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Pacifismo en la encrucijada

Los Verdes alemanes encararon el pasado fin de semana un decisivo dilema. En el orden del día un tema de embergadura: la aprobación del mayor operativo militar alemán desde la Segunda Guerra Mundial. Tras más de diez horas de intenso debate, aprobaron el envío de los 3.900 soldados para colaborar con la ofensiva “Libertad Duradera”.

Ya en el 99 vivieron una situación semejante cuando en un turbulento congreso dieron su visto bueno a la participación alemana en la guerra de Kosovo. Idealistas y pragmáticos entraron entonces también en liza. En realidad llevan años conviviendo en el seno del partido ecologista germano, sin que hasta el momento ninguna de las dos facciones haya roto la baraja. El congreso nacional celebrado en la ciudad de Rostock fue un ejemplo de sana convivencia. Un pronunciamiento en contra del envío habría supuesto la ruptura de la alianza gubernamental y la convocatoria de nuevas elecciones. Dos tercios de los delegados votaron a favor de la moción presentada por la Ejecutiva, respaldando la posición del ministro verde de Exteriores. Joscha Fischer desplegó toda su capacidad de oratoria para convencer al auditorio de la necesidad de implicarse junto a los EEUU en la lucha contra el terrorismo. Dicen que al final aparecieron lágrimas en los ojos del que, al día de hoy, es considerado el político más popular de Alemania.
La decisión comportaba en un sentido y otro grandes consecuencias. El voto negativo implicaba la salida del partido de una coalición roji-verde que está logrando trasformar la sociedad alemana. Los ecologistas gozan de varios ministros en el Gobierno federal. La política exterior de una de las mayores potencias mundiales está regida por un político verde. La decisión de postular “solidaridad crítica con los EEUU” rechazando la utilización de bombas de fragmentación y armas de destrucción masiva, ha salvado todos esos logros. Sin embargo el voto positivo ha supuesto hacer dejación de uno de los principios identificatorios de los Verdes: su pacifismo a ultranza.

Todos llevamos un idealista y un pragmático dentro de nosotros. Ambas almas lejos de confrontarse, están llamadas a complementarse, ambas pueden activarse como motores de progreso. La cuestión fundamental quizá estribe en cuál de las dos habrá de tomar iniciativa en cada momento. Es preciso que se alce la voz idealista expresando, en este caso, que la paz debe de ir implícita en los medios, que es preciso atajar los problemas de raíz, encarar los causas estructurales que generan los conflictos. Es preciso proclamar la validez del principio universal de “devolver bien por mal”, de diálogo cultural y civilizacional como verdaderos antídotos del conflicto.
Pero quizá sea también preciso situarnos en los parámetros precisos de nuestros tiempos en los que los abanderados del terror no dejan asomar ninguna posibilidad de diálogo, en los que el mundo occidental, con toda su carga de errores e injusticias, libra una, bien es verdad que cuestionada, batalla por la libertad.
Se alzan de nuevo las cometas sobre el cielo de Kabul. Brillan al sol las mejillas de las mujeres afganas que así lo desean. Parpadean de nuevo los televisores en la sombra de los hogares de este país castigado y hay un hospital abierto al fondo de míseras alamedas. Cuesta reconocerlo, pero quizá tengan algo que ver las bombas americanas con ese nuevo ambiente de libertad y sonrisas recién despertadas que se percibe en el Afganistán “liberado”.
No era una decisión fácil la que enfrentaban los delegados verdes en Rostock. Ambos argumentos para encarar la crisis mundial llevan quizá su parte de razón, su cuota de verdad. Es preciso que haya delegados maximalistas encargados de no olvidar el norte, la verdadera razón de ser de un partido-movimiento cuya vocación es promover desarme y proclamar la paz, que hagan incapié en la necesidad de buscar otras vías no militares de resolución del conflicto.
Es precisa también una visión pragmática que sitúe la crisis mundial en sus reales coordenadas, que recuerde el alto grado de compromiso que ha contraído el partido con la sociedad alemana, que defienda el bastión de esperanza que representan los Verdes en el gobierno de la primera potencia de Europa para todos los partidos y movimientos verdes del continente. Ambas familias, maximalista y pragmática, son imprescindibles y los ecologistas alemanes lo han comprendido, evitando una fractura de graves consecuencias, dando una lección de buen hacer y unidad.
La importancia de la permanencia de los Verdes en el Gobierno federal alemán no se mide sólo con parámetros de mayor avance social. Representa un símbolo cuya verdadera interpretación aún se nos escapa. De cualquier forma evidencia que las gentes de progreso, los movimientos alternativos, pacifistas, ecologistas…, además de demoler, también podemos levantar, además de criticar los fundamentos de la sociedad capitalista, también podemos construir, también estamos facultados para ir diseñando aquí y ahora una sociedad definitivamente diferente. Los Verdes alemanes nos han demostrado simple y llanamente que no estamos condenados a la catacumbas, que nuestros sueños no están predestinados a deambular por los huertos de la marginalidad.
Creo que nos jugábamos mucho en Rostock, no sólo los ecologistas alemanes, sino las gentes alternativas y de progreso de toda Europa. Su encrucijada era de alguna forma la misma que cada uno de nosotros enfrentamos en nuestro “congreso” o fuero interno. Desconozco el texto completo del discurso de Joscha Fischer en su intervención vibrante del pasado sábado, pero intuyo que lo que este curtido dirigente quiso trasmitirnos con toda su carga de enormes compromisos políticos, es que a veces es preciso mancharse, que es necesario “aclimatar”, “acondicionar” los más puros ideales, que a veces hay que pisar tierra y rasgar por la fuerza la “burka” del oprobio, apuntar con “bombas quirúrjicas” al corazón de la explotación y el terror cuando la diplomacia queda agotada. Creo que Fischer quiso decir que a veces es preciso asumir incómodas responsabilidades, sin por ello renunciar a los más bellos anhelos y proyectos de futuro.

