Será preciso que nuestra sociedad hedonista y desnortada empiece a inculcar a l@s jóvenes que el placer ha de ir unido al amor y el amor entraña también compromisos y deberes…

Honremos, cantemos a la vida en todas sus formas y colores, en todas sus manifestaciones. Protejamos la vida que surge en el seno de la madre, honremos también el valor de la libertad inalienable. Hagamos los posibles y los imposibles para que no se consume ningún aborto. Creemos las circunstancias adecuadas para que ninguna mujer se vea abocada a adoptar tan triste decisión; pero respetemos la última palabra de ellas. Que ningún togado, ni purpurado se interponga en tan íntimo dilema.

Tan sagrada como la vida que lleva la madre en su seno es su libertad a salvaguardar. Las gentes, los pueblos, las naciones, las humanidades… sólo pueden crecer y evolucionar en un ambiente de plena y absoluta libertad. La libertad es el aire de las almas que pujan por alcanzar su más alto grado de realización.

Como es al principio es al final. En el alba y al anochecer respetemos siempre voluntades. No procede prolongar el último latido a fuerza de máquinas. Dicen los expertos que la tecnología médica actual permite mantener vivos a los enfermos vegetativos durante decenios. Eluana era sólo una de las 2.000 personas que en Italia están hoy en día en esa lamentable condición. A menudo se alarga la vida a costa de la dignidad. A menudo olvidamos que el alma retorna, más pronto que tarde, con otro vestido corporal, con otra canción de cuna en su oído, pero con un mismo anhelo de seguir creciendo.

No hay, por lo tanto, último latido para el alma, pero la Iglesia se sigue empeñando en que no callen los corazones. Ya puede estar el corazón envuelto en una ruina vegetal, que ese músculo deberá seguir ejercitándose por encima de todo. El Vaticano se niega a comprender que puede ser más cristiano desconectar un sonda que mantenerla conectada sin ninguna esperanza de que el paciente recobre siquiera facultades mentales.

Al atardecer junto al bosque del lago de Bushulo en las afueras de la gran ciudad etíope de Awasa, entre la sinfonía de los abundantes pelícanos, se puede escuchar a menudo el lloriqueo de los bebés recién nacidos abandonados por sus jóvenes madres. Ellas saben que las hermanas franciscanas que regentan un hospital contiguo se pasearán por el bosque y se harán cargo de ese gemido.

En la propia ciudad de Awasa, en Adis Abeba, la mujer que alberga vida en su seno pero que no tiene ni recursos, ni condiciones para alumbrar, sabe que hay una puerta que se les abrirá cuando la criatura que lleva dentro reclame el sol. Sabe que allí podrá dar a luz asistida y en paz, que podrá estar por tres meses con todas sus necesidades y las de la criatura cubiertas. A la entrada del pabellón de las Misioneras de la Caridad, nadie les preguntará por lo que no quieren, mucho menos aún por un dinero que no llevan en su bolsillo.

Hay una Iglesia silenciosa que puja realmente por la vida y su continuidad. Me quedo con esa Iglesia con rostro de mujer que se pasea por las barriadas pobres de tantos lugares del mundo, atenta a la madre desvalida para sostenerla, para ayudarla, para preservar la vida que lleva en su seno; que deambula por los bosques de niñ@s abandonad@s atenta al primer gemido. Me cuesta más acercarme a esa otra Iglesia con rostro de cardenales, más lejana al gemido, más presa de una nostalgia del poder del pasado, una Iglesia que sigue cercenando libertades ajenas y que se otorga facultades que Dios no le ha dado.

La asignatura pendiente de la jerarquía eclesiástica es asumir el valor excelso de la libertad. La vida es sagrada, pero ésta sólo puede desarrollarse en el marco de la suprema libertad.

Nada parece turbar el pulsar de los mares cuyo ritmo dicen que dictan los astros. Las olas nos hablan de la vida, que se pliega y repliega sobre la arena de los días. Viene y va, mas nunca se extingue. La vida humana puja también, impelida por el viento del amor y el deseo, hasta que nace a la luz y se consagra. Confiemos en la continuidad de la vida. Al igual que la ola cogerá otra forma, pero, no nos quepa duda, siempre, siempre retorna, siempre explota…




14 de Mayo de 2009



Química sin fronteras

Allí donde la química irrumpe, ya sea en la tierra, en el agua, en el aire o en nuestros propios cuerpos, deberemos plantar un tremendo interrogante. Allí donde se vierte una química arrasadora deberemos preguntarnos si ésta pudo o no haberse evitado. La decisión del Gobierno de que la “píldora del día después” se pueda conseguir en las farmacias de todo el Estado sin receta médica, invita también a la reflexión.

La cuestión no es la química por más despiadadamente “eficaz” que se manifieste, el problema no es la píldora postcoital, sino la sexualidad desacralizada, el acto sin magia, los dedos que en sus yemas no llevan amor. Es el suspiro sin norte, el ser humano libre de todo compromiso, el placer por el placer elevado a la máxima categoría.

El problema no son los 0’75 miligramos de Levonorgestrel dispensados ya sin necesidad de presentar papel alguno. El problema es una sociedad que elude toda suerte de responsabilidades y que se salta todos los contratos que establece la Madre Naturaleza. Estas pautas y leyes son sabias, pues han emanado de la Fuente de toda Vida. En vez de contravenirlas a base de fórmulas de laboratorio, quizás deberíamos explorar su razón de ser.

