Entrevista a Ángel Olarán, medalla de Oro 2010 de la Diputación de Gipuzkoa

“En todo encuentro verdadero hay algo trascendental”  
Viene de un lugar donde se juntan todos los azotes, las lacras de la guerra, el SIDA, el hambre… Viene de esa geografía donde las madres llegan a dar a sus hijos puñados de tierra seca para engañar al hambre. Viene de la cercanía con el sufrimiento, de la trinchera de un África carenciada, pero nada de ello vació su paz colmada, su paz serena, incluso gozosa. “Allá donde la sequía se extiende es el hambre…”, confiesa el padre blanco. Por eso lleva más de cuarenta años ahuyentando esos azotes, frenando sequías de agua allí abajo, sequías de corazón en nuestra geografía más afortunada, por eso ha entregando sus días al continente más olvidado.

Le llaman el Mago de Wukro pero su magia se limita a la mirada limpia y a la palabra terca. Quien se codea diariamente con la muerte no transita alarmando por la vida. Pronto irá rumbo a palacio, camino de la medalla de Oro que le ha de otorgar la Diputación de Gipuzkoa. Paseará las moquetas con la misma mirada quieta y sosegada con la que transita el polvo y la miseria, los barrios de barro e infortunio.

No trata de convertir almas, pero tampoco oculta el testimonio de Jesús. “Abba malaku” (el Ángel de Dios como le llaman en la misión) tampoco trata de mendigar caridad, ni siquiera de suscitar solidaridad. Trata, como él mismo afirma, de dejar que surjan sentimientos humanos de igualdad, justicia, fraternidad.

Ángel Olaran (Hernani, 1938) ha volcado su vida en una incansable labor humanitaria en África, primero en Tanzania y, desde 1992, en Etiopía, en concreto en la localidad de Wukro, situada en la región de Trigray, fronteriza con Eritrea. En Wukro han ido desembarcando quienes huían de la guerra. Las enfermedades están muy presentes en esta ciudad de 40.000 habitantes y muy escasas infraestructuras. A la vera de la guerra con Eritrea, ya felizmente superada, todo son sombras: paro, deterioro de las relaciones sociales, desintegración familiar, abandono escolar, incremento de huérfanos…

El misionero guipuzcoano conoce los laureles, pero rehuye el alarde. También por ello, su es voz suave y tranquila. Quien ha escogido un mundo duro, camina con palabras justas, sencillas. Sin embargo a la hora de cantar verdades, todo el mundo sabe que el padre blanco no ahorra contundencia. Casi murmura las palabras quien no se vanagloria de coleccionar logros, consecuciones para los últimos de entre los últimos. Quienes bien le conocen saben que le incomodan los elogios. “Es muy humilde y no admite una flor. Cree que tiene la obligación moral de hacer lo que hace”, dice de él Imanol Apalategi, uno de sus apoyos más firmes. Esos amigos saben que el Padre Olarán bien merece premios, pues los premios no le importan nada.

Sólo busca superar los apuros de los que sufren. Con su fe y con su lema “only solutions”, lo va día a día consiguiendo. Ha sacado de la prostitución a cientos de niñas, ha dado cobijo en su misión de Saint Mary a miles de huérfanos… Esta misión desarrolla una actividad de educación, sanidad y ayuda asistencial a las personas más necesitadas. Además del proyecto de los huérfanos tiene un colegio de formación básica y profesional, sostiene una atención a enfermos de sida y tuberculosis y desarrolla un sistema de microcréditos para pequeños negocios. También cuenta con programas asistenciales para la tercera edad y los desocupados.

Olarán habla bajo y se crece en la cercanía. De ahí la pena de la conversación que pronto caduca, de ahí el apurar hasta el último minuto el encuentro, de ahí el taxi pedido a la carrera… Otra conferencia le aguardaba en el otro extremo de la ciudad, nueva charla, ahora ante unos universitarios para concitar más apoyo en favor de los “ángeles (huérfanos) de Wukro”.

