Sueños y brasas

El fuego no descarrila la historia. El asfalto es duro, pero las cenizas no liberan. La situación en los suburbios franceses puede ser límite, mas las llamas no emancipan. Lo sencillo es dar rienda suelta a la rabia, emprenderla contra los vehículos que duermen aparcados; lo complicado es caminar ese mismo coraje en un sentido más positivo y creativo, ofrecer alternativas y propuestas. Lo sencillo es practicar “tierra quemada”, lo difícil construir otra tierra, otros barrios, otra periferia… Lo sencillo es destruir este mundo, lo titánico es ponerse a levantar otro, sobre unas bases más justas y solidarias.

Cualquier comparación de la revuelta actual con Mayo del 68 es desafortunada. No comparemos sueños con brasas, primaveras con otoños. No conviene equiparar movimientos que crean con los que destruyen.

Entonces era la imaginación la que se postulaba para el poder, ahora son llamas al asalto de todo. Entonces los muros se coloreaban, ahora se humean. Entonces era conquista de imposibles, ahora basta prender un mechero. Entonces “playas bajo los adoquines”, perfume de flores en las bayonetas…, ahora paisaje de hoguera, hedor de petróleo…

Es difícil encontrar sentido de progreso a la quema masiva de coches y edificios públicos en el país vecino. No es preciso alarde de imaginación para levantar piras de llamas, hace falta algo más para alumbrar el mañana.

Bañe los guetos el aire fresco, no el fuego insaciable. Antorchas que clareen, no hogueras que arrasen, urge nuestro mundo. Arde algo de Paris. Sus cenizas son en buena parte las de nuestra civilización. Son llamas prematuras, pues el recambio no está preparado y los pirómanos no han soltado palabra, ni esbozado aurora.

Alto a la marginación que cierra caminos y alimenta iras, alto a las llamas que calcinan y no iluminan.

 
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