Bodas y brillos

Los tapices de Estado ocultan la piedra de la Almudena. Las alfombras aguardan ya tímidos, ya gozosos, ya solemnes pasos. Se ultiman los toques de la escena engalanada. Los focos apuntan al altar del mundo. Se casa el príncipe de España. Desde esta humilde tribuna los mejores deseos.
La viva fe republicana no ha de mermar cordialidad, ni con los futuros monarcas.

Otra cosa es la puesta en escena, el oropel y derroche en tiempos de lacerantes carencias.

Otra cosa es el martilleo mediático en tiempos de tan acelerada actualidad. Una pompa y menú más recatados, un aligeramiento de ostentación y diamantes… hubieran granjeado más apoyos al real evento. La crónica rosa hubiera tenido un fondo más humano.

Efímero es el brillo de las joyas, el lujo de los millonarios trajes que perseguirán ávidas cámaras, no así hubiera sido la huella de un eventual gesto solidario, de un cambio del guión trasnochado. ¿Por qué no el mismo cuento de amor rompiendo la inercia del lujo y el privilegio? ¿Por qué no el mismo entrañable desenlace con un presupuesto más comedido?

La felicidad es cada vez más un logro colectivo. Los Rolls Royces no fueron diseñados para las avenidas de ahora. La aldea global va acabando con los gozos blindados. Las bodas reales reclaman en nuestros días un amor más austero, más discreto, una dicha más compartida.

Faltan razones para los fastos, mientras el fantasma del hambre prosigue a sus anchas su azote. Sobra el derroche de manjares mientras en tantas mesas del Sur se suspira por un bocado. Expresiones de auténtica solidaridad podrían dar relumbre a la monarquía, recauchutar una institución poco avenida ya con nuestros tiempos.

Nada se regala en el universo. Los verdaderos cetros se alcanzan con el servicio y la entrega, no por la pomposidad de un apellido; en razón de la bonanza de alma no por el color de la sangre que avanza por las venas. La verdadera realeza es brillo interno. Tiene más que ver con el olvido de uno mismo, con la honda preocupación por el bien ajeno, que con la exhibición palaciega. Por lo demás no se hereda, se conquista. El oro de afuera transita de mano en mano, no así el de adentro. Los títulos y coronas mutan de padres a hijos, mas la genuina realeza no se puede transferir por más que las leyes humanas dispongan para ello. La auténtica realeza es un honor callado, siempre arrebatado con esfuerzo y sacrificio; es nublarse por el prójimo, es derroche de amor, luz y fuerza en medio de la medianía.

Ha habido veces en que los reyes para la galería, también se enseñorearon por sus adentros, contadas ocasiones en la historia, en que los elegidos por sangre ameritaron también trono por nobleza de corazón, dotes de mando y alarde de entrega.

Demos una oportunidad a los protagonistas de estos planetarios esponsales. Aún y con todo, felices sean los novios; felices y ojalá comprometidos, felices y ojalá mañana también reyes por adentro.

 
   |<  <<    >>  >|
NUEVO COMENTARIO SERVICIO DE AVISOS

 
  LISTA DE COMENTARIOS