Si es cierto lo que siempre afirma de que recibe mucho más que lo que da, este singular misionero debe ser un hombre muy afortunado. Algo de eso debió influir en el abandono a los 33 años del banco en el que trabajaba para coger el hábito y hacerse sacerdote. Ahora le llaman de todos los rincones para disfrutar de su compañía. Ángel Olarán ha dejado a sus más de mil huérfanos para venir a recoger el premio de la Diputación de Gipuzkoa. En el intervalo tuvo a bien responder a estas preguntas. En ese tránsito del polvo de los áridos caminos a los suntuosas moquetas, de las casas de barro al lujo de los palacios…, nos da la oportunidad para que su sencillez y calidez humana se vuelquen en la grabadora.

¿Por qué misionero?
A los 18 tuve una experiencia fundamental, vital de Dios. Fueron unos segundos, pero fue suficiente. Ya no he necesitado que se repitiera. En ese momento pude comprobar que Dios es. Lo he tocado. Está ahí. No es sólo una transmisión cultural o religiosa facilitada por los padres con la mejor voluntad. Ello influyó mucho en mi decisión posterior de marchar misionero. En aquellos tiempos no había, como ahora, tantas ONGs.

¿Afirmas recibir más de lo que das?
Antes que orientar el trabajo exclusivamente hacia el dinero es preferible quedarse en casa. Si Dios se nos ha dado gratis, nosotros nos hemos de dar gratis. Somos en función de los demás. Cuando me junto con alguien, yo también siento que esa persona tiene algo que es para mí. En todo encuentro verdadero hay algo trascendental. No se trata sólo de un proyecto, de un tema en común…, el encuentro siempre supera eso. Si vas con el orgullo de que soy religioso, o misionero, o voluntario…; si vas con la idea de superioridad en la capacidad organizativa, de que eres quien va a dar…, hay serio peligro de agotamiento.

¿Agotado por lo tanto el rol tradicional del misionero?
Cierto, ese planteamiento esta agotado. Se trata más bien de un compartir. Esa relación que tratamos de promover supera el trabajo, eso es la vida. Si trabajas con la sensación de que estás dando, te agotas. No pararías de pensar: “Mira todo lo que he hecho por ellos”... Eso te autodestruye.

¿Con la Iglesia hemos topado?
Con todo lo pesada que pueda ser a veces la estructura de la Iglesia, no me pesa.

¿Qué te ha dado África?
La gente de allí ha hecho, ha fabricado el Ángel que yo soy ahora. Lo que más intensamente viví fue la acogida fenomenal de la gente. Aquí es más difícil llegar a la persona. Allí sin embargo de entrada llegas a la persona. He podido descubrir los valores humanos de las gentes, al estar como están, tan desprendidos de lo material. Las casas, por ejemplo, pueden ser muy humildes y pobres, pero en realidad constituyen unos museos de dignidad.

¿Qué te han dado los africanos?
No digo que los libros no sean necesarios, pero he leído más en las personas, que en los libros. He podido comprobar que Jesús vivió también en la calle y para la gente de la calle. No era un hombre de biblioteca. Siento que Jesús está más presente en el contacto con los pobres que en la propia eucaristía. Los pobres no son objetos de nuestra caridad, sino sujetos de una libertad.

¿Te sientes parte de África?
Mis raíces son vascas, son de aquí y me siento apegado. No renuncio a ellas. Pero a parte de esas raíces, hay dos injertos que son los veinte años que pasé en Tanzania y los dieciocho que llevo en Etiopía. Ese conglomerado da lo que soy.