Los Verdes alemanes están anclando utopía aquí y ahora con todas las consecuencias e incluso contradicciones que aparentemente ello conlleva. Cuando veo a Fischer en la televisión junto a los grandes mandatarios de la humanidad reflexiono sobre los años de trabajo colectivo que ha costado situarlo en ese lugar “estratégico”. Pienso en que cada día habrá más hombres y mujeres sensibles con la Madre Tierra, verdaderamente comprometidos con las causas de la paz y la justicia, que ocuparán puestos claves en los gobiernos de los más diferentes países. Esos hombres y mujeres se verán más de una noche pegados a la almohada en medio de dilemas aparentemente irresolubles. Con toda su buena fe, habrán de tomar decisiones a veces muy difíciles, enfrentarse a enormes problemas de conciencia, deberán de adoptar posicionamientos que nunca habrían asumido de no encontrarse en un sillón de gobierno… Esos nuevos políticos verdaderamente sensibles con las causas más nobles e imbuidos de auténtica vocación de servicio, habrán de callar su voz idealista en más de una ocasión y escuchar su propio susurro más pragmático.
La responsabilidad política exige a menudo un peaje en forma de merma de sueños. Desde el despacho oficial se obtiene una perspectiva más global de compromiso y servicio que a menudo no alcanzamos a captar desde “abajo”. No se puede pedir imposibles “express” en un mundo en que, por lo general, el humano está aún muy limitado en su conciencia solidaria y planetaria.
Por lo demás, no se alumbra la Arcadia sin dolor de parto. La utopía no se construye sólo con risueñas proclamas, con inocentes planteamientos, con abstractos diseños. La utopía hay que esbozarla en todo su esplendor y grandeza, pero se levanta con los ladrillos que aquí y ahora encontramos a nuestro alrededor y nuestro entorno puede ser a menudo un páramo en el que, por ejemplo, no se manifiesta más fuerza que los misiles para detener la barbarie. Nuestra utopía se puede tornar posibilista, su pragmatismo puede en determinados momentos achatar su techo en exceso, pero nunca olvidemos que sus torres están destinadas a agujerear los más elevados cielos. La utopía se construye con infinito amor, aunque éste deba de cargar con un misil bajo el brazo en mitad del desierto afgano.
No sé si los americanos afrontan “la madre de las batallas”, lo que si está claro es que nos han situado al resto, no sólo a los verdes alemanes, ante la “la madre de las enrucijadas”.

 
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