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“La flor de la cascada helada”

Muy querid@s herma@s:

La consigna, partida un año más de los hermanos del Centro Lusitano de Lisboa, estaba ya lanzada a los cuatro vientos: acudir el primero de enero al borde de las aguas, que a todos nos unifican, para arrojar sobre ellas una flor cargada con nuestros más elevados anhelos.

Confieso que atendí tarde a la convocatoria. Unos círculos de danza en la víspera nos habían mantenido despiertos casi hasta el alba. Al pie de la sierra de Urbasa nace un río en un entorno salvaje y exuberante, el Nacedero del Urederra (País Vasco), un rincón de enorme poder y belleza, un lugar incomparable para arrancar el año, al que me dirigí ya algo avanzada la tarde.

Suave lluvia, niebla y frío intenso parece que ubicaran el entorno en la geografía más alejada y salvaje de la tierra. Una luz tenue, llamada en breve a callar, llenaba de grandiosidad el momento. Un paseo a buena marcha me saca el frío de los huesos. Llegué al enclave señalado, cogí con cuidado la flor del macuto, no había silvestres, se escondían aún bajo una tierra durmiente. El clavel iba acompañado de su papel. El frío había helado la tinta del bolígrafo, pero me consta que la mar lee también mensajes en blanco. Al borde de una de las cascadas más maravillosas de toda España, he pedido hoy por todos vosotros, hermanos de la luz, hermanos del alma del mundo entero. Camuflado tras doble abrigo, titiritando por un frío que pretendía en balde poner coto a instantes de éxtasis, pedí por toda la familia que labora por el Alba.

Ya no es como antes. Cada uno de los servidores del mundo que desde su rincón trabaja por mantener encendido su foco de alegría y esperanza, comienza a tener ojos, rostro, señales, desafíos con forma, ilusiones y esperanzas que incluso, en un momento dado, nos han sido compartidas. Ya son algunos años en línea, no sólo interna, sino también virtual y física; ya ha pasado un tiempo desde que inauguramos un contacto que deviene cada vez más estrecho y fraterno. Poco a poco nos vamos todos reconociendo, poco a poco llegando todos a la Cita. Por eso es más fácil pedir por cada uno de vosotros cuando nos tropezamos con un río mágico, con un primero de Enero. Ya hay una cara, ya hubo un abrazo, un instante en que nos reconocimos tras un mismo y prolongado sueño. La familia de la Luz, la fraternidad de servidores ya no es algo difuso y abstracto. Somos hermanos con nombre y apellido, algo más que una simple colección de direcciones electrónicas. Así también estaba diseñado. Estaba convenido que un día saltáramos océanos, selvas y montañas y fuéramos al encuentro mutuo para contagiarnos fe y diseñar Mañana… Por eso al borde de la cascada casi helada, en el arranque de este nuevo y prometedor año gregoriano, me venían vuestros cientos de rostros y así pude pedir por muchos de los que componemos ese círculo celeste en la Tierra, esa tabla redonda de guerreros y amazonas de una Arcadia que emerge de la bruma. El nombre es lo de menos, sabemos a qué nos referimos. Podríamos llamarle la tribu del arcoiris, la familia de los trabajadores de la luz, los artesanos de la paz, los constructores del Alba… Da lo mismo. Tal vez los hermanos del Presente. Pues hubo un momento en que hacían falta voluntarios para anunciar amor fraterno en medio de una Tierra dividida, hacían falta voluntarios para cantar y dejar flores por los senderos y ríos de un planeta sufriente…, y allí se alzaron unas voces y allí retumbaron en medio de una galaxia anhelante uno tras otro, cada cual con su particular tono y fuerza vuestros “¡Presentes!”.

Hermanos de un Presente que es ahora y que es siempre grande, hermanos que este primero de Enero echábamos la misma flor en tan diferentes fuentes, ríos y mares en medio de un momento apasionante y duro a un mismo tiempo, estamos cursando el diplomado de nuestra propia transformación personal y colectiva, diplomado en el amar y servir… Asumimos el doble cometido al final de este largo ciclo sobre el planeta Tierra: nos graduamos a nosotros mismos, a la vez que nos damos a la humanidad. Nos pulimos para ser dignos de la Nueva Tierra, a la vez que vamos poniendo sus necesarios pilares.

Sabemos que a muchos les toca trabajar solos, en medio de un entorno hostil y de grandes dificultades. Para esto también el Cielo nos regaló Internet, no sólo para reproducir lo que nos soplan nuestros Hermanos Mayores, lo que nos susurran los Maestros y Guías de la humanidad. Tecleamos cuando el mundo duerme, no sólo para concertar urgentes convergencias y facilitarnos las claves de nuestros días. El Cielo nos dio Internet también para ayudarnos a permanecer unidos, como una familia inseparable. Nos regaló estas maquinitas para podernos dar fuerza los unos a los otros, para que a nadie se lo trague la sombra, que es simplemente el olvido de quiénes somos y cuál nuestra misión sobre la Tierra. En medio de estos tiempos intensos y convulsos hemos de permanecer más enlazados y compenetrados que nunca.