¿Cómo hicisteis esa opción preferencial por los más pequeños?
El 80% de la población está por debajo de los 20 años. Los niños huérfanos no están en un orfanato, sino en casas. La mayoría perdieron a su madre por el virus del SIDA. Hay muchas familias de huérfanos que están constituidas por varios hermanos agrupados bajo un techo. En esos hogares la responsabilidad recae sobre el hermano mayor, en muchos casos adolescente y que sin poder gozar de su infancia, se hace cargo de sus hermanos pequeños. Les damos el dinero de la comida que lo administran ellos. Luego les pagamos también la educación.

Cuando las familias están formadas por miembros de edad más corta y sin ningún adulto, se introduce un trabajador del centro que se encarga de llevar la casa, la cocina, hace las compras, limpia la ropa y también controla el buen estado de la familia. En muchas viviendas, no hay prácticamente ningún elemento material, lo único visible es un colchón y aún así su grata hospitalidad sorprende y reconforta.

Estamos colaborando también con la administración en diversos proyectos sociales, de reforestación, de urbanización…

¿Cómo es la formación de los huérfanos?
Tenemos mil huérfanos con sus cuatro asistentes sociales y sus veinte mujeres que hacen el papel de madre, pero siempre los hay con carencias afectivas. Formamos a los chavales en valores humanos. Todo el profesorado es nativo.

¿Les educáis “cristianamente”?
Nosotros no hacemos niños católicos, no hacemos adoctrinamiento. Son ortodoxos o musulmanes. No van al catecismo, no van a rezar. No entran a la iglesia. A estos niños nadie les ha dicho que tal día es domingo y que hay que ir a la iglesia. Nadie les habla de Dios, pero les procuramos una fuerte vivencia cristiana.

También ayudáis a los ancianos…
Sí, de 1.100 ancianos en la zona, 600 están en una situación muy precaria y 300 pasando hambre. A la vuelta tenemos que ver qué hacemos con este problema tan grave. Ocurre que antes los jóvenes cuidaban de los ancianos, pero al haber muerto muchos de esos jóvenes a causa del SIDA, los abuelos se quedan sin asistencia, o les han de cuidar sus nietos. Es un problema muy serio. Es duro oír a un anciano decir que tiene hambre o ver que hace tiempo que no se ha podido asear.

Concedes gran importancia al encuentro entre las personas…
Yo no soy un manitas. Sirvo más romper que para arreglar. Creo que puedo aportar más en la comunicación con las personas. Cada persona es un misterio, cada persona es vida. Cada persona es una encarnación de Dios y tocar a una persona es, al fin y al cabo, tocar a Dios en lo más puro, en lo más bello, en lo más esencial. O visto al contrario, que nos toque una persona es que nos toque Dios. Eso nos honra. Pero a menudo nos cerramos a la vida, a la gracia. Nos cerramos a la humanidad, cada vez que pasamos de una persona. Por eso, dar nos dignifica.

¿Hay lugar para el recogimiento entre tanto ajetreo?
Cierto, la vida no es nunca monótona. Toca andar de una punta a otra. A la oración le doy más importancia que a los libros. La oración para mí es necesaria.

¿Cómo son allí tus días?
No hay dos días iguales. Son días muy llenos. No es una intensidad que de todas formas te agota. Después de cenar visito a los chavales huérfanos de los hogares de alrededor. Después voy a la capilla, pero a la segunda línea del libro que tengo entre manos, me quedo dormido.

¿Tras cuarenta años en África has hecho tuya la cultura de allí?
La cultura es una vivencia más interna que va más allá de lo externo, del vestir como visten ellos o de comer con las manos como comen ellos… Vivir con la mente que viven ellos es más difícil.

¿Qué se te hace aún lejano culturalmente?
Aquí nos condicionamos mucho con valores materiales. La parte externa aquí puede cobrar más importancia que la parte interna, sin embargo allí como la parte externa es tan limitada, la parte interna toma relieve. Allí por lo tanto estás más cerca de la persona. Aquí hay a menudo una barrera material fuerte. La crisis que aquí merma el trabajo, allí crea muerte, sin embargo no se percibe por ello más tristeza.