El problema no es la suspirada píldora a cambio únicamente de 18 euros, sino el hábito del pedir sin dar, el servirnos sin servir, el lecho vacío de sincero amor, desnudo de todo deber, la filosofía del “todo vale” en pro de un ego insaciable... La condena por más que venga de los purpurados, será también un error, porque constituye gran equívoco todo aquello que cercena libertades. No retornará precisamente el amor al sexo a golpe de excomunión, ni el compromiso se acercará al lecho impelido por el temor. Sólo hombres y mujeres libres, conscientes y responsables pueden abrir futuro al misterio sublime de la vida.

Sí, definitivamente la píldora postcoital debe estar en todas las farmacias, al alcance de todas las mujeres, como alivio de apuro (“Quien esté libre de falta, que tire la primera piedra”), pero si es posible en la última estantería, la más inalcanzable, la que necesite larga escalera. La píldora tiene que estar en todas las boticas, pero ojalá sus cajas un día caduquen por falta de uso, pues una ciudadanía más consciente ya habrá sabido prescindir de ellas.

Sexualidad no tiene por qué equivaler a matrimonio tradicional, pero seguramente sí a un sagrado pacto de fidelidad, donde arde el fuego sempiterno del amor; seguramente sí a dos corazones, dos voluntades que han establecido el sagrado compromiso de la unión o avanzan hacia él. La naturaleza no nos pide que firmemos ningún papel, mas sí que nos comprometamos con quien consumamos tan íntimo acto. El contrato lo manifiesta, no la tinta en el papel, sino los cuerpos enlazados, los labios encontrados, los líquidos que se hacen uno.

La sexualidad no tiene que implicar boda y cura, banquete y acomodado matrimonio, pero sí predispone a unir vidas, miradas y horizontes; sí invita a la pareja a ordenar juntos el futuro. La sexualidad sagrada llena la vida de amor, colma de energía las baterías del cuerpo y de anhelo de entrega las del alma. Cuando se descargan por el mundo y sus caminos se vuelven a cargar más plenamente si cabe.

Lo “progre” no es tirar de laboratorio para condicionar los procesos de la vida a nuestros pobres intereses y apetitos. El progreso verdadero es asegurar esa vida, ensalzarla, glorificarla. Podemos también morir de la virulenta pandemia llamada “progresía”, que trivializa lo sagrado. La desacralización de la vida es el mayor desafío que el ser humano atiende. El hambre y el cambio climático, la guerra y la contaminación sólo son porque olvidamos la bendición infinita y compartida que representa la vida. La vida venerada siempre es respetada y elevada. El genuino progreso es el compromiso con ésta en todas sus formas y condiciones. El confundido “progresismo” como doctrina social ya imperante, nos tiene demasiado acostumbrados a la apropiación, el sometimiento, la degradación… de todo lo sagrado ante el insaciable altar del hedonismo.

Puede haber una tercera opción, que quizás no sea la del cardenal Rouco, ni la de la Ministra Aído. El Estado probablemente no esté en condiciones de plantear una “Estrategia Nacional de salud sexual y reproductiva”, tal como aspira. La propaganda de banalización del acto sexual lleva demasiado a menudo el sello de algún ministerio. Sin embargo la Iglesia tampoco, pues la vía de la condena y de la anatema nunca será abrazada por hombres y mujeres que desean crecer en libertad.

Hay un altar en el que la vida se glorifica y ése es el lecho marital, allí donde la oración es caricia y la ternura del amado o la amada se extiende a todo cuanto palpita. Allí el gesto íntimo se globaliza con el poder de nuestro pensamiento y espíritu. Allí la alcoba es templo del hombre y la mujer que en su éxtasis abarcan toda la existencia y con su continuidad se comprometen.

Química pues, pero química del abrazo entre ella y él que explota en un goce sin nombre, y en el instante más sagrado reclaman alcanzar más vida para ponerla bajo su protección y cuidado, bajo la égida de su amor en continua expansión. Química sin fronteras del beso que estremece la piel, epidermis conmovida que no se acaba en un cuerpo, sino que se extiende por una geografía más ancha, por una tierra inmensa; labios extasiados bendiciendo toda la vida, de todos los reinos, allí donde asome; labios temblorosos alabando el misterio insondable de la Creación allí donde se manifieste.









Bibliografía

“Tres enfoques sobre la reencarnación”. Sebastián Arauco.
“Los nueve peldaños”. Anne y Daniel Daniel Meurois Givaudan

En la red, de forma gratuita:
“A los que lloran la muerte de un ser querido”. C. W. Leadbeater.
“Una gran aventura: la muerte”. Alice A. Bailey. (También en Editorial Sirio)
“Concepto Rosacruz del cosmos”. Max Hendell (También en Editorial Kier)
“Luz diamantina”. Francisco Redondo.
“¿Qué pasa cuando nos morimos?”. Francisco Nacher López
“La vida después de la muerte”. Yogi Ramacharaka.
“En la tierra de los muertos que viven. Historia ocultista” Prentiss Tucker
“Memorias de un suicida”. Yvonne do Amaral Pereira.
“El destino de las almas”. Michael Newton

 
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