La misma chispa capaz de mantener la vida, puede igualmente arrasarla. No hay que temer el fuego, sólo hay que gobernarlo con debido respeto. No hay que prohibirlo, basta con hablarle, atenderle…, basta con cuidarlo. El viento lo crece, el agua y la tierra lo callan. Sólo hay que ubicarlo en el lugar apropiado, acercarle el soplo, las teas, la leña precisa. Así calentará los cuerpos, cocerá el grano, iluminará las tinieblas…
De ello saben los scouts y los jóvenes de movimientos afines. Si no hay pañoleta al cuello, si no hay vivencia de servicio, de espíritu solidario y creativo, si no hay fomento de amor por cuanto nos rodea, vienen las litronas, la música-bulla, el ocio alienante, las barbacoas descuidadas… A la postre, detrás de muchas malas noticias, encontramos un problema de educación.
Sobran horas ante las consolas y ante las pantallas de toda índole, faltan mochilas al hombro, vivaks en la alta montaña, hogueras bien cuidadas donde sentirse unidos y liar historias, cantos, compañerismo…; donde germinar círculo de palabra y de gozo, donde crecer en amor a la Madre Tierra y sus elementos.
En los campamentos de otrora, se aprendía a amar y respetar el fuego. Éste tenía siempre medida y para acotarlo estaba la piedra y si alguna chispa burlaba la piedra, estaba el cubo de agua. De cualquiera de las formas siempre había ojos vigilantes. Las llamas nunca quedaban solas.
Si todas las llamas callaran nos tragaría el primer invierno. Los inmensos bosques quemados, los cuerpos hechos cenizas, no nos empujen a renegar de las llamas. Nada haríamos sin ellas. Tan sólo es preciso controlarlas, domarlas, acotarlas, para que calienten y no devasten, para que den siempre vida, ya no más tantas lágrimas. |
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Decía Mujer Cría de Búfalo Blanco que el fuego puede devorar las secas praderas silvestres, pero que, sin embargo, atemperado por la sabiduría, puede calentar miles de tiendas en cientos de inviernos nevosos y trasmitir su fuerza a los hijos y los hijos de los hijos. 