¿Algunas de esas diferencias culturales?
Es curioso por ejemplo como en Wukro la muerte no es noticia. Ha habido accidentes en los que han muerto cuatro o cinco personas, sin llegar a ser noticia. No trasciende, la gente no se entera. Hace poco estuve con una enfermera del hospital a la que se le había muerto su hijo de ocho años hacía escasamente dos semanas. Su actitud era absolutamente natural: “Sí, mi niño ha muerto”, pero no comenzó a llorar, ni mucho menos a gritar. No hay crisis emocionales serias como las que se crean aquí.

La figura del curandero es también muy importante. Hay muchas enfermedades por las que no se llevan a las personas al hospital. Hemos vivido situaciones de histeria en algunas niñas. En esas situaciones no querían que las trasladara al hospital.

¿La relación con las otras comunidades religiosas locales?
La relación con ellas es buena. La Iglesia ortodoxa está al fin y al cabo considerada como una Iglesia hermana. Los católicos apenas somos el 0’2 % de la población y sin embargo manejamos unos medios que las otras comunidades no tienen. El haber construido iglesias y escuelas nos da un relieve social.

¿Han llegado a orar juntos?
Sí, a veces voy a rezar con los ortodoxos. A veces incluso ellos están presentes en nuestras propias celebraciones. Llegamos a Wukro en 1994 con un compañero navarro a construir una escuela. Para nosotros era un reto armonizar, tanto con la jerarquía ortodoxa, como con la musulmana. Cerca de nosotros, en la ciudad de Adigrat, la Iglesia católica ha ayudado a los ortodoxos a construir sus iglesias.

La religión ortodoxa es otro mundo. Sus sacerdotes tienen un nivel académico escaso. No tienen medios. Todo se memoriza. A veces no saben siquiera escribir. Enseñan bajo un árbol lo que han memorizado. Cuando llegamos allí nos presentamos a ellos. Nunca hemos querido hacer proselitismo. Han observado que nuestro servicio, sin ningún tipo de interés evangelizante, ha sido a favor de los niños y jóvenes ortodoxos. Han podido constatar como nuestra ayuda se ha extendido a ancianos, a mujeres que han tenido que comercializar con el cuerpo, a mejorar la calidad de los huertos… También han agradecido que les hayamos ayudado a realizar reformas en sus propias iglesias.

¿Cómo es la vida de los campesinos?
Dura. Las casas de allí son como nuestros gallineros de antes. Algunas son de piedra, pues ésta abunda. Todos comen de un plato común con la mano. Ahorran mucho en enseres.

Llueve sólo dos meses al año. Los campesinos tienen media hectárea, a lo sumo una, pero no les llega con eso, si tienen tres o cuatro hijos. Con ese terreno viven no más que siete meses. El gobierno les da también trabajo a cambio de comida durante otros meses. Nosotros también les proporcionamos trabajo de reforestación, rehabilitación de torrentes... Damos trabajo a doscientas y trescientas personas. La ayuda de comida por trabajo es la que posibilita que muchas familias sobrevivan.

El agua es oro…
Vamos tanto al río que acabamos secándolo. Dicen que en un kilómetro de río se pueden colocar tres bombas de agua, pero hemos llegado a tener quince. Por eso estamos rehabilitando torrentes.

¿Hay esperanza para África?
La esperanza para África son los africanos. “África rica, pobres africanos…” El problema está más aquí… Aquí la crisis supone falta de trabajo. Allí supone más muertos. Hasta ahora había mucha corrupción en África, pero ahora emerge una nueva sociedad civil. Cuando el comienzo de la descolonización había trece Universidades en el continente, ahora hay más de trescientas. Los nuevos graduados son jóvenes que están en condiciones de pedir cuentas a los políticos de turno. África tiene futuro, aún a pesar de sus políticos actuales. Emergen ahora con fuerza los valores humanos.

 
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