Los encuentros que venimos celebrando desde el 98 las redes espirituales hispanas y ahora también lusitanas, anglófonas, francófonas, germanas… no han sido en balde. Nos han dado el gozo de sentirnos unidos, de poner rostros a la flor que cae en el río casi helado, portadora de elevados deseos… Nuestra Alianza debe de ganar aún más rostro, más fuerza, más amplitud y sincronía, y así alejar la pretendida y acechante ficción de que apenas somos alguien y así certificar que el ideal de hermandad sobre el aún retrasado planeta azul, no es ya quimera, sino embrionaria pero pura realidad.

El 2004, los próximos años nos van a traer regalos, pero me consta que también mucho trabajo, no podía ser de otra forma. Culminamos larga tarea: la de tant@s herman@s que en todos los tiempos y geografías atesoraron, tantas veces en pura y absoluta soledad, tantas veces con riesgo de vida, el más elevado de los Sueños, el del amor universal, el amor fraterno por fin instaurado, por fin regente en el Planeta azul. Lo que construimos es demasiado grande para que no implique un enorme esfuerzo. Hay que clavarse en el cojín con el “Om” en los labios, pero hay que salir también al paso del hermano de los mil y un colores que reclama palabra, socorro, compañía… No sólo activamos los chacras entre nubes de incienso, quizá puedan brillar más en medio del barro de los numerosos suburbios que pueblan nuestro planeta..

Mas no deseaba teorizar sobre los caminos de la iluminación. Os escribo porque estabais bien presentes en medio del silencio gozoso, en medio del canto solitario de un hayedo desnudo. ¿Desnudo de qué? Quizá de hojas, que no de vida, que no de intensa, erguida y cercana compañía. Os escribo para compartiros ese anhelo irrefrenable de que construyamos cada día cuerpo más unido de servidores del Sin Nombre. Fortalecemos las redes también cuando le colgamos a nuestras misivas sentimientos con apellido, cuando echamos a volar nuestros mails con un poco de vivencia interna, unos gramos de aliento y de poesía.... Os escribo este primero de Enero del 2002 porque me siento feliz de estar aquí sobre la Tierra con todos vosotros, empujando un Mismo, Superior y desbordante Anhelo… Me siento feliz de haber también dicho “¡Presente!” cuando oí un eco de victoria ya entonces, en otras dimensiones, anunciada. Os escribo porque arrojé una flor desbordada de vuestras miles de gozosas y coloridas semillas y me consta que la cascada se batió en redoble sonoro.

Curiosa metáfora…, tras gozo sin tiempo junto a la cascada, un camino irreconocible. La niebla había secuestrado el sendero de regreso, la noche había adelantado su sueño cansada de la juerga de la víspera y la hojarasca se encargó de borrar con su paisaje ocre los restos del menguado camino.

Volvía a puras ciegas hacia el coche blanco, dejado en alguna curva del tiempo. En realidad volvíamos todos juntos de entre bruma de sudor y de gozo, de canto y de suspiro. Volvía, volvíamos, y una y otra vez tropezaba y una y otra vez perdía el hilo confuso del sendero. Sólo la enorme pared de la derecha, sólo su descomunal presencia daba la tranquilidad de que siguiendo cerca de ella ya con el tacto, ya con la vista cercana, desembocaría en feliz destino. Tras los azares de una y decenas de caídas y arañazos abriendo paso por donde mejor podía, me llegué al portal de árboles, donde horas antes había pedido permiso de entrada. Al final de la aventura había un coche con techo, calefacción y música celestial que me traería de vuelta al hogar, de nuevo a pie de una pantalla en la que os escribo estas líneas… Curiosa metáfora: al final del Camino todos encontraremos, a nadie se le ocurra dudarlo, un Hogar con muros y cúpula de cristal, con música para la que aún no han nacido oídos y con la calefacción de un amor fraterno por fin instalado en todos los corazones.

Uno siente cierto pudor al dirigirse a tantos hermanos del alma del mundo entero, como si tuviera algún cargo, como si gozara de una representatividad, de algún derecho para irrumpir con cuitas internas en tantas pantallas. Aceptad este largo prólogo en el arranque del 2004, como un anhelo profundo de dar junto a todos vosotros estos primeros pasos del año (disculpen “13 lunas”, tan sólo aprovechamos sincronías). Al fin y al cabo, la flor de la cascada helada navega rauda hacia el cálido litoral de vuestras almas.

¡Hermanos, hermanas de las redes espirituales! ¡Hermanos y hermanas en el servicio, en el Amor sin fronteras de habla hispana y de todas las hablas…, sostengamos, no cejemos en el camino de gloria para nuestro Planeta! ¡Qué el Amor del Padre-Madre Celestial nos mantenga por siempre unidos!

¡ La Victoria es de Dios, la Victoria es nuestra!

 